LA SUSTANCIA. EL CINE COMO FÓRMULA.
La sustancia hace gala de su nombre y honor a su naturaleza, pues su mente maestra, Coralie Fargeat impone su presencia en la galería del cine de terror y ciencia-ficción de la presente temporada.
Fargeat no es una cineasta recién llegada, ni La sustancia ha surgido de la nada dentro de su filmografía. En 2014 filmó Reality +, un excelente cortometraje que —de forma mucho más comedida que la hiperbólica sustancia— abordó un asunto muy similar. En cuanto a las formas y no solo el fondo, Fargeat mostró en la magnifica Revenge (2017) que tanto el tratamiento de sus personajes como el uso de los colores, los espacios y ciertas perspectivas no son una casualidad en La sustancia.
Si algo caracteriza la autoría propia de Fargeat —no solo la tiene sino que la utiliza de forma impecable— es que se nutre del cine que, obviamente, ha visto y disfrutado hasta el extremo. Algo que siempre carga con la desaprobación absurda de quienes sostienen que las influencias son una forma encubierta de plagio, cuando la realidad es que el principal alimento del cine es el propio cine.
Así, en Revenge podemos apreciar como las maneras de Fargeat desbordan en su película al mismo tiempo que disfrutamos al comprobar que ciertos elementos del Western fronterizo y no pocos recursos que la delirante, maravillosa y suicida Let the Corpses Tan (Hélène Cattet y Bruno Forzani, 2017) sirven como sustrato para la película de su autora.
Este principio conduce a un cine obtenido mediante una fórmula que en La sustancia se aplica con magníficos resultados en base a méritos propios.
LAS MIL Y UNA PELÍCULAS.
DEMI MOORE O ALICIA CONTRA EL ESPEJO.
Romper el espejo, dividir la unidad en una especie de caleidoscopio de referencias, armarse con uno de los fragmentos del espejo y atacar a la unidad y la yugular de la voz de su amo bien podrían ser las bases argumentales sobre las que se alza La sustancia.
No creo que una de las películas aparentemente destinadas a reinar en el género esta temporada tome demasiado en serio su posible aportación a la reflexión social y ciertos tormentos individuales ante la soledad que provoca el, digamos, efecto <<Sunset Boulevard>>.
No lo creo precisamente porque nadie en sus cabales se enfrentaría a nivel narrativo y cinematográfico a la obra maestra de Billy Wilder.
Tampoco creo que se tome demasiado en serio el testigo que recoge de Seconds, la pieza magistral que sobre Fausto y la vida moderna filmó John Frankenheimer, o la herencia que recoge de la sátira elaborada por Robert Zemeckis en la injustamente menospreciada Death Becomes Her (1992).
Y por supuesto estoy seguro de que la presencia continua de Stanley Kubrick (créditos finales incluidos) es algo absolutamente serio en algunos aspectos —las simetrías y perspectivas, y el uso aséptico e ingrávido del color blanco, o el onírico y claustrofóbico del rojo— como festivo y desenfadado (o incluso gratuito) resulta recurrir reiteradamente al interior de lo que ocurre en El resplandor.
No creo que se tome en serio porque no necesita hacerlo, y esa es precisamente una de sus grandes bazas para ser la magnífica película que resulta ser.
Una película que lleva a Demi Moore donde no había estado jamás a ningún nivel (ni de interpretación ni de exposición al público y el entramado del espectáculo), ni probablemente volverá a estar jamás. Sin embargo, la narrativa visual que renuncia a las palabras en la medida y los momentos exactos desborda en todo momento y como elemento que sí ha de ser tomado completamente en serio, tanto como la odisea vertiginosa, delirante y repulsiva en la que Demi Moore se embarca a modo de nueva Alicia expulsada de las maravillas y dispuesta a romper el espejo, sus reflejos y todo aquello que opera en su lado oscuro, como en los primeros compases en los que la naturaleza clandestina de la sustancia y su ubicación extraña contrastan con los espacios abiertos a la luz y el esplendor de la ciudad de las estrellas.
El guion de la película —además de su eficacia visual— lleva a Elisabeth Sparkle (Demi Moore) al límite de la figura de la propia actriz, expuesta para disparar en primera línea de fuego contra sí misma y todo lo que tanto ella como su sosias —Sue (Margaret Qualley)— representan.
Sin necesidad de incidir demasiado en temas universales dentro del mundo del espectáculo, pero aportando una visión propia y perfectamente ejecutada por parte de Fargeat, La sustancia toma en serio la cantidad justa de elementos a exponer, pero siempre reservando el as en la manga que le permitirá hacer de la película una fiesta salvaje.
Por contra —y por suerte— la película maneja una cantidad considerable de factores que no se toma en serio, especialmente su avance hacia un tramo final desbocado en el que irrumpen la nueva carne y el Body Horror de Cronenberg (con ciertas alusiones a La cosa de Carpenter), el rostro deformado por Stuart Gordon en From Beyond —y su líquido verde en Re-Animator—, o en Society por Brian Yuzna, que da paso al gran Brian de Palma (sin dejar de lado en ningún momento a Hitchcock) cuyo punto álgido en Carrie se refleja en este espejo fragmentado en La sustancia, justo después de sacar a escena al Hombre elefante de David Lynch y sus orígenes en los Freaks de Tod Browning y el mito de Frankenstein, prólogos a un fin de fiesta por todo lo alto en lo que a divertimento se refiere.
Esto parece algo frívolo y dado al espectáculo vacuo, pero no lo es en absoluto.
La sustancia se divierte, y lo hace muy bien.
De la miscelánea constante saca una autoría y lenguaje propios. Además de una dirección e interpretaciones estupendas por parte de Demi Moore, Margaret Qualley —pese a sus inconvenientes Ticks— y un hiperbólico y repulsivo Dennis Quaid, —cuya presencia y la de sus secuaces recuerdan ligeramente a las élites distópicas y enfermizas que Terry Gilliam utiliza en Brazil, además de mostrar algunas de las secuencias que cuentan con un montaje especialmente sensacional— la película aprovecha el guion al máximo; no por las posibles lecturas sociales acerca del feminismo y la perfidia del espectáculo, sino por una narrativa cinematográfica que hace suyos los factores universales de la trama.
Los planos de la película juegan con el intercambio (tanto físico y evidente como metafórico y sutil) entre Moore y Qualley que se suceden hasta un acertado paroxismo visceral y orgánico en el que Qualley despliega toda su fuerza, esta vez ya sin gestos que lastren su interpretación; y juegan también con un montaje perfectamente medido, con dos planos contrapuestos: un cenital y un nadir subjetivo de la estrella dorada donde todo comienza y termina.
La sustancia sabe hacer perfectamente lo que hace. Y lo hace suyo.
Pero eso no es todo lo que aporta una estupenda autoría propia a La sustancia, ni lo mejor. La mejor baza de la película ha sido a mis ojos un medido contraste entre el minimalismo visual y el exceso sonoro. Durante la presentación y el desarrollo del primer tramo, los espacios se reducen al mínimo, es difícil saber dónde ocurre todo exactamente, pero no importa porque el mínimo espacio se expande hasta el infinito mediante la amplificación desmedida del sonido, protagonista principal de la historia que aporta a la película un carácter repulsivo desde el comienzo.
La sustancia no deja ver, pero te obliga a escuchar sonidos que puedes tocar mientras sientes como recorren tus vísceras. Sonidos que incluyen la presencia en forma de la voz de un Mad Doctor que actúa a modo de maestro de ceremonias invisible, siempre al otro lado del teléfono.
Este manejo de la repulsión invisible por parte de la película es un prólogo magnífico a un festival de imágenes que lo invadirán todo. Sin embargo hay un escollo en el camino. Un tramo intermedio que por repetitivo lastra un tanto la película y prolonga su duración gratuitamente.
El inicio de la ascensión al éxito del personaje de Qualley (con sus reminiscencias a Showgirls de Verhoeven incluidas) me habría resultado más llevadero si se hubiese limitado a un par de planos con los que exponer la situación. Es ahí y no en un final que me parece de lo más acertado donde encuentro la parte más escarpada del camino, pero en cualquier caso me parece una objeción menor ante una película de dimensiones literalmente grotescas.
De hecho, esa carrera final en la que la película se desboca sin que parezca importarle lo que pueda ocurrir me parece una de sus mejores bazas, pues si en algo ha de incurrir esta historia es en el exceso y el descontrol.
Fiel a la naturaleza de su premisa, La sustancia se nutre de lo ajeno y adopta una forma propia. La forma de una gran película a la que, curiosamente, no le importa la forma en que se divierte.
Película disponible en FILMIN a partir del 31 de enero: https://www.filmin.es/pelicula/la-sustancia
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Enero 2025.