DAMIANO DAMIANI.
EL INCOFORMISTA NEORREALISTA.
La strega in amore es posiblemente la película en la que Damiano Damiani más se aleja de sus compromisos cinematográficos.
El cine de Damiani es fiel a la naturaleza de su autor, y como él se ha visto injustamente relegado a un segundo plano. En los días de la década del descontento, los tintes políticos heredados del Neorrealismo impregnaron el cine comprometido social, filosófica y activamente de Damiani.
La actitud y pensamiento de Damiani eran totalmente inconformistas, mimetizándose con el espíritu de la Europa (en cierto sentido, Norteamérica), y muy especialmente, la Italia de una época marcada por el hastío y el escepticismo ante aquello que Vittorio de Sica tan acertadamente retrató para el cine en Il Boom.
En sus cuatro primeras películas —Il rossetto (1961), L’isola di Arturo (1962), La noia (1963) y La rimpatriata (1963)— Damiani forjó su sensibilidad y lenguaje certero en el cine, estableciendo una conexión presente con el compromiso filosófico y político de Pasolini y Bertolucci en Mamma Roma y La commare secca respectivamente, a la vez que adelantaba el activismo ácido, sucio e irreverente de la cinematografía de los años setenta, en la que Damiani compartiría estilo e inquietudes con el cine salvaje (revelando una vez más la alianza, tanto tácita como evidente, de las producciones italianas y norteamericanas), de Francesco Rosi.
Sin embargo, el inquebrantable compromiso del cine de Damiani que forma parte de la historia del cine y la sociedad en sí misma, se adentró en un mundo en el que su visión era, a priori, un elemento extraño y difícilmente adaptable: el Cinema Bis, tanto en su vertiente del Spaghetti Western como en la del terror gótico, dos de los templos que albergaron el poderoso cine italiano de aquella triste, serena, desesperada y plagada de obras maestras década de los años sesenta.
La strega in amore (The Witch en el mundo anglosajón), es uno de los ejemplos más hermosos del poder estético y narrativo que el cine de Serie B —incluso en su vertiente más desvergonzada y suicida, el Exploitation— es capaz de ofrecer.
LA STREGA IN AMORE.
EL CREPÚSCULO DE LAS BRUJAS.
Si el olvido es la perdición, la belleza, la eterna vanguardia de la poesía cinematográfica es la salvación.
Los días del Cinema Bis y la Serie B en general quedan muy lejos en el tiempo, y el olvido ha llevado a cabo una suerte de entierro prematuro de películas que permanecen en la sombra, aun cuando mantienen su fuerza intacta.
En 1966, cuando Damiani se desvió por alguna misteriosa razón de su cine socialmente comprometido, el terror italiano ya había conquistado la cima de su popularidad gracias especialmente al gigantesco Mario Bava, secundado por un firme clan de nombres que contribuyeron a convertir los gritos de terror y las atmósferas góticas y enrarecidas de los maestros anglosajones en un «Bel canto» pasional, enigmático, hermoso y — siempre observando las reglas clásicas— vanguardista.
Así, bajo el mandato de Bava y antes de la irrupción del Giallo en la galería de horrores internacional, el templo gótico del terror italiano se alzó elegante ante las robustas abadías del género anglosajón, sostenido por el buen hacer de Antonio Margheriti, Riccardo Freda, Camillo Mastrocinque, Giorgio Ferroni, Mario Caiano, Massimo Pupillo, Renato Polselli, Luciano Ricci, Paolo Heusch, Alberto De Martino, Roberto Mauri, quienes (entre otros) perfilaron las sombras en las que Damiani cayó para fortuna del cine.
Es el cine, precisamente, desde el punto de vista del legado y las influencias, uno de los pilares que sitúan la película de Damiani en una posición única dentro del terror, pues si bien La strega in amore recorre lúgubres mansiones y poderosos hechizos por parte de sus brujas protagonistas, recurre también a símiles argumentales con obras maestras del cine universal.
Así, el terror en manos de Damiani se transforma en una especie de realismo gótico que recurre a buques insignia cinematográficos de la envergadura del Sunset Boulevard de Wilder, o La noche de Antonioni y las sensaciones efímeras y oníricas de Fellini en su 8 ½.
Pero, ¿qué relación hay exactamente entre películas tan dispares como la Rara avis de Damiani y estos títulos capitales?
Sigamos por este camino…
Al ritmo de un Jazz suave especialmente característico de su época, La strega de amore abre con una visión subjetiva desde el interior de una ventana.
Tres líneas horizontales paralelas dividen el paisaje, en la línea central los créditos avanzan rompiendo la ciudad y su gris y rutinario aspecto en dos. En la parte superior, las cúpulas difusas se pierden en un cielo de aire mortecino. En la parte inferior, los vehículos transitan siguiendo una coreografía anodina, encaminados hacia la franja negra que separa la urbe en dos mitades, negando al espectador la posibilidad de saber si los habitantes de aquellos días de progreso y frías ilusiones llegarán a su destino.
La excelente y sensible narrativa de Damiani y su realismo gótico no dejan lugar a duda sobre su dominio del lenguaje cinematográfico desde el inicio mismo.
Sergio Logan (Richard Johnson, quien ya se había adentrado en las profundidades de una mansión gótica habitada por el dolor, los malos recuerdos y la soledad en la pieza maestra de Robert Wise, The Haunting), se asoma a esa ventana, hechizado e inquieto al mismo tiempo por la presencia de una misteriosa y elegante mujer madura vestida de blanco.
Esa mujer parece seguir a Logan, un tipo mediante el que Damiani traza un magnífico retrato del ocioso tan común en el cine social del neorrealismo tardío, pues Logan no es sino un espejismo, poco menos que un desgraciado a la deriva en busca de aquellas promesas de prosperidad que nunca llegaron, una especie de personaje oscuro y desaliñado de la Dolce vita.
Es aquí, en la relación entre Logan y la extraña mujer, Consuelo Lorente (en la piel de la fascinante actriz de teatro Sarah Ferrati) donde Damiani establece la primera de sus conexiones.
En Sunset Boulevard, Wilder retrata el universo del cine desde uno de sus antiguos templos refugiados de la luz, el tiempo y el olvido, en cuyo interior una diosa del mundo antiguo sincroniza su deterioro con el del templo intentando detener el tiempo mientras un buscavidas, un seductor de segunda, brinda una oportunidad mutua de obtener un bálsamo en su camino mutuo hacia la destrucción.
En La strega in amore, Damiani hace lo propio. Logan deambula por la ciudad en su eterna conducta de seductor trasnochado, eludiendo compromisos tanto con su novia como con sus potenciales amantes, mientras sus pasos —tan reticentes como atraídos por la extraña mujer—, lo conducen a las puertas de una antigua villa en cuyo interior Consuelo Lorente se consume como un recuerdo más de los días de esplendor.
Logan necesita —a pesar se su pretendida posición económica—, un empleo, Lorente necesita —a pesar de su altiva fuerza— alguien a quien seducir mediante un empleo que (a modo de bibliotecario) salve sus recuerdos llenos de polvo, frustración y tristeza. Pero la strega guarda un último hechizo, un reducto de su antiguo poder.
Damiani convierte con su magia cinematográfica el mundo de Sunset Boulevard en el crepúsculo de las brujas…
Una vez iniciado el juego de tácita seducción entre Lorente y Logan (debo insistir en que la interpretación de Sarah Ferrati es fascinante y demoledora), Damiani sumerge la acción y al espectador de lleno en el ambiente gótico.
La mansión en la que Logan cae, responde —mediante una ambientación excelente y la maravillosa fotografía de Leonida Barboni— a todos los cánones del terror, pero Damiani guarda su impronta, su vanguardista y exclusiva carta con la que jugar esta partida doble por parte de las brujas.
Cuando Logan se decide a rechazar a Lorente, Aura (Rosanna Schiaffino) irrumpe en escena y rompe la baraja, desequilibrando la partida a favor del hechizo. Damiani se sirve del nombre nativo de la novela del escritor Carlos Fuentes en la que se basa la película para identificar al enigmático Alter ego de Lorente en su poderoso regreso a la juventud. Aquí, a partir de este cisma entre Consuelo y Aura, es cuando la película de Damiani se eleva a la cima.
En la ficción como medio de expresión, la búsqueda tradicional del retorno a la juventud, pasa habitualmente por la eliminación de la identidad anciana en favor del nuevo cuerpo. De la misma forma, la figura de las brujas en el terror gótico (y en general), se muestra mediante formas femeninas en busca de venganza por las torturas y asesinatos sufridos en el pasado.
Pero Damiani rompe con las formas, trazando un círculo vicioso en el que una ensoñación sensual enrarece el ambiente y atrapa tanto al espectador como a su cuarteto protagonista.
Tras exponer el juego, Lorente cede a su hija Aura la voluntad de Logan, y ambos inician un extraño ritual en el que la pasión es la protagonista, pero todo se desarrolla bajo extrañas condiciones, como en un sueño ligero edificado sobre una serie de imágenes fugaces de las que nadie puede estar seguro.
Aura seduce a Logan, quien pretende ser hechizado y seducir rápidamente a la joven, pero ella dispone de un tiempo que parece encerrado en la mansión. Se establece un juego entre libros, polvo y viejos sueños de juventud atrapados en un aire invisible que por momentos parece tangible. Todo resulta extraño, pero Logan no puede huir, ni sorprenderse ante el insólito ritual con el que Aura lo seduce, invitándolo a desnudarse sin tocarse, utilizando solo la boca.
Logan cae en la trampa en la que ansia caer, y Damiani coloca una cuarta pieza sobre el tablero. Fabrizio (interpretado por el mito del Spaghetti Western Gian Maria Volontè), irrumpe en escena sembrando el desconcierto en Logan y la renovada atracción en Aura. Así, se establece un cuarteto de dobles personalidades: Aura y Consuelo para seducir y retener a Logan y Fabrizio, este es el factor con el que la magia de la película de Damiani se basa para marcar la diferencia.
Decía antes que la ficción retrata habitualmente la búsqueda de una nueva juventud y la venganza de la brujas eliminando al cuerpo anciano y los hombres respectivamente, pero Damiani establece unas reglas narrativas audaces y únicas que hacen de su película algo fascinante. Logan descubre en Fabrizio su antecesor en el juego, y este a su vez ve en Logan un relevo para Aura, quien resulta no ser la hija de Consuelo, sino ella misma con el esplendor de la juventud recuperado.
Cuatro identidades compartiendo escena en todo momento e interactuando entre sí para representar solo dos personajes. Esa es la apuesta y la clave vanguardista de Damiani, un extraño compás de dos por cuatro a cuyo ritmo se establece un hipnótico baile (con marcados tintes esotéricos y paganos) que conecta a nivel estético La estrega in amore con La noche de Antonioni y los pasajes fugaces y oníricos de los espíritus de Fellini.
Fascinante…
Damiani deja que los infinitos círculos viciosos giren sin cesar, Logan y Fabrizio comprenden la situación, y tras un intento de alianza se enfrentan —esgrima clásica de por medio—, estableciendo una especie de cadena sucesoria, una serie de Renfields al eterno servicio del ansia sexual y juvenil de dos «brujas-vampiro» (metiendo a Drácula en la ecuación), que se alimentan del deseo ajeno. Una costumbre ancestral que deja encerrados en la mansión los cuerpos incorruptos de sus amantes (ahora es Poe quien influye en la trama), mientras la juventud convive eternamente con la vejez.
Damiani alimenta sin cesar su miscelánea de influencias: por una lado, muestra a la diva misteriosa renegando de su edad que atrae al buscavidas de segunda en Sunset Boulevard a una mansión decadente donde el tiempo convive encerrado con los fantasmas.
Por otro lado, juega con los bailes sensuales y aristocráticos de La noche plagada de espectros «Fellinianos», una danza enfermiza que nos conduce hasta un sorprendente último acto en el que las sombras habitan en las entrañas de la mansión que retiene el tiempo logran salir a la luz, para romper el hechizo que parecía tan poderoso y eterno como la juventud de Aura, ejecutando —a modo estético de las Juanas de arco de Bresson y Dreyer— la venganza invertida del eterno amante, que condena a las brujas al crepúsculo a plena luz del día.
La oscura sensualidad de los espectros que aguardan y danzan en el templo del magnífico narrador que fue Damiani es una pieza única y maravillosa. El paradigma del realismo gótico.
La strega in amore es una película hermosa, poderosa y fascinante.
Como las propias brujas…
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Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Marzo 2023.