TOBE HOOPER/THE CANNON GROUP.
LA ALIANZA DELIRANTE.
Se podría decir que Lifeforce tuvo un significado pleno y literal para su autor.
Tobe Hooper salió del rodaje de su anterior película, Poltergeist (1982) con su impronta como autor gravemente herida —por no decir prácticamente anulada— en favor de la notoria presencia de Steven Spielberg, por lo que la confianza ciega que la reina de la Serie B ,la acción y las producciones alocadas durante los años ochenta, The Cannon Group, depositó en él, revitalizó completamente su espíritu en la que fue la última y enloquecida muestra de su talento.
El oficio y saber hacer de Hooper son un hecho tan evidente hoy como lo era en aquellos días en los que (a pesar del tropiezo con Spielberg), el responsable de La matanza de Texas (1974) todavía podía demostrar.
De hecho, la eterna polémica acerca de la verdadera autoría de Poltergeist situó a los ojos de los por aquel entonces máximos responsables de la compañía, Menahem Golan y Yoram Globus a Hooper como el verdadero artífice del éxito de la película que cambió el género de las casas encantadas para siempre. De ahí nació una alianza que habría de dar tres películas como fruto.
Así, fieles a una producción basada en el exceso, el descontrol y el delirio, The Cannon Group inició su pacto con Hooper invirtiendo la pasmosa cantidad de 25 millones de dólares para llevar a cabo la adaptación de una novela prácticamente desconocida, Los vampiros del espacio, escrita por Collin Wilson en 1976, más cercana al Pulp y el mercado Underground que al reino de los Blockbusters que contaban con presupuestos equiparables al que se invertiría en esta película.
Así, como una fuerza vital enardecida, nació Lifeforce.
LIFEFORCE.
LA PERSISTENTE SERIE B.
Pulp, Space Opera, terror espacial, vampiros galácticos, ecos de 2001, una odisea en el espacio, zombies, catástrofes, caos y pánico social con ligeros dejes al cine catastrofista de los años setenta, uso de la idiosincrasia de los Dráculas de Terence Fisher y la Hammer en general, del universo de Mario Bava en su Terror en el espacio y los colores primarios de la ciencia-ficción de los años cincuenta con los que Byron Haskin pintó el lienzo en el que representó la novela de H.G. Wells, La guerra de los mundos.
Lifeforce es una caja de Pandora que guarda en su interior prácticamente todos los elementos de la Serie B, y al abrirla, su poder se desata.
El inicio de Lifeforce es el placer de la anticipación en sí mismo.
Sobre un suelo de aspecto lunar y/o marciano, la épica y excitante música del mítico Henry Mancini suena imparable, el título de la película cruza la pantalla dejando una estela sonora que resume toda la década a la que pertenece el film, y en cuanto los títulos de crédito se pierden en el espacio, el delirio argumental irrumpe en escena.
Con Dan O’Bannon a la cabeza —el maravilloso guionista de Alien, con la que esta película también guarda significativas y obvias similitudes—, la trama se desarrolla conforme a una premisa como poco, extravagante.
Una nave espacial británico-norteamericana llamada «Churchill» encuentra un objeto de dimensiones grotescas (unos imposibles tres kilómetros de largo) viajando en la cola del cometa Halley.
La tripulación decide explorar la nave, en cuyo interior encuentran los cuerpos disecados de lo que parecen ser murciélagos gigantes que dan paso a una cámara en la que descubren una serie de ataúdes de un extraño material transparente que contienen los cuerpos de una mujer y dos hombres en aparente estado de hibernación que los astronautas trasladarán a su nave junto a uno de los murciélagos.
Cuando la nave alcanza la órbita de la Tierra, descubren que —excepto un miembro— la tripulación de la Churchill ha muerto en un extraño incendio que no ha afectado a los cuerpos encontrados en los féretros.
Trasladados a Londres, los cuerpos despiertan revelando su identidad: vampiros espaciales que se alimentan de la energía vital de sus víctimas. Esto desencadenará una ola de muerte y destrucción que conduce a la película a la cima de la locura, y, por desgracia, a sus puntos más débiles.
Los tres vampiros, dos hombres (Chris Jagger y Bill Malin) y una mujer (Mathilda May), son objeto de las exhaustivas investigaciones y vigilancia por parte del único superviviente de la tripulación, el coronel Tom Carlsen (Steve Railsback) y un equipo de científicos, personal burocrático y autoridades militares que reparten su presencia en la película entre la interpretación carismática y la caricatura de personajes arquetípicos del terror clásico, algo especialmente apreciable en el Dr. Hans Fallada (Frank Finlay), el Dr. Amstrong (Patrick Stewart), el coronel Colin Caine (Peter Firth) y el secretario Sir Percy Heseltine (Aubry Morris).
Esta serie de personajes aportan a la película un palpable y estimable aspecto británico que nos introduce de lleno en el universo de la Hammer —objetos como la extravagante espada que porta el Dr. Fallada reclaman a gritos los combates entre Peter Cushing y Christopher Lee en Drácula— y la idiosincrasia del misterio británico en general, pero al mismo tiempo, la excesiva caricatura en la que incurren supone junto al incomprensible montaje de John Grover (la secuencia en la que exploran la nave es un desastre inexplicable en ese aspecto), el talón de Aquiles de la película.
Pero montajes fallidos y caricaturas cargantes aparte, creo que esta película es una bonita declaración de amor a los maravillosos excesos argumentales propios de la Serie B, cuando curiosamente esos excesos son los que le han granjeado gran parte de sus detractores, quienes acusan a Hooper y O’Bannon de entregar la película al paroxismo del Pulp más desvergonzado y delirante. Son esas acusaciones las que precisamente hacen de esta película uno de mis disfrutes de cabecera.
Y es que si hay algo —además de la notable dirección de Hooper y el magnífico aspecto que la fotografía de Alan Hume y los efectos visuales de John Dykstra aportan a la solidez del film— que convierta este delirio creciente en el que absolutamente todo tiene cabida en una de mis películas imprescindibles es la diversión que proporciona el desenfado, la libertad incontenible que solo se encuentra en la ausencia total de complejos, normas y vergüenza.
Sinceramente, esta película me parece un ejercicio de honestidad y valor que rompe no ya con sus defectos, sino con todas sus barreras.
Barreras que niegan el potencial de una historia de vampiros espaciales proyectando las fantasías sexuales humanas en la forma física que adoptan —algo que en realidad hacen también los vampiros clásicos—, para devenir en una historia catastrofista que coquetea sutilmente con el papel de Inglaterra y la RAF en la Segunda guerra mundial, y la invasión de los barrios marginados por un ejército de zombies tan gratuito como maravilloso, preludio magnífico al sueño de amor y fuerza vital de los vampiros ante el éxtasis de su destrucción.
Siempre se ha dicho que otra de las dolencias letales de Lifeforce es la ausencia de Spielberg en la parte espacial, o de Walter Hill en la callejera, cuando la violencia sucia se desata. Lo más probable es que sí, que de haber caído en sus manos la película sería más firme en cuanto a sus defectos, seguramente hasta el punto de hacerlos desaparecer.
Pero qué diablos, a mí esta locura ingobernable me gusta tal y como está. La fuerza descomunal y enloquecida de Lifeforce no llegó a este planeta para negociar, está entre nosotros para asombrar con su persistente Serie B, después de todo.
https://www.filmin.es/pelicula/fuerza-vital-lifeforce?utm_source=justwatch
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Septiembre de 2022.