LA INVENCIBLE FUERZA DE LA TRAGEDIA.
Electra fue la primera de las seis veces en las que los dioses griegos del cine, Irene Papas y Mihalis Kakogiannis aliaron sus fuerzas.
Fuerza. Esa es la única palabra que la unión de ambos titanes dejó en pie tras su trilogía basada en el que todavía es el templo de la sociedad y la cultura europeas: Grecia y sus tragedias.
Electra (1962) Las troyanas (1971) e Ifigenia (1977) son las columnas de Heracles sobre las que se alza el cine de este dúo completamente irrepetible.
Tan poderoso es su principio, que la tierra parece temblar ante la primera de sus tragedias —esto, lejos de ser una casualidad— une la sangre de la película del griego con su antepasada mediterránea, La terra trema, con la que comparte un infinito parecido estético y narrativo.
Si la tierra tiembla bajo la fuerza de Electra, es en parte debido a su parentesco con una de las obras maestras del también titánico Luchino Visconti.
No hay ni un solo minuto de tregua en esta obra inmortal que lleva el poder narrativo del cine a un paroxismo continuo, desnudo de artificios y árido como la tierra sembrada de piedras, sangre y desesperación.
El sol mediterráneo seca las lágrimas de las víctimas de la tragedia y aplasta con su fuerza al espectador, que, sencillamente asiste a una de esas películas que dejan exhausto a cualquiera que se cruce en su camino. Electra es una película absolutamente mediterránea, pero el aliento del mar que arrastre algo de esperanza queda muy lejos de la tierra quemada por el sol.
ELECTRA.
IRENE PAPAS, LA FURIA GRIEGA.
Hay —como si de la naturaleza misma se tratase— varios elementos que a modo de agua, tierra, fuego y aire, otorgan el inmenso poder que desprende esta película.
La composición de prácticamente todos los planos de la película —algo con lo que la maestría de Kakogiannis sabe absorber la gigantesca narrativa del cine soviético y la rabia que reside en el de Orson Welles en sus adaptaciones de Shakespeare—, no es ni mucho menos casual (por muy propias que sean la autoría y el inmenso talento del griego).
Las similitudes narrativas con Sergei Eisenstein y el Macbeth y Otelo de Welles —además del notable parecido físico y estético entre esta Electra y la protagonista de La pasión de Juana de Arco de C.T. Dreyer— son una maravilla tan obvia como afortunada, especialmente reforzada por la épica e inclusiva música del no menos enorme y helénico Mikis Theodorakis.
Esto supone el primer elemento, el que deja aturdido al espectador desde el principio.
Electra posee la fuerza enigmática y arrebatadora propia de los mitos griegos. Ya sea bajo la pluma de Sófocles, Esquilo o Eurípides, o las visiones que de la micénica arrojaron gigantes como Shakespeare, Galdós, Sartre, o Eugene O’Neill.
Pero sin duda alguna, la sombra que del mito perfiló el británico universal es la que invoca los espectros resucitados por el compatriota de la furia griega, algo fundamental a la hora de convertir el portentoso guion —adaptado por el propio director— en una demostración de cómo el teatro hace del cine algo invencible.
Este es el segundo elemento.
Esa misma capacidad teatral, sumada a la precisa y hermosa visión cinematográfica del director, se expande sin límites a través de la óptica del prolífico y genial director de fotografía, Walter Lassally, un tipo con nada menos que 103 películas a sus espaldas.
Como si se hubiese dejado invadir por el espíritu de Electra, la fotografía de Lassally muestra todo lo que ocurre en la película de forma pasional, dotando a las imágenes de una fuerza sobrecogedora, pero fiel a una naturaleza sobria, árida y curtida bajo el sol y entre las piedras de las que apenas brotan algunos árboles que más parecen lamentos retorcidos en busca de agua, que una tregua concedida por la tierra cruel que solo parece beber sangre.
Este es el tercer elemento.
La trama de la tragedia de Electra es tan ancestral como universalmente conocida, y su aparente sencillez ha dado lugar a profundas reflexiones, tanto artísticas como psicológicas.
Tras una larga y victoriosa campaña en la guerra de Troya, el rey Agamenón (Theodoros Dimitriou) regresa a su hogar an Argos. Su esposa Clitemnestra (Aleka Katselli), madre de Electra (Irene Papas) y Orestes (Giannis Fertisse) se enamora de Egisto (Fivos Razi) durante la ausencia del rey, convirtiéndolo en su amante y cómplice en el asesinato del monarca.
Tras el crimen fatal, la tragedia y el heredado por Shakespeare espíritu griego invocan a la venganza, que asciende de los infiernos como un ángel pálido, de rostro áspero y mirada oscura y profunda como las piedras oscurecidas por el sol. Electra se materializa en la furia, en la serena desesperación de quien sabe que camina sobre un suelo bajo un cielo sin dioses.
La furia adopta el semblante del mejor de todos los guerreros, de un samurái mediterráneo en busca de la venganza más austera y poderosa que el mundo haya contemplado.
Irene Papas es, sin duda, el cuarto elemento.
La impresionante película de Kakoiannis desborda fuerza, belleza y sobriedad por todas partes, pero es el rostro labrado en piedra y dotado con la furia de una eterna mirada desafiante con el que Irene Papas reinventa el concepto de la interpretación.
Como si hiciese suyo el fuego con el que Marlon Brando incendió Roma en Julio César, Papas se alza rodeada de un persistente séquito de sombras con rostros pálidos que protegen y alientan su afán vengador.
Por muy poderosos que sean todos los elementos de la película, llega un punto en que la fascinación que brota de Electra en la piel esculpida en piedra de Irene Papas, lo desborda absolutamente todo y deja caer el peso sobre los hombros de la protagonista.
Como en toda tragedia griega que se precie de serlo y de guiar los pasos de la humanidad, Electra ataca la guerra, la elude mediante la búsqueda de la paz, aun cuando esa paz solo pueda alcanzarse por la venganza con el único rostro posible: el de la furia.
Ese es el elemento fundamental de la película: Irene Papas, la furia griega que, solo hace unos días partió hacia la inmortalidad.
Sirva esto como réquiem.
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Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Septiembre de 2022.