EL TÉTRICO REFUGIO DE LA SOLEDAD.
Hay muchas razones para considerar The haunting, la película de Robert Wise basada en la maravillosa novela de Shirley Jackson, su cima particular y una de las mejores obras del cine de terror.
La puesta en escena y utilización del sonido como elementos oníricos y laberínticos que aturden y pierden al espectador, la tétrica y hermosa fotografía de Davis Boulton puesta al servicio de la arriesgada narrativa visual de Wise (lo que hace aquí con la profundidad de campo es antológico), y un guion maravilloso, sutil y leal a la novela que desvela el trasfondo psicológico de los personajes tratados como lo que son —una especie de sombras a la deriva, encadenadas a un descontento y hastío vital de los que la película se erige en representación— son algunos de esos muchos motivos.
Existen, como decía, muchas razones para elevar esta película a la cima, sí, pero voy a centrarme en una de las que me resultan más poderosas.
THE HAUNTING.
EL HOGAR DE LOS MALDITOS.
Hay una secuencia discreta que supone para mí una de las muestras más claras de la esencia de la película.
Cuando Eleanor (Julie Harris) —esa víctima y al mismo tiempo aliada de una casa dotada de vida y voluntad propia— se introduce por primera vez en su interior, ocurre algo grandioso que parece insignificante. No hay efectismo ni trucos recurrentes del terror insípido fabricado para reventar taquillas.
Aquí prima la contención, la tranquilidad de quien está habituado a convivir con aquello que haría perder la razón a cualquiera, y Wise, haciendo gala de una habilidad pasmosa, juega una de las cartas que hacen de esta película una grandeza: la atmósfera enrarecida, la extraña calma que precede a una tormenta que no llegará, sencillamente porque se encuentra en su punto álgido permanentemente.
La casa —igual que el hotel Overlook de El resplandor—no es un monstruo dormido al que es mejor no despertar, lo que no debe hacerse es penetrar en el interior del monstruo. Una vez dentro, la realidad pierde todo su significado, las reglas cambian y sólo quien realmente quiera huir podrá hacerlo. El resto se convertirá en una más de las sombras que se mueven en su interior.
Quien guarda el monstruo lo sabe, y como todo aquello que se mueve en su interior, desprende esa enfermiza calma, esa extraña apariencia de personaje de una pesadilla.
Especialmente cuando lanza su advertencia, cuando le brinda la última oportunidad a Eleanor —un personaje que necesita la casa tanto como huir de ella— para alejarse de la destrucción psicológica y física que en realidad tanto anhela.
Para Eleanor, el interior del monstruo es mucho más seguro que el mundo exterior del que huye. Aún así, el fantasma que guarda la puerta debe lanzar su advertencia, y con ella llegan dos cosas: la última oportunidad para Eleanor de huir de lo único que realmente desea y uno de los puntos álgidos más sutiles del cine: «No habrá nadie por aquí si necesita ayuda. No podríamos oírla… por la noche. Nadie podría… en la oscuridad…»
El guion de The haunting es capaz de volarle la cabeza a cualquiera.
La película avanza, el poder de la casa crece, la soledad y la tristeza de los personajes —especialmente de Eleanor— se desborda alimentando al monstruo y Wise mantiene la línea de la historia para llegar a una de las secuencias más rompedoras que he visto jamás (dejo un enlace a pie de texto.)
Aquí tenemos de todo: contención, atmósfera, ausencia de efectismo… y todo ejecutado con la compleja sencillez inherente a la grandeza.
Como todo lo que ocurre en el interior del monstruo, la historia transcurre en un juego de luces y sombras, de sonidos lejanos que oímos muy de cerca en un laberinto extraño y onírico cuyos caminos desaparecen en cuanto son recorridos, sin principio ni fin.
Todo lo que deambula por allí lo hace de forma continua, no hay apariciones súbitas ni picos baratos de tensión para el grito fácil y palomitas volantes por el cine o el salón. No hay efectismo. Nada de eso. Hay causa y efecto.
En cierto sentido, Wise va más allá de la fuente, de lo que fue incluso el mismísimo Jack Clayton jugando la misma carta en su obra maestra, The innocents.
Todo lo que el monstruo alberga en su interior está ahí permanentemente, no se oculta. Observa y acecha sin cesar, sin dar tregua. La falsa sensación de tranquilidad es la clave para la jugada maestra de Wise.
No hay calma que preceda a la tormenta, la tormenta es precisamente la contención que impide gritar, huir e incluso respirar el aliento viciado del monstruo. Por eso esta secuencia es única, porque sin prácticamente nada nos lo dice todo.
Después, la película continua y Wise nos somete a los designios de la casa. Un ser vivo alimentado por los fantasmas vivos y los viejos recuerdos de los muertos. Un lugar maldito donde la soledad, la tristeza y el dolor de quienes no encuentran su sitio en el mundo se convertirá en una dulce condena a cumplir donde podrán quedarse para siempre. El precio no importa, es precisamente su vida la que han venido a dejar atrás.
A nivel visual, The haunting es una de las películas más elocuentes y hermosas que veré jamás. A nivel narrativo, es uno de los mejores ejemplos de como el terror nos habla de aquellos que huyen del dolor, la incomprensión y la soledad.
Y es que —tal y como dice el guion al inicio y final de la película— «aquellos que por allí caminan, caminan en soledad».
Enlace a la secuencia: https://www.youtube.com/watch?v=sog3etUwtSk
Película disponible: https://www.filmin.es/pelicula/la-casa-encantada
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Abril 2021.