ROSE GLASS.
LA SENDA DE LOS GIGANTES.
Hay al menos dos cosas que Rose Glass deja claras con Saint Maud: de dónde viene y hacia dónde va. La multitud de fuentes de las que bebe esta sorprendente, modesta y magnífica película, son referentes indiscutibles del cine en general y el terror en concreto. El ambiente sórdido y opresivo con el Polanski dotó a su mítica trilogía del apartamento impregna, mediante un testigo recogido por Glass de forma ejemplar, todos los aspectos de la película.
Sumada a esta enorme influencia, podemos ver —aunque de forma más velada— la sombra de El exorcista planeando sutilmente desde el plano de las escaleras al inicio de la película, hasta los obsesivos fantasmas que perturban la mente de la protagonista. Nos enfrentamos, pues, a una película honesta. Tanto que sabe aprovechar la perturbadora y ambigua tortura psicológica que Polanski y Friedkin llevaron a la cima con sus obras, para hacer de su película una obra con identidad propia. Algo que la curtida en el mundo del cortometraje, Rose Glass, se ha ganado por méritos propios. Al fin y la cabo, saber utilizar las influencias para obtener un lenguaje propio, no es algo sencillo en absoluto.
Pero el origen de tan magnífico destino no termina ahí, hay más.
Mucho y muy significativo.
SAINT MAUD. TERRORES ANCESTRALES, NATURALES Y NUEVAS FORMAS VISUALES.
Una vez establecidas y asimiladas las fuentes, la película de Glass debe enfrentarse al verdadero reto: superar la barrera de la repetición y el hastío del público masivo de una era que se engaña a sí misma creyendo que ya lo ha visto todo.
Nada —en esta película totalmente ajena al mundo sobrenatural— más lejos de la realidad en la que se desarrolla.
La premisa de la película nos acerca más al drama filosófico y existencial que al género al que realmente pertenece.
Maud (Morfydd Clark), una joven enfermera traumatizada por un grotesco y desgraciado accidente en su trabajo, se refugia en la fe cristiana, a la que se entrega cada vez con más fervor e implicación mental y física. Su nuevo trabajo consiste en cuidar de Amanda (Jennifer Ehle), una famosa, cínica y altiva bailarina retirada debido a una enfermedad terminal que la obliga a enfrentarse y convivir con su propia muerte, algo que hará durante los últimos días de una vida que apura su último aliento en busca de dos tipos de complicidad: el hedonismo de sus antiguos días de gloria y la empatía y consuelo ante el terror de sus días de dolor y despedida.
Partiendo de este dramático escenario, Glass introduce al espectador en una atmósfera enrarecida que se nueve a un ritmo denso e inquietante. El público no sabe qué, cuándo o cómo, pero sabe que algo terrible acecha los personajes de la película, algo que lleva la historia justo donde Glass quiere: al terror.
Pero, ¿qué forma adopta ese terror?
Decía antes que los orígenes de la película no terminan en las cimas cinematográficas sobre las que se sustenta, hay más referentes que alimentan su grandeza.
El personaje de Amanda recorre sus últimos días encerrada en una mansión situada en una colina, próxima a un acantilado. Así, Glass recurre a dos referentes clásicos que reinventa con sus nuevas formas: la mansión decadente y embrujada, protagonista de miles de cuentos y películas de terror, y el fantasma nostálgico, narcisista y encadenado al miedo y el olvido que reclama las formas de Norma Desmond en el paseo por Sunset Boulevard de Billy Wilder, revestido con las formas del siglo XXI por el magnífico trabajo de Glass. Estas sutiles referencias adaptadas magistralmente a nuestros días, reinventan a favor de la película de Glass el concepto de clásico moderno.
No se detiene aquí esta máquina en busca del tiempo perdido. El pasado tiene una importancia fundamental en la película, tanto, que el más ancestral de todos los elementos que maneja, es el que sumerge a la película y sus espectadores en las profundidades de su verdadera razón de ser: el terror generado por la fe, la distorsión de la realidad que han padecido a lo largo de los siglos los místicos, visionarios, iluminados, estigmatizados y demás víctimas de algo que no vas más allá de enfermedades mentales y sensibilidades extremas fuera de control.
Por si esto fuese poco, Glass intorduce en la ecuación al mismísimo William Blake con un buen gusto y sutileza admirables.
Esa terrorífica realidad, ese sueño de la razón que produce dioses y monstruos del que Goya grabó su visión, bebe precisamente de la pintura, de las deformes y extasiadas por la fe formas del Greco. La mayor parte de los planos de la película son cerrados, sus ángulos y tiros de cámara deforman mediante picados más o menos drásticos los enloquecidos registros de la impagable interpretación de Morfydd Clark, algo que sumado a un sonido casi palpable y una banda sonora demoledora por contundente e inclusiva dan a la película un cuerpo que roba en todo momento nuestro espíritu.
La arriesgada por deudora y vanguardista dirección de Rose Glass, el duelo interpretativo entre Jennifer Ehle y Morfydd Clark, totalmente entregadas a la inmensa profundidad de sus personajes, la peculiar y maravillosa dirección de fotografía de Ben Fordesman y la sorprendente música de Adam Janota Bzowski, hacen de Saint Maud una de las piezas que, jugando una partida clásica, vuela por los aires el tablero.
Glass no cede terreno en ningún momento y exprime cada segundo de los ochenta y cuatro minutos de metraje, manteniendo un ritmo pausado y desolador que hace nuestros los terrores de dos fantasmas que enfrentan sus respectivas y distorsionadas formas de ver la vida en su tramo final.
Con ese rumbo fijo, el horizonte de Glass se centra cada vez en más en la lucha interna que Maud sostiene contra sí misma, sus fantasmas pasados, su dios presente y única esperanza de futuro, su excitada sensibilidad corporal —que la remite irremediablemente a la adaptación de Carrie que Brian de Palma le regaló a la humanidad— el mundo exterior que sigue su inexorable y egocéntrica ruta suicida, y especialmente, contra una fe que en realidad no puede justificar ni argumentar en ningún momento, una fe en la que en realidad no cree, pero en la que debe creer para recorrer el único camino por el que esta Juana de Arco del mundo moderno puede caminar.
Una Juana de Arco que supone más fuentes para esta maravillosa miscelánea, pues nos remite directamente a las visiones que sobre ella tuvieron C.T. Dreyer, Robert Bresson y Luc Besson.
El camino que traza esta película conduce al corazón del terror natural y humano. Un terror que lleva en el mundo desde que se inventó el negocio de la fe, que, en un siglo XXI entregado al sueño de las luces artificiales, sostiene todavía las bases de los poderes medievales .
Glass es una película de terror, eso sí podemos creerlo.
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Octubre 2021.