ANTONIO MARGHERITI.
LA VIDA ANTES DE TARANTINO.
En febrero de 1964, Antonio Margheriti dirigió la película Danza macabra, abriendo el que sin duda sería su año en cuanto a cantidad de trabajo. En cuanto a cantidad, y calidad.
Entre febrero y diciembre de aquel año, Margheriti dirigió cinco películas y su único documental, el polémico y más que olvidable, Il pelo nel mondo.
Volviendo a las películas, Margheriti recorrió el tramo medio del año inmerso en el Péplum de producción acelerada y mínimo coste posible. Aquel género venía arrasando en Italia en lo que a popularidad se refiere, recuperando los días del Colosal y la era muda, pero invirtiendo completamente los términos de producción.
Es decir, rodando de forma rápida, barata y audaz, sin que los resultados importasen demasiado…
Aquel período dio de sí numerosas películas, y el género se independizó de su Alma máter, desprendiéndose del Péplum propiamente dicho para trazar su propio camino en lo que los americanos llamaron «Sword and Sandal».
Aunque habitualmente ambos géneros son tratados como iguales, existe una diferencia considerable entre las producciones épicas del género matriz y las películas que caminan sin complejos por la senda de la Serie B. Allí, en ese tramo intermedio del año 1964, Margheriti dio rienda suelta a las aventuras de insólitas y precarias representaciones de Hércules y la idiosincrasia de la Roma imperial en general.
Pero el italiano no recurrió siempre a las licencias del lado oscuro de la Serie B. Aquel año de 1964 empezó y terminó con sus dos mejores películas —marcando una diferencia abismal con respecto al resto de su extensa filmografía—, dejando dos títulos que sí merecen un puesto privilegiado en el Olimpo del terror clásico. Danza macabra abrió el año, y Los largos cabellos de la muerte lo cerró.
Febrero y diciembre de 1964 supusieron sin duda los mejores momentos de la carrera de Margheriti, y aportaron dos títulos magníficos y más sometidos al olvido y el prejuicio generado por el resto de la carrera del director de lo que merecen.
Pero… ¿Quién —más allá de las sentidas, divertidas y delirantes referencias de Quentin Tarantino— diablos es Antonio Margheriti?
58 películas realizadas entre 1958 y —ya a título póstumo— 2010. Aventuras épicas, Thrillers de acción y espionaje, ciencia-ficción, cine fantástico, Spaghetti-Western, artes marciales, comedia, drama, cine bélico, y obviamente, terror.
Pocos géneros dejo sin abordar Margheriti desde su óptica libre de complejos y formalidades. Si algo podía hacerse sin vergüenza, sin tiempo y sin dinero, él estaba allí. Siempre al otro lado del cine norteamericano, y siempre conquistando el lado Underground de su mercado, formando con sus pseudónimos anglosajones: Anthony Dawson y Antony Daisies.
Excepto en las dos películas que iniciaron y finalizaron aquel año de 1964, la calidad no figuraba en ningún plan de rodaje de Margheriti, pero su descaro, su «gamberrismo» a la hora de sacar adelante la historia fuese cuál fuese el precio que nadie iba a pagar y lo extraño y alocado de sus argumentos, le proporcionó un lugar privilegiado en el terreno del rey al rescate del cine subterráneo.
Tarantino introdujo a Margheriti en dos de sus locuras: la primera vez fue como un sobrenombre, el alias que adoptó uno de los agentes americanos infiltrados en una misión secreta, haciéndose pasar por un técnico llamado Antonio Margheriti en Inglourious Basterds.
La segunda vez, la ficción de Tarantino se acercó más a la realidad; en su película, Once upon a time in Hollywood, Margheriti es el director de una película protagonizada por el protagonista de la película de Tarantino: Rick Dalton encabeza el reparto del ficticio thriller de espionaje, « Operazione Dyn-o-mite».
Reivindicaciones y homenajes aparte, Margheriti llevó cabo un número considerable de películas, y en dos ocasiones durante el mismo año, dio al terror clásico que experimentaba una renovación a cargo de la Hammer durante aquella década, un par de títulos que van mucho más lejos de la mediocridad intencionada.
Danza macabra y Los largos cabellos de la muerte no necesitan ningún tipo de complicidad por parte del espectador. Ambas pertenecen a la Serie B, sí, fueron rodadas con rapidez y pocos medios, sí, pero ninguna muestra carencias de ningún tipo.
Las dos son películas magníficas, especialmente por la fuente de la que provienen: Mario Bava.
DANZA MACABRA.
EL EMBRUJO DE MARIO BAVA.
La película de Margheriti tiene mérito e identidad propia, es cierto, pero también lo es que la pieza maestra de Bava, La máscara del demonio —Black Sunday en el mercado anglosajón— marca el camino con su alargada sombra, lo cual es perfectamente lógico.
Bava abrió la década en la que el terror clásico mantenía el fondo y renacía con renovadas formas y fuerzas. Y una vez más, el mundo más allá del universo anglosajón demostró que no todo se dice en inglés. Bava creó el Olimpo donde los monstruos italianos vivirán para siempre, pero las dos creaciones de Margheriti honran estupendamente a la fuente.
Danza macabra contiene todos los elementos que necesita cualquier espectador del terror gótico y la Serie B: viajeros ávidos de aventura, bosques oscuros y frondosos, un viejo y ruinoso castillo, sombras y niebla, ecos de antiguas pérdidas en el viento y retenidas como fantasmas en el tiempo…
Tiene todos esos elementos a favor, tiene el fondo heredado de los clásicos de la Universal, pero también tiene la lección aprendida de Bava, la Hammer y Roger Corman —con quien Margheriti comparte la velocidad y eficacia con la que rodaba sus películas—, lo tiene todo asimilado, y como buen alumno aplica la lección aprendida de los maestros.
Danza macabra introduce nuevas formas de contar las historias clásicas desde el inicio mismo. En los créditos iniciales, el guion de Giovanni Grimaldi y Sergio Corbucci —quien codirigió la película a pesar de no estar acreditado— declara basarse en un cuento de Edgar Allan Poe, pero no especifica el relato en cuestión.
Una vez superados los créditos —con una acertada estampa del Londres brumoso propio de la literatura de terror del cambio de siglo— la miscelánea está servida: una densa niebla envuelve la escena compuesta por un carruaje y la figura de un individuo envuelto en una capa, que camina acompasando el movimiento suave y preciso de la cámara.
Una música inquietante acompaña sus movimientos y su mirada se dirige hacia el nombre de la posada en la que está a punto de entrar. Ya en el interior, el individuo recorre la estancia, que parece vacía; desciende por unas escaleras y de pronto una voz irrumpe en la escena. Cuenta una inquietante historia, el individuo avanza, se mueve sigiloso y delicado como un espectro, las escaleras lo conducen al salón del que proviene la voz. Todos escuchan el relato de voz de su narrador.
Entonces Margheriti rompe la baraja acudiendo a los clásicos para renovar el juego.
El narrador no es otro que el propio Poe —interpretado estupedamente por Silvano Tranquilli—, el individuo se descubre como Alan Foster (Georges Rivière), un periodista que ha venido a entrevistar al escritor, con el que inicia una conversación en la que cuestiona con argumentos científicos la veracidad de los mundos en los que la poética y atormentada mente de Poe sufre.
A la conversación entre el periodista y el escritor asiste Lord Thomas Bkackwood (Umberto Raho), quien interviene en favor de Poe, retando al joven periodista a pasar la noche de difuntos en su castillo, aventura de la que nadie ha logrado salir con vida. Si el periodista regresa vivo de la noche de los muertos, ganará la apuesta. De lo contrario, alimentará la leyenda con su vida.
Aceptada la apuesta, los tres personajes se trasladan al castillo en el carruaje de Blackwood antes de que caiga la noche por completo, recorren bosques y caminos sombríos, y a las puertas del castillo, sus caminos se separan.
En menos de quince minutos de película, Margheriti ha metido todo esto en su tétrica ecuación: una conversación en una extraña posada entre un noble, un poético y atormentado escritor, y un escéptico e iconoclasta periodista, símbolo de los nuevos aires con los que el siglo naciente ha de disipar los espectros del pasado.
Es decir, Margheriti ha recurrido a James Whale. ¿Cómo lo ha hecho?, así: con la irrupción en la posada del joven, echa mano de la maravillosa The Old Dark House. Con la conversación y el relato por parte de Poe, ha recurrido a la introducción de la obra maestra definitiva de Whale, The Bride of Frankenstein, y con el trayecto hacia el castillo en el que el periodista ha de enfrentarse solo a los muertos, Margheriti introduce a Stoker y las diferentes adaptaciones cinematográficas de su novela Drácula que había hasta la fecha.
Todo esto en menos de quince minutos. Una miscelánea maravillosa de clásicos y obras maestras, con una marcada forma personal. Poe, Lord Blackwood, Foster… todos ellos personajes estrictamente anglosajones hablando un exquisito, musical y sonoro italiano.
Danza macabra es un delirio maravilloso. Pero eso no es todo.
La película tiene toda la trama por delante, y la criatura predilecta de la obra maestra de Mario Bava, la irrepetible Barbara Steele, irrumpe para no abandonar la escena.
Los pasadizos, las voces perdidas en los recuerdos del castillo —otra vez Drácula—, las imágenes fugaces, las sombras jugando con las pálidas luces (la fotografía de Riccardo Pallottini es extraordinaria por momentos) y especialmente la ambientación, sumergen al espectador en el universo de una nueva referencia: el mundo de otro gran reformista: William Castle.
Margheriti y el director estadounidense comparten entre otras cosas, el talento para innovar sobre los clásicos, la velocidad a la que trabajaban y el olvido al que se han visto condenados.
Pero todavía hay más…
El paroxismo sexual e intelectual al que Margheriti somete a algunos de los personajes de la película —y no precisamente a los principales— sí es una innovación sin referentes, como mucho comparte intenciones con algunos de sus contemporáneos, pero la audacia de Margheriti a la hora de tratar la pasión (especialmente la sexual en cuanto la atracción prohibida), es totalmente genuina.
Amor, pasión, celos, sed de sangre y conocimientos oscuros y prohibidos, todo tiene cabida en esta miscelánea única…
Danza macabra es una maravillosa caja de los horrores llena de todo aquello que hemos visto siempre, pero que siempre querremos volver a ver.
Especialmente si tiene formas nuevas de contar esas viejas historias.
https://ok.ru/video/1509197941354
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Febrero de 2022.