CEREZO & G. GÓMEZ.
DOS CABALGAN JUNTOS.
Viejos, la nueva película de Raúl Cerezo y Fernando González Gómez, llega tras la irrupción del dúo en escena con una miscelánea de géneros aunados en la estupenda y atrevida La pasajera, y su llegada demuestra que esta unión obvia su primer título, pues no es precisamente pasajera.
Viejos —The Elderly para el mercado anglosajón— confirma que la unión hace la fuerza. Como el mismísimo John Ford dijo en su mítica película, estos dos tipos cabalgan juntos hacia el nuevo horizonte del cine de terror, fantástico y de ciencia-ficción fabricado en España. Viejos supone, con su aire denso y viciado, un nuevo camino.
VIEJOS. ESCUELA DE CALOR.
«Arde la calle al sol de poniente, hay tribus ocultas cerca del río, esperando que caiga la noche. Hace falta valor… Ven a la escuela de calor…» Obviamente, los versos de la célebre canción de Radio Futura no tienen relación alguna con la película, y sin embargo podrían servir perfectamente como resumen de este arriesgado y estupendo ejercicio de cine de terror.
El calor, una nueva e inesperada tribu de seres malditos y la noche eterna se ciernen sobre Madrid. La premisa de la película es ambiciosa, y el resultado no defrauda.
En esta ocasión, el dúo deja atrás el tono desenfadado y gamberro propio de la Serie B del que se alimentó en su ópera prima, apostando por una puesta en escena mucho más sobria, pero, al igual que en La pasajera, plena de narrativa literal, simbólica y visual; narrativa que se ha visto enriquecida por el magnífico guion escrito a tres manos por el propio Cerezo, y —a modo de guardianes entre el centeno—, Rubén Sánchez Trigos y Javier Trigales.
De esta sólida narrativa se desprende un aire sucio, denso e irrespirable que deforma y acorrala tanto a los personajes como al escenario y el espectador, un factor decisivo en la película que depende de la excepcional fotografía de Ignacio Aguilar, quien olvida la paleta fría y nebulosa de La pasajera, para aplastar y deformarlo todo bajo el calor que hace de Viejos una película visualmente grotesca y literalmente excepcional.
Ese factor, el desasosiego físico y emocional se expande y se transmite al espectador como una enfermedad desde el inicio mismo. Así, la película surge de las entrañas de un lienzo de Goya, sirviendo la capacidad que el pintor tenía para radiografiar las miserias humanas en general (y las de un Madrid destruido en concreto), para alimentar el monstruo que se oculta tras Viejos.
La baza principal de la película es la vejez retratada como la única enfermedad de la que nadie puede huir, y a cuyas víctimas todo el mundo aparta, o, incluso en el mejor de los casos, trata como un problema desagradable y difícil de gestionar.
Sin embargo, siendo la vida una enfermedad mortal en sí misma, ese problema que todo el mundo elude es el único que todos tenemos en común. Obviamente, Viejos no es la única película que aborda el miedo a envejecer, ni la única que utiliza la vejez como un elemento terrorífico con el que los personajes atemorizan y atacan a sus víctimas, pero su enfoque es muy personal.
Desde obras maestras imperecederas como El exorcista —en la que la vejez y la muerte se utilizan como el arma psicológica definitiva—, hasta muestras más recientes de la vejez a modo de arma y elemento a temer como las estupendas Babadook, Saint Maud, o X, la responsable del alza que experimenta últimamente el siempre bueno de Ti West.
Sin embargo, incluso desde su factura adaptada a un presupuesto modesto, Viejos somete el temor y destino común de la humanidad a un tratamiento tan propio como arriesgado, pues transforma elementos tan rutinarios como un barrio modesto de una gran ciudad, las relaciones familiares ante la vejez y la muerte, y el interior de un viejo edificio en el terror en sí mismo.
Un terror cañí y al mismo tiempo de proporciones cósmicas…
Que la dirección de Cerezo y González es certera, se hace patente desde el argumento sencillo que ambos logran transformar en un monstruo terrible, deforme y sudoroso, sostenido especialmente por las crecientes y abrumadoras interpretaciones.
Manuel (Zorion Eguileor), un anciano que vive con su mujer, es testigo del traumático suicidio de su esposa, y a pesar de sus negativas, se traslada a la casa de su hijo Mario (Gustavo Salmerón), quien somete a su mujer Lena (Irene Anula), y su hija Naia (Paula Gallego), a una situación de creciente rechazo e inestabilidad emocional que desencadena nada menos que una especie de fin del mundo a manos de un nuevo pueblo de los malditos en el que el poder de la infancia se invierte, cediendo la fuerza a la vejez.
Una vez presentados los personajes y el argumento, la película despliega su potencial y ataca sin piedad.
Al estupendo guion de Cerezo, Trigos y Trigales, lleno de propuestas que van desde la oscuridad sucia y tétrica de Polanski y —en cierto e ibérico sentido—, de la saga Rec y el ambiente de La comunidad, reflejada en los edificios donde se desarrolla la trama, hasta no tan lejanos tintes cósmicos y apocalípticos que reclaman a Lovecraft, se suman la ya mencionada fotografía de Aguilar, las crecientes y magníficas interpretaciones de Zorion Eguileor y Paula Gallego y un elenco de secundarios con un empaque envidiable.
Pero más allá de todos los méritos que adornan la película, una de las cosas que más captó mi atención fue el montaje de José Manuel Jiménez, que, a instancias obvias de los directores, aporta una precisión abrumadora a una película que utiliza todos sus trucos en el momento exacto.
Viejos ofrece, en definitiva, una visión costumbrista del terror que hereda de La pasajera, pero a pesar de ciertas y sutiles concesiones al humor, se centra en el miedo que se hace tangible a través de ese calor sucio e insano que deforma la cuidad y se adueña de los cuerpos de los ancianos, que, desafiando y venciendo a la muerte, recurren a artes oscuras que acercan con gran acierto la película al terreno de la ciencia-ficción y la invasión tecnológica llevada a cabo con elementos convenientemente obsoletos, invirtiendo las reglas de clásicos gigantescos del terror como El pueblo de los malditos o ¿Quién puede matar a un niño?
Viejos arriesga y gana una identidad propia al transfigurar las infancias malditas y sus inescrutables motivos en un ejército de ancianos que avanza en medio de un calor grotesco e implacable, sumiendo a Madrid y sus habitantes en la locura, la enfermedad y la muerte que todos hallaremos en el camino hacia la victoria de los deformes, de los viejos que reclaman la hora de su venganza.
Como Tod Browning dijo en Freaks, si no eres «uno de nosotros», morirás. Y lo harás joven.
Bienvenidos a la escuela de calor.
Bienvenidos a la noche eterna y un nuevo orden del universo.
Bienvenidos a la nueva senda del terror español.
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Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Octubre 2022.