LA PAZ.
UNA UTOPÍA DE STANLEY KUBRICK.
La naturaleza de La naranja mecánica es paradójica, tanto bajo la visión de Stanley Kubrick, como desde su origen literario en las páginas de Anthony Burgess, hasta en su destino final trazado por la ironía de las circunstancias.
Cuenta la historia que Kubrick leyó la edición americana de la novela, que omitió el último capitulo, con lo cual el rodaje en Inglaterra se llevó a cabo en base a la mutilación americana, lo que supuso una paradójica situación, algo que forma parte de la novela y la película, pues la contradicción con respecto a la violencia es la marca de identidad de la historia.
Han pasado cincuenta años desde la incursión de Kubrick y su particular imaginario en el universo de Burgess y la idiosincrasia de los años setenta, y podrían pasar cien, que la película seguiría siendo inexplicablemente extraña, desagradable y enigmática.
La naranja mecánica comparte edad, continente y temática con una de las obras maestras más poéticas y salvajes sobre la violencia inherente al ser humano en general y de Sam Peckinpah en concreto.
Perros de paja no concede tregua a nadie en ningún momento, pero todos sus personajes tienen motivos para actuar como salvajes -independientemente de los repulsivos o comprensibles que puedan parecernos, los tienen- sin embargo, en la película de Kubrick la violencia no responde a una condición natural que despierta ante un deseo, sencillamente, aquí nos enfrentamos a una distopía social y natural.
Todo, absolutamente todo está podrido aquí, desde la enfermedad al remedio, desde las víctimas hasta los verdugos. Todo gira en esta espiral de violencia en torno a un ambiente extraño, futurista y sucio, todo gira en esta distopía sin apocalipsis en la que la paz es una utopía.
Todo gira como una rueda fuera de control en la que simplemente todo cambia de lugar, esperando su turno para ejercer la violencia contra la que todos parecen pretender combatir.
Sobre el papel -y más allá del malsano y maravilloso mundo e idioma propio que Burgess ideó para su novela- la cuestión parece sencilla.
Alex -un impagable y mítico Malcom McDowell– y su grupo de <<drugos>> se dedican a cometer todo tipo de actos vandálicos en un tiempo y lugar de Gran Bretaña imposibles de determinar, profundamente marcados por la psicodelia futurista y las drogas tan propias de la época real de la película, que aportan al film su característica, maravillosa y mítica ambientación surgida del diseño de producción de John Barry, la dirección de arte de Russell Hugg y Peter Sheilds, el vestuario de Milena Canonero y el imaginario del propio Kubrick.
Durante el primer acto -Kubrick estructura la película en bloques- asistimos a las correrías de Alex y su banda, mientras que al mismo tiempo conocemos su vida diaria en el hogar que comparte con sus padres, y sus interacciones con la figura del Señor Deltoid (Aubrey Morris) unas relaciones basadas en una violenta y sexualizada vigilancia docente, orientada a la inserción de Alex en la sociedad.
Todo transcurre con aparente normalidad dentro de la antinatural y anormal situación en que se desenvuelve la película hasta que dos acontecimientos decisivos tienen lugar.
Uno profético y otro inmediato.
Durante uno de sus ataques, Alex y sus secuaces irrumpen en la casa de Frank Alexander (un excepcional Patrick Magee) un escritor que vive en paz con su joven esposa (Adrienne Corri). Ambos sufren un salvaje ataque por parte de la banda, algo que sembrará la semilla que Kubrick hará brotar en el último acto de la película.
Más tarde, en otra de sus incursiones, Alex entra furtivamente en la casa de una extraña mujer, la <<señora de los gatos>> (Miriam Karlin). La situación se descontrola, y tras agredirla brutalmente y ser traicionado por los resentidos miembros de su banda, Alex es capturado e interrogado violentamente por la policía.
Una vez en comisaria, recibe la visita del Señor Deltoid, quien le comunica que la señora atacada ha muerto. La violencia emana de prácticamente todos los personajes y situaciones del primer acto de la película.
La paz es una utopía en este apocalipsis social.
Sin embargo, y a pesar de que ya se habían dejado notar significativamente en este acto, Kubrick despliega dos de sus armas más poderosas -y las que darán a la película un aspecto más reconocible dentro de su universo particular- a partir del segundo acto.
LA NARANJA MECÁNICA.
HOMO HOMINI LUPUS.
Todo aquello que vemos en La naranja mecánica es profundamente desagradable, sucio y hostil. Todo lo que oímos, también.
La fotografía del siempre excelente -y habitual de Kubrick- John Alcott, nos muestra ese mundo real situado en un tiempo y espacio imaginarios, con el aspecto denso, gris, sucio, melancólico y casi irrespirable de la década a la que pertenece la película.
La manipulación onírica, extraña y psicodélica a la que el genial Wendy Carlos somete la Marcha fúnebre de Henry Purcell -convertida en el tema principal y de obertura de la película- a los dictados del universo de Kubrick.
Más tarde, Rossini y su La gazza ladra, irrumpen en la película sin adulterar, y por último y a lo largo de toda la película -tanto de la mano de Wendy Carlos como en sí mismo- el todopoderoso Beethoven se convierte en la herramienta y el personaje definitivo.
En el segundo y tercer acto, Kubrick orienta toda su narrativa hacia un único lugar, la violencia universal, la condición bajo la que todos los personajes de la película viven, conspiran, actúan y sufren. El delirio se desata, y -fiel a su condición paradójica- la película entra en su etapa más lenta, al mismo tiempo que la violencia se ejerce desde más puntos a la vez.
Si bien en su obertura la violencia solo procedía por parte de Alex y su banda -salvo en la pequeña muestra en la comisaría- en los dos actos restantes se muestra por todas partes. Kubrick frena en seco el ritmo de la película, y desata la furia con la que los hombres se destruirán entre sí.
La filosofía irrumpe en la trama, utilizando la manipulación, la venganza social, la violencia física por parte de los organismos estatales, la fuerza de la religión y sus dirigentes y la lucha por el poder político entre la oposición y el gobierno para ganar el favor de la opinión pública, como armas con las que la violencia no deja de ejercerse desde todos los ángulos y en todo momento.
El período en el que Alex oculta su naturaleza en la cárcel con el fin de lograr sus objetivos, es violento, su relación con el guarda de la prisión es violenta, su relación con el resto de los presos, también. Su relación con el sacerdote de la prisión, es sexualmente enfermiza, dogmática y violenta.
Su encuentro con el primer ministro, la salida de la cárcel y la llegada a la clínica donde recibirá el tratamiento, son violentos. Las conductas e intenciones de todos los implicados, son pérfidas y violentas.
Y al fin, en el tercer y último acto, la naturaleza paradójica de la película llega a su punto álgido. Aquello que debería suponer la cura para el crimen, eleva la violencia a la máxima cota. Todo lo que ocurre en el tercer acto es denigrante, delirante y extremadamente peligroso.
La violencia burocrática y científica desencadena la profecía de la que hablaba anteriormente, y, fiel a la venganza -uno de los pilares argumentales de la película- el viejo, torturado y trastornado escritor vuelve como un fantasma para derrocar al gobierno al que se opone y vengarse de su agresor y asesino de su esposa.
Homo homini lupus.
En su ejercicio de violencia densa y extraña, Kubrick abre fuego sin piedad contra todo y contra todos, pues esa es la esencia de la película. El mal contra el mal con el bien como excusa y moneda de cambio. La violencia omnipresente.
Creo que La naranja mecánica tiene -o tuvo durante mucho tiempo- la extraña capacidad de fascinar y atrapar al público adolescente, un público que -si bien jamás olvida la película y la visita en muchas ocasiones- responde a un misterioso influjo que lo mueve a apartarse durante un tiempo, acercándose más a otras películas de Kubrick.
Sin embargo, hay algo casi indescriptible, una especie de magia, de vínculo extraño, que te ata a la atmósfera de la película para siempre. Nunca he pensado que La naranja mecánica sea la mejor película de Stanley Kubrick, y nunca lo haré, pero siempre sentiré una inquietante fascinación por ella.
En su cincuenta aniversario y en todos los que me queden por vivir.
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Último día de diciembre de 2021.