SUNSET BOULEVARD. SATURNO DEVORANDO A SUS HIJOS.
Tal vez podríamos decir sin temor a equivocarnos que la película de Billy Wilder, Sunset Boulevard – también conocida por el acertado título en español, El crepúsculo de los dioses– es la película en la que el cine se sitúa ante un espejo que devuelve una imagen carente por completo del narcisismo inherente al cristal en el que las cosas se observan a sí mismas.


Y es que Billy Wilder siempre le ha regalado a la humanidad historias universales contadas sin todo eso que sobra, así de sencillo hacía lo que es casi imposible.
Nos encontramos aquí -además de ante una obra maestra- con una película compuesta por muchas partes, pero al mismo tiempo sólida e indivisible.

Cine negro, comedia dramática, alegato contra el star system, bofetada en la cara a la industria y un largo etcétera de clasificaciones servirían para ubicar esta película.

Sin embargo, en mi opinión Wilder nos ofrece un cuento de fantasmas, de muertos vivientes, de figuras de cera condenadas al olvido en un museo construido a la medida de sus recuerdos.

«I AM BIG. IT’S THE PICTURES THAT GOT SMALL». EL CREPÚSCULO DE LOS DIOSES.
Gloria Swanson deambula por el templo que sincroniza su deterioro con el suyo, un fotograma detenido en el proyector que retiene como puede los días de Gloria, de la gloria de Swanson, Buster Keaton, Eric Von Stroheim… de los días en los que los rostros del cine mudo dejaban al mundo sin palabras.

En el mausoleo en el que el cine alarga su vida conviviendo con su propia e inexorable muerte, las luces de todas estas estrellas languidecen y a poco a poco sus sombras desaparecen.

Wilder era un tipo irónico con una inteligencia mordaz, y como tal retrataba la realidad con la dosis de crueldad que todo sentido del humor que se precie necesita. Por eso sienta ante una mesa a los dioses del antiguo cine y los obliga a contemplar su crepúsculo.

Por eso -además- pone en juego algo que romperá la baraja definitivamente, la última carta para un buscavidas y la diosa que se resiste a desvanecerse, destruida por la misma industria que la creó.
Wilder deja que la realidad avance, el buscavidas fracasa y pierde la última partida -los dioses aún cuando agonizan son letales para el hombre- y así, el buscavidas pierde lo que busca, los espejos que decoran las paredes del templo pierden su filtro narcisista, se quiebran y la realidad se cuela por las grietas, iluminando el último plano de los dioses.


Antes de cortar por última vez, Wilder le dice al -entonces aun todopoderoso Cecil B. DeMille– que dé sus indicaciones a Swanson.


La gloria de una era desciende de su pedestal por la escalera que conduce al olvido definitivo y antes de que el cine hable para siempre, Wilder y Swanson le regalan a la humanidad el último plano de una era. Sin decir ni una palabra.

El templo abre sus puertas, se derrumba y desaparece para siempre.
El cine, esta película, todos los que estaban allí cuando el cine se inventó y Billy Wilder son algo maravilloso.

La industria -como decía Lauren Bacall– es una mierda, lo que es grande es el medio. Igual que Gloria Swanson. Fueron las películas las que se hicieron pequeñas.
https://www.filmin.es/pelicula/el-crepusculo-de-los-dioses
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Marzo 2021.