TIGON FILMS.
A BRITISH EXPLOITATION.
Blood on Satan’s Claw (conocida en España por La garra de Satán), es posiblemente la película que más sentimientos encontrados provoca de las producidas por uno de los dos nombres más olvidados del terror británico de Serie B coetáneo de las poderosas Hammer y Amicus: Tigon Films.
Si establecemos una comparación entre las productoras de terror y la jerarquía británica, la Hammer es la reina indiscutible, la Amicus su primer ministro y, ya entre el vulgo se alzan las voces de dos productoras condenadas al olvido, pero con una considerable aportación al terror y al cine de explotación y brujería: Tigon Films y Tyburn Films.
Ambas fueron contemporáneas de sus jerarcas (especialmente Tigon Films), compartieron formas y fondo, además de contar con algunas de las piezas fundamentales del terror gótico anglosajón como Peter Cushing, Freddie Francis (padre de Kevin Francis, fundador de Tyburn Films), Roy Ward Baker o Vincent Price, protagonista precisamente de la película más aclamada de Tigon Films, Witchfinder General, dirigida por el tempranamente malogrado buque insignia de la modesta productora, el gran Michael Reeves.
Sin embargo, aun siendo Reeves el autor más notable de Tigon, creo que los esfuerzos de Piers Haggard en Blood on Satan’s Claw y su importancia en el auge del «Folk Horror», hacen que la película —por más irregular que sea— merezca más consideración de la que recibe.
Hagamos, pues, justicia con las brujas.
BLOOD ON SATAN’S CLAW.
THE DAWN OF THE WICKER MAN.
Es un hecho indiscutible que la película The Wicker Man (Robin Hardy, 1973), es la más reconocida de todas las que forman ese universo tan particular y fascinante que conocemos por«Folk Horror», una manera de entender el género de terror que últimamente ha experimentado una suerte de resurrección, especialmente gracias a dos títulos: The Witch (Robert Eggers, 2015) y Midsommar (Ari Aster, 2019).
Pero tras el nuevo auge y el mito ya imperecedero que supone The Wicker Man, hay más. Eye of the Devil (J. Lee Thompson, 1966), adelantó considerablemente las maneras de Hardy, The Witches (Cyril Frankel, 1966), se adentra en los ritos procedentes de la hechicería africana, y además cuenta con una baza clave: el guion de Nigel Kneale, responsable de los textos de la saga televisiva y cinematográfica del Dr. Quatermass, y —junto a M.R. James— principal estandarte de las grandiosas producciones televisivas de la BBC y sus especiales de terror, donde Kneale se centra en la brujería y el entorno rural con la magnífica Against the Crowd (1975).
Es obvio que Hardy y su hombre de mimbre no caminan solos por la senda que conduce a lo más atávico y profundo de la naturaleza. Si algo caracteriza al «Folk Horror», es la huida de los muros cerrados y tenebrosos de los castillos que pueblan el terror gótico, incluso de los páramos envueltos en el aliento de la niebla por los que transitan y acechan almas en pena y licántropos en busca de víctimas.
Este «subgénero» se adentra en el bosque, sí, pero en busca de espacios abiertos que sirvan como escenario para los rituales y la lucha entre la religión cerrada a la tradición y la superstición, y el paganismo ávido de sabiduría, sexualidad y fuerzas ocultas. Las brujas de Blood on Satan’s Claw escudriñan la oscuridad, pero bailan a plena luz del día.
La película de Haggard es irregular y carga con lastres que resultan demasiado pesados. Es cierto que el guion se dispersa, y algunos personajes pierden una presencia que la introducción auspicia como clave para el desarrollo de una trama que, finalmente, sí habría necesitado de un trazo más firme en ciertos personajes, como el del juez interpretado por Patrick Wymark, por ejemplo.
Pero lastres aparte, lo cierto es que Haggard carga el arma con otra munición, logrando una película con una ambientación muy buena, ceñida en el aspecto del paisaje a los bosques e idiosincrasia social «Hammerianos», y entregando muy sabiamente el control de la película a su Morgana particular: Angel Blake (Lynda Hayden), la bruja que experimenta una vertiginosa metamorfosis que convierte a una niña en la reina del retorno a lo más ancestral y pasional de la naturaleza del mal. Un mal que persigue un solo objetivo: pasarlo bien, divertirse mientras destruye a sus enemigos.
Este cruce de fronteras entre el bien impuesto por el mal religioso y el mal que surge de las entrañas naturales es el pilar maestro de la película, manteniéndola a salvo de sus carencias y haciendo que resulte una pieza realmente interesante.
Si hay algo que la religión tradicional ha considerado siempre como el mal en sí mismo, como el enemigo eterno a someter y combatir, es el tránsito de la infancia a la vida adulta en las mujeres. Es decir, el despertar sexual y la apertura al conocimiento. Esto ha fundamentado dos cosas: la imagen que de las brujas ha tenido una sociedad construida en base a la ignorancia, la superstición y el miedo, y el eje sobre el que pivota el «Folk Horror» en general y esta película en concreto. Haggard aborda con habilidad ese tránsito y avidez de conocimiento desde el inicio de la película.
En el siglo XVII, Ralph Gower (Barry Andrews), un campesino del lugar, encuentra mientras trabaja unos extraños restos humanos que desaparecen misteriosamente cuando logra convencer al juez para que inspeccione el lugar. Al poco tiempo —mientras los primeros fenómenos extraños se desencadenan— un grupo de niños liderados por Angel Blake, encuentran en los campos una extraña garra. En ese momento, Haggard entrega la película a Lynda Hayden, y ella asume la carga con una interpretación sutil y perlada de matices que salvará la película de todos sus males.
Esa sutileza se hace patente en el momento justo del encuentro entre Angel Blake y el diablo, en un solo plano, mediante un solo gesto sutil y fugaz, Hayden lleva su interpretación y la razón de ser de la película al punto álgido del que —en lo que respecta a Hayden— ya no descenderá: el tránsito de la infancia a la vida adulta, el paso de la inocencia al deseo.
El viaje hacia el conocimiento y la oscuridad que Angel Blake y sus acólitos herejes emprenden, prende su mecha en ese gesto sutil, en uno de esos momentos que solo las grandes interpretaciones que comprenden y asimilan profundamente el personaje y la historia hacen posible. Solo ese gesto efímero, salva a la película de sí misma y la convierte en una pieza totalmente reivindicable.
Después, Haggard y Hayden consolidan su alianza, y la película bebe de la maldad inherente a infantes perversos, como los que pueblan la maternidad y el universo de La semilla del diablo o El pueblo de los malditos, para arrojarse al abismo de la Serie B y el «Witchexploitation» a la manera británica, es decir, en medio de la campiña en la que el amanecer sexual y la senda hacia la sabiduría oscura se muestran con el rostro de la eterna juventud y la fuerza de un bosque al que los hombres —aunque destruyan ese mal— ya no pueden volver.
Blood on Satan’s Claw es, pese a sus males, una fuente de oscuridad que avivó el fuego de The Wicker Man. Y eso, como a las brujas y su sabiduría atávica y pagana, no debemos olvidarlo.
https://www.filmin.es/pelicula/la-garra-de-satan
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Octubre 2022.