FELLINI DE LOS ESPÍRITUS.
Fellini 8 ½ es un lugar, un sueño precioso y extraño en el que todo es posible.
Todo es posible, sí, por eso puedo apropiarme del famoso título de la primera película en color de Fellini, Giuletta de los espíritus, para iniciar este recorrido por una de las películas más fascinantes que he visto jamás.
8 ½ es, ante todo, un imposible, un lugar que no existe en el que convergen todas las fases de la relación más compleja del ser humano: la del autor con sus musas, con la legión de seres extraños, fascinantes, casi siempre alentadores y a veces crueles y molestos que forman el universo de la imaginación, de una suerte de infancia condenada a la prisión del artificio adulto.
La película obra un milagro. Flota ligera como el sueño cuando nos elude, o cuando todavía es temprano y frágil.
Su respiración es como la nuestra cuando dejamos atrás el día; suena como un eco denso y lejano, como un vacío en el que arrojarnos con la seguridad de flotar, de caer suavemente en el tranquilizador desasosiego de la infancia, de los sueños, de todas las cosas que viajan con nosotros a la deriva.
8 ½ es todo eso que la imaginación tiene en común con los humanos, pero que solo excepciones irrepetibles de la especie como Fellini pueden llevar a cabo.
FELLINI 8 ½
EL MISTERIO DE LA CREACIÓN.
En 1963, Federico Fellini ya era uno de los cineastas más grandes que el mundo verá jamás.
Su universo habitado por seres mágicos (incluso los que aun siendo malvados, superficiales y ociosos portan una cantidad considerable de candidez), ya había marcado profundamente su cine y cautivado la mente del público. Pero lo cierto es que aunque su filmografía es incontestable, este punto intermedio, esta «octava película y media» representa la magia unida al mundo real y el de los sueños mediante un hilo invisible como ninguna otra ha vuelto a hacerlo.
8 ½ está plagada de espíritus, desde el enigmático inicio en el que un individuo se ve rodeado por fantasmas prisioneros en los vehículos en los que pretenden hacer realidad el sueño del progreso social que caracterizó la política, la sociedad y gran parte de la filosofía e inquietudes volcadas en el cine de los años sesenta.
Es este un inicio de marcados tintes surrealistas en el que Fellini da rienda suelta a los fantasmas, a los espíritus que rondarán a modo de extraña comparsa la mente del protagonista, reflejo más fiel e intencionado que nunca del propio autor en toda su carrera.
Un alter ego del director que sueña sin cesar a lo largo de toda la película, que pretende volar en libertad, o navegar a la deriva como un barco sin más gobierno que su mente volátil, pero anclado a la realidad por la cuerda que impide volar para siempre, a modo de cadena con la que los poderes clásicos del mundo real retienen y reclaman a los prófugos de la sociedad adulta, tensando al máximo esa cuerda y, con la mayor gravedad, alejar a Ícaro del sol.
Tras ese breve y a la vez infinito viaje entre ambos mundos, Fellini da paso a la presentación de su particular historia sobre la frustración y el desaliento del autor frente a sus recursos, del silencio terrible de las musas ante la anodina maquinaria que simultáneamente mata y mantiene con vida la profesión del protagonista.
Guido Anselmi (Marcello Mastroianni), es un director de cine cercado por una profunda crisis creativa, hasta el punto de sentirse incapaz de llevar a cabo su nueva película.
Retirado a un balneario rebosante de una luz blanca tan extraña como hiriente y excesiva —la fotografía del impagable Gianni Di Venanzo mide a la perfección sus aparentes defectos—, Guido (el alter ego de Fellini), deambula sin cesar en un paraíso muy similar al que Thomas Mann describiera en La montaña mágica, un aparente remanso de paz en el que los infinitos fantasmas que pueblan la mente del director se alían para atacarlo sin tregua.
Fellini plantea aquí una magnífica contradicción, pues por una parte permanece fiel a sí mismo (8 ½ contiene absolutamente todo lo que vino antes y todo aquello que vendría después en la obra del mago italiano), y por otra rompe completamente con su esquema narrativo habitual, con cualquier esquema, de hecho.
La película parece mostrar una línea sencilla, un camino recto que lleve al espectador de un punto a otro; de la crisis personal del creador hasta el otro extremo del camino en el que la solución aparezca. Pero los misterios de la creación se mueven de forma errática, en curvas y líneas confusas que avanzan en base a saltos temporales.
Como la memoria en su constante viaje al pasado, las tribulaciones y seres que habitan el universo vital de Guido aparecen a nuestros ojos súbita y desordenadamente, haciendo que la película avance en un sinfín de direcciones distintas, con un pulso firme pero ingrávido y huidizo, como lo que es literalmente la película: un sueño.
Los recuerdos y ensoñaciones del Guido infantil batallan constantemente con las sólidas figuras que pueblan la conciencia del adulto, y así, desfilan ante nuestros ojos:
El crítico (Jean Rougeul) que cuestiona la profundidad y calado intelectual de la obra de Guido, la sombra continua, tentadora, infravalorada de forma cruel, pero extremadamente inteligente y hermosa en forma de su amante Carla (Sandra Milo), la figura triste y estática que aguarda con la mirada fija en un punto que no alcanza a ver de su esposa Luisa (Anouk Aimée), la tentación constante en forma de novedad y promesa de futuro que emana de la juventud de Gloria Morin (Barbara Steele), y la presencia intermitente y extraña de Claudia (Claudia Cardinale).
La figura del productor (Guido Alberti) que pasa de una actitud permisiva y paternalista a la exigencia apremiante y autoritaria —la caricatura del cacique por parte de Fellini con este personaje es impresionante—, y la crítica continua, siempre argumentada pero de dudosa naturaleza por parte de la actriz francesa Madeleine (Madeleine Lebeau), desde su poderosa figura con aires de mito mediterráneo, componen la comitiva de seres en tiempo real que pueblan la realidad con aspecto onírico de Guido/Fellini.
Como decía antes, 8 ½ está plagado de espíritus, tanto los que atan a Guido a la realidad, como los que pueblan sus recuerdos, retazos de memoria que son hermosos y acogedores a veces (el regreso con sus padres, buscando un hueco con ellos en la tumba).
En otras ocasiones la memoria se alza en formas hostiles y terroríficas (la presencia de la iglesia mediante los sacerdotes), seres que Fellini y la fotografía de Di Venanzo muestran transfigurados en una especie de entes sin género sexual, confundiendo los rasgos masculinos y femeninos en una silueta grotesca que —aun en el cuerpo adulto de Guido— siguen persiguiendo su actos como los del Guido niño, que huía tras despertar ante la sensualidad terrible y fantástica de La Saraghina (Eddra Gale), una suerte de Circe varada en la playa, el paisaje recurrente de Fellini por excelencia.
Tras esos dos encuentros, Fellini somete a su alter ego al regreso a su memoria definitivo, a la constante más firme del cine de Guido/Fellini: el mundo de las mujeres.
Llega un momento en la película en que la barrera entre la prisión adulta y la libertad infantil que Guido elude y anhela al mismo tiempo cae, y en su caída, el velo denso de la realidad se vuelve una capa traslúcida y acogedora, una especie de halo que todo lo envuelve, transformando la visión del espectador en un gran plano subjetivo de Guido, quien ya ha fundido el adulto con el niño y observa desde el sueño de la memoria a todas las mujeres; a las que ama, a las que desea, a las que desprecia ya sea en su nombre o en el del negocio de espectáculo…
Es aquí, en este universo habitado por figuras exclusivamente femeninas, y en el acto final de la película, en la que un enigmático maestro de ceremonias reúne a todas las criaturas, a todos los espectros para que obsequien a Fellini con una danza de esperpentos maravillosos mientras Guido corta al fin el cabo que amarra su barco a la tierra, donde 8 ½ alcanza la cima.
En su acto final, la película de Fellini establece una mágica y anticipada conexión con la inestabilidad existencial que Bob Fosse y Tim Burton representaron en las despedidas vitales de sus protagonistas en All That Jazz y Big Fish respectivamente.
Pero como buena precursora, obra maestra e hija de su época y su autor, 8 ½ marca su propio camino, un camino que recorre su tramo final hacia la memoria y los deseos de la única forma en que Fellini hacía las cosas:
Con la maravillosa alegría trágica de los fantasmas, diosas y monstruos que bailan cerca del mar al ritmo infinito de la música maravillosa de Nino Rota.
https://www.filmin.es/pelicula/ocho-y-medio-8-12
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Septiembre de 2022.