ANGST. GERALD KARGL, UN PODER OCULTO.
Angst no es absoluto lo que parece, pues parece una película de Serie B creada para rellenar la programación televisiva de la década de los ochenta en una geografía tan insólita como la austríaca. Sin embargo, la única obra de ficción de Gerald Kargl (quien solo ha dirigido dos documentales y este largometraje desde 1980 hasta la fecha), es una pieza prácticamente única en la historia de las grandes películas que se han hecho para la pequeña pantalla.

Con solo 76 minutos de metraje y prescindiendo de medios y alardes técnicos, el primer y último largometraje de Kargl es literalmente un poder oculto.
El aspecto crudo y directo —en cierto modo deudor de su vecino cine alemán de los setenta— delata a su autor como el realizador de documentales que habría sido si su carrera se hubiese desarrollado, pero lo realmente sorprendente, extraño y sobrecogedor son el arrojo y dominio cinematográficos que derrocha en esta pequeña barbaridad que entronca de forma relativa e insólita con otras obras y nombres de mayor calado y envergadura.
Así, el espectador que decida adentrarse en esta crónica enfermiza verá similitudes con otros fenómenos que habitan en el perímetro de la televisión británica, como Threads, Scum o The Appointment, y —en lo que a la delirante repulsión visual, social y emocional se refiere— las reminiscencias a La naranja mecánica, Posesión, y ciertos pasajes del universo de David Lynch son inevitables.
Por otra parte, hay ciertas muestras de la conducta del protagonista de Angst que recuerdan significativamente al repugnante y primitivo personaje interpretado por Dennis Quaid en La sustancia; esa sensación de rechazo visceral ante una capa de podredumbre que parece infectar la película de Kargl, convirtiéndola en un artefacto hediondo, también podemos encontrarla en las magníficas Última salida, Brooklyn o El monstruo de St. Pauli (Fatih Akin, 2019).
A pesar de su modesta condición, la única obra de ficción filmada por Gerald Kargl es un poder oculto capaz de generar un rechazo fascinante.
CINE ÚNICO, ENLOQUECIDO, SALVAJE Y REPULSIVO.
Angst comienza de forma totalmente fiel a su naturaleza documental e inquietante. El sonido del viento y una gota de agua que cae sin cesar sobre un espacio invisible se alía con el aspecto sucio y deprimente del edificio que la cámara sobrevuela y en el que se adentra lentamente hasta mostrar un patio carcelario en el que, al mismo tiempo que una rueda de presos gira, una bandada de pájaros alza el vuelo hacia un cielo en el que el sol no brilla lo bastante como para transmitir paz.
La cámara continua su viaje por la prisión hasta alcanzar una celda que muestra mediante un plano cenital la figura de un personaje que alimenta de una luz y comida frugales. Una voz procedente de un espacio exterior indeterminado irrumpe en el reducido perímetro.
«El miedo en sus ojos y el cuchillo en su pecho. Este es el último recuerdo de mi madre. Por aquello tuve que ir a prisión cuatro años».
La voz (Robert Hunger-Bühler), que no habita en el mismo espacio que el cuerpo, habla al espectador por K., el psicópata (Erwin Leder) —una especie de trasunto moderno de M, el vampiro de Düsseldorf—, quien mediante sus actos pasados pone alerta al público sobre una serie de terribles acontecimientos a punto de desatarse lentamente.


La cámara flota en el aire malsano de la prisión, oscila de forma imperfecta en torno a las rutinas de K y la penitenciaria mientras La voz continua con su narración. Los movimientos de la cámara no se rinden a la técnica, sino que sucumben a la inestabilidad y la desazón que actúan como fuerzas motrices de la película. Desde el primer instante y de forma progresiva hacia la repulsión total, una sensación extraña e insana invade al espectador de esta locura.
K cumple su condena y sale de prisión. La voz sigue comunicando el pasado y los pensamientos del protagonista con el presente y la mente del espectador. K camina a la deriva por una ciudad en la que ha vivido durante años pero que no ha visto jamás, y pronto ese extraño sentimiento de confusión cede su lugar al instinto grotesco del monstruo que, inmune al sueño penitenciario, ahora es libre de nuevo.
K, se mueve de forma extraña, entra en una cafetería y despierta cierto recelo en uno de los clientes que lee un diario en el que de forma en absoluto casual destaca la palabra «guerra» en su primera plana.
Allí, en un escenario de lo más costumbrista, K revive al psicópata. La voz se alía con el montaje y la cámara de Gerald Kargl, y la presencia de dos mujeres jóvenes pone La voz al servicio de la demencia salvaje que se desatará a ritmo lento. El animal dormido ha despertado y la sensación de repugnancia hacia el cuerpo humano que habita no hará más que crecer de forma imparable.


K come, desea, imagina y causa repulsa. Pero la bestia debe aguardar un poco más. Abandona el lugar y sube a un taxi que lo aleja de la supuesta civilización, allí intenta dar rienda suelta a su verdadera naturaleza, pero fracasa y huye mientras ruge y el rostro del humano se descompone en una serie de muecas grotescas, delirantes y cada vez más repulsivas. Poco tiempo de metraje necesita el autor para demostrar al espectador que K, pese a su libertad, no puede sobrevivir en el exterior.
Como Alex tras ser agredido en La naranja mecánica, K huye desorientado tras su intento frustrado de agresión, y como aquel, éste también encuentra un hogar apartado. Este hogar, aparentemente abandonado, supondrá el refugio para K y la más repulsiva de las pesadillas para sus habitantes y el espectador.



K irrumpe en la casa, deambula por su interior y su cabeza regresa completamente a la locura. Un pequeño perro se cruza en su camino, pero más allá de la sorpresa y cierta curiosidad inicial, el depredador descarta a una presa por la que no siente interés alguno. De pronto, en medio de una casa que dista mucho de ofrecer sosiego al espectador, un minusválido físico y psíquico (Rudpolf Götz) irrumpe en la trama llamando padre a K.
No hay punto de retorno ni asidero posible desde ese momento. La música de uno de los fundadores de Tangerine Dream, Klaus Schulze cae como una losa sobre el interior de la casa, y el aire se vuelve irrespirable. El resto de los miembros de la familia que habita la casa regresan, y el refugio se convierte en un laberinto delirante, opresivo y letal. Los colores, estancias, actitudes y rostros de todos los personajes que ahora están encerrados en la casa parecen salidos directamente de una pesadilla de David Lynch.





La locura es la única razón de ser, y como en aquella Posesión de Zulawski, la pequeña película de Kargl parece descomponerse en mil retazos de un sueño enloquecido. Ninguna de las reacciones de los personajes responde a la lógica. K ataca a todos los miembros de la familia, y aunque el director mantiene el ritmo a una velocidad baja, los rostros, cuerpos y acciones de todos los personajes parecen frenéticos.
La violencia es incontenible, la música de Klaus Schulze se mezcla con el aire denso e irrespirable, y los elementos líquidos (sangre, sudor y agua) brotan de los cuerpos y los rostros lívidos de aquellos que ya son fantasmas. El cuerpo de K parece pudrirse, deteriorase en vida de la forma más gráfica imaginable, tanto que el olfato del espectador parece captar la repugnante sensación que llega a sus ojos.
El delirio de K avanza sin cesar y la muerte alcanza el punto álgido de la repulsión. Todos los sentidos del espectador son prisioneros de la película, y el horror delirante se apodera del ritmo que —ahora sí— acelera el paso hasta que el cúmulo de sensaciones hacen desbordar la angustia.







Después, cuando el éxtasis grotesco ha fijado las imágenes del terror delirante, salvaje y repulsivo en la memoria del espectador, la película regresa a su punto de partida. K emprende una huida enloquecida que termina en la cafetería a la que llegó tras salir de la cárcel.
Allí, tras el horror y convertido en un cadáver andante en descomposición, se encuentra de nuevo con los mismos personajes que habitan ese reducido cosmos. Pero los términos se han invertido; el cliente que leía el diario con la palabra <<guerra>> en su primera plana ahora lee otro cuyo titular dice <<paz>>.
Angst, un círculo vicioso del que surge un cine único, enloquecido, salvaje y repulsivo, concluye su breve y grotesco recorrido para no abandonar la memoria del espectador jamás.
Ese es el poder oculto de esta pequeña película, el de una inmensa pesadilla.
Película disponible en este ENLACE:
https://m.ok.ru/video/3180476959317
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Abril 2025.
