El viajero estático.
La noche en la que el viejo Jim Doyle pensaba en el viajero estático -ese era el nombre por el que le conocían en los alrededores- transcurría normalmente. Era una de esas noches de verano cálidas y apacibles, una de las que guardan los restos de las últimas luces del día, en las que puedes salir a pasear sin temor.
A pesar de la aparente tranquilidad algo le hacía removerse, robándole el sueño y obligándole a levantarse; sin preguntarse los motivos se dirigió hacia su biblioteca -un pequeño cuarto con pocos muebles y montones de libros apilados por todas partes- y antes de sentarse en una desvencijada butaca se sirvió un poco de café.
Estaba frío y un tanto rancio -sonrió levemente mientras comparaba el sabor de aquel café con su carácter- una vez sentado esperó a que el polvo se asentase de nuevo sobre la butaca. Cogió uno de los libros que había sobre la mesa en la que estaba el juego de café y lo abrió despacio, la noche avanzaba en silencio y le permitió oír perfectamente el sonido del papel resquebrajándose. Se había vuelto amarillo, arrugado y seco. Lleno de manchas que revelaban su edad.
Observó detenidamente el libro y lo comparó con sus manos, ambos habían sido jóvenes al mismo tiempo. Cuando aquellas páginas eran fuertes y todavía olían a tinta fresca sus manos las pasaban con pulso firme, siguiendo los deseos de unos ojos que todavía podían ver con claridad incluso en la noche más oscura, ávidos de alcanzar una sabiduría que aquella noche no era más que un recuerdo.
Pensaba en todo esto mientras observaba el libro, trataba sobre las impresiones de un viajero durante su estancia en Venecia, y al salir de su abstracción reflexionó acerca de todo aquello que le habían aportado aquellos libros, la mayor parte le habían acompañado durante toda su vida, y gracias a ellos había podido viajar, (a pesar de no haber salido jamás de su ciudad natal.) Aquellas páginas le habían dado la oportunidad de conocer casi todas las ciudades del mundo, sabía incluso más sobre algunas que muchos de sus visitantes reales.
Pensó en todo esto mientras se daba cuenta de que esa noche cálida y silenciosa pasaría por última vez las páginas de aquellos libros que tantos lugares le habían mostrado. Sintió una extraña humedad en los ojos y dejó caer la última mancha sobre el libro que sostenía en las manos.
Pasó lentamente la última página y cerró el libro muy despacio, con el dolor y la solemnidad propias de quien cierra la tapa del ataúd de un buen amigo, y lo devolvió a la mesa. Pensó en todas las aventuras vividas, en los amores correspondidos e imposibles, en las amistades y traiciones, pensó ante todo en la belleza de las ciudades que visitó sin moverse de aquella butaca.
Sonrió satisfecho y se preparó para su último viaje. Para el único que haría por sí mismo, para el más real y extraño de todos.
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
©David Salgado. 2021.
©24 sombras por segundo. 2021.