WELLES & SHAKESPEARE. LOS PILARES DE LA TIERRA. VOL III.
Aunque es cierto que no creo que exista una mejor relación cinematográfica que la mantenida entre Orson Welles y Shakespeare, debo matizar que prefiero el Macbeth de Kurosawa con su Trono de sangre que el homónimo de Welles.
Pero ojo, lo que hizo el Ciudadano Kane con el clan escocés -y uno de los pilares de la literatura y la cultura universal- es una cima.
Vamos al lío.
Aunque como ya he dicho me quedo con Trono de sangre, no es una elección sencilla en absoluto, ni una versión se sitúa muy lejos de la otra, la que nos ocupa es básicamente una barbaridad capaz de quitarle el aire a cualquiera con entrañas para respirar.
HAIL & KILL, MACBETH. EL EMBRUJO DEL CINE.
Este Macbeth es una barbaridad por varios motivos: Welles utiliza toda su capacidad adaptativa y no mueve ni una coma de todo aquello que como de costumbre Shakespeare le enseñó al mundo acerca de sí mismo.
No la mueve y al mismo tiempo lo pone todo patas arriba, entra en modo El Gatopardo y tal y como haría con El Quijote años después, lo cambia todo para que todo siga igual. Welles coge todo lo que Eisenstein le enseñó al mundo acerca del montaje y las películas en Iván el terrible y se lo lleva a Escocia.
Tira de clasicismo teatral y de vanguardia visual al mismo tiempo, permanece fiel al texto pero introduce sin problemas la hechicería, la magia negra y el vudú, (más en su planteamiento original que en el resultado que finalmente le permitirían), pero ahí está.
De hecho, creo que no he visto un trío de brujas más fascinante en ninguna otra película.
La puesta en escena es clásica, teatral y en teoría opulenta, digna de acoger un número abrumador de figuración, pero finalmente Welles limita el perímetro a un escenario expresionista en el que en ningún momento permite al espectador saber exactamente donde está, fabricado con los medios de la producción de serie B más modesta imaginable.
Con un talento inagotable que hace que la noche sea eterna, la niebla jamás se disipe, las paredes rezumen agua o quién sabe… tal vez la misma sangre que mancha las manos del matrimonio Macbeth, y así, los fantasmas invisibles de sus víctimas no se aparten de la vista del espectador ni un sólo momento.
Todo eso y mucho más -aunque yo prefiera Trono de sangre- son cosas que sólo Welles podía lograr para llevarnos a su terreno, terreno que deja a Shakespeare donde está, pues el texto es sagrado, pero Welles sólo obedece a Welles, y las brujas le van a hacer al traidor escocés -aparte de la vida imposible- un muñequito para jugar, porque sí, porque al tito Orson le da la gana, porque el vudú le da un punto muy chulo y porque, qué diablos, si el cabronazo inglés hubiese visto la peli, habría sonreído con la idea, sin duda.
Teniendo todo esto por seguro, a Welles sólo le queda decirle a Jeanette Nolan que sí, que la que manda es ella, (siempre lo son, desde los griegos hasta la última frase válida que se haya escrito, no seamos imbéciles…), pero quien manda asume, y los fantasmas que la atormentan a ella son mucho más reales y letales que los que Macbeth cree ver.
Y poco más, Shakespeare es inalcanzable, Welles infalible y Nolan excelente. Y así, ella comprende, se enfrenta a sus fantasmas, pierde y antes de morir sume al espectador en un coma posterior al desmayo que sufre tras alcanzar esta cima.
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Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Marzo 2021.