EL TERROR.
DESDE RUSIA AL MEDITERRÁNEO.
Antes de abordar la que en mi opinión es la cima de Mario Bava, La máscara del demonio —también conocida por Black Sunday—debo hacer un recorrido previo por la historia.
Durante la época expresionista, F. W. Murnau, Robert Wiene, Paul Leni, Paul Wegener, Fritz Lang, C.T. Dreyer, Benjamin Christensen y Victor Sjöström inventaron el cine de terror, esto lo prueban sus respectivas películas:
Nosferatu, El gabinete del Doctor Caligari, El hombre que ríe, El golem, El testamento del Doctor Mabuse, Vampyr, Haxan y La carreta fantasma (entre otros títulos), buscaron en las profundidades de la naturaleza humana la forma de aterrorizar a la especie, y salvo en el caso de Nosferatu, El golem, Haxan y en menor medida, Vampyr (nutridas del folclore y una novela universal que nació de otra con menor repercusión), el resto no hicieron más que tirar del ser más terrorífico imaginable: el ser humano.
En la década siguiente, el expresionismo ya había caído en el olvido y sus sombras no se proyectaban en ningún lugar, en aquel momento América hizo suyos los fundamentos expresionistas y la Universal vendió al mundo que se había inventado el terror, y esta vez sí recurrieron a novelas y mitos fantásticos, dejando en segundo plano la condición del humano.
Drácula, La momia, El hombre lobo, y acercándose un poco más a la psicología perturbada, Frankenstein, El hombre invisible y El fantasma de la ópera.
Con todos estos títulos y sus numerosas secuelas, la Universal creó los mitos y el negocio imperecedero, América rentabilizó un invento ajeno y expandió mundialmente una serie de novelas claves para la humanidad. Si decimos Boris Karloff o Bela Lugosi, todos asentirán con satisfacción, si decimos Max Schreck, Lil Dagover o Conrad Veidt, nos quedaremos hablando solos, pero así funciona el negocio…
A finales de los años cincuenta, los monstruos eran un concepto muy alejado del clásico y el culto, dicho de otro modo, al público no le importaban un carajo y América tenía los ojos puestos en otros géneros, pero los imperiales hijos de la reina virgen no.
La Hammer resucitó todos los fantasmas y mezcló las cosas, coloreó las sombras expresionistas europeas que América hizo universales con los tonos de los maestros de la pintura, con el talento teatral e intelectual de Terence Fisher, las impecables y británicas interpretaciones de Peter Cushing y Christopher Lee y una paleta de colores que va desde Vermeer, Rembradt, Caravaggio, hasta Zurbarán y Ribera, las criaturas que concibieron Stoker, Polidori, Shelley, Byron y compañía volvieron a la cima de nuevo.
Las sombras de Villa Diodati se quedarían grabadas para siempre, el sol ya no volvería a salir. Sin embargo, todas estas pesadillas provenían de la misma parte de Europa, desde los días del lejano expresionismo, el este y sus misterios permanecían olvidados.
Hasta que apareció el primero de los dos italianos que reformarían un género en teoría establecido e intocable, Leone reinventó y elevó el Western, y Mario Bava el terror.
En 1960, la Hammer ya era imparable y Roger Corman perfilaba sus futuras adaptaciones de Poe, pero el mundo seguía empeñado en olvidar todo aquello que se encontrase más allá de las fronteras anglosajonas, hasta que un director de fotografía italiano al servicio de bestias como Torneur o Walsh, fue a buscar la fuente donde no había ido nadie antes, a Rusia, al este del Edén.
LA MÁSCARA DEL DEMONIO.
LA VENDETTA ESTEPARIA.
Bava le reprochó a la humanidad el olvido al que había sometido cinematográficamente a pilares de la existencia como Pushkin, Chéjov o Nikolai Gogol (tipos tan grandes e imprescindibles como quienes se reunieron en Diodati), y a partir de un cuento de Gogol, los irrepetibles, profundos y enormes ojos de Barbara Steele y un pasmoso dominio de la estética, la iluminación, fotografía y la narración visual, Bava se propuso volarle la cabeza a una humanidad injusta y olvidadiza.
A partir de la literatura rusa y hablando en italiano, el terror sabría que aun había cimas por alcanzar.
Así, con el temperamento mediterráneo propio de un italiano, con la pasión lírica por bandera, Bava irrumpe con su película sin concesiones, utiliza todos los elementos clásicos y huye de la sutileza británica que caracteriza a la Hammer.
Como haría Leone con sus Westerns, Bava se pasa la contención por el forro de la ópera, Allegro molto y al carajo…
En la secuencia de apertura marcan a la bruja, y Bava le hace un primer plano, le clavan la máscara del mismísimo demonio en la cara, y Bava mueve la cámara para introducir al espectador dentro de la máscara.
Bava saca a escena al verdugo con la maza, enseña como golpean la máscara y revienta la cara de la bruja de la que brota la sangre, Bava enseña la grotesca cara de Barbara Steele (que le pregunten a Friedkin de dónde sacó la expresión facial de Regan para El exorcista). Y por partida doble, además, ya que la cara más icónica del demonio cinematográfico también bebe —y mucho— de la otra maravilla del italiano, Las tres caras del miedo.
Tras la poderosa introducción, Bava no baja el ritmo, y dispuesto a convertir el cuento de vampiros soviéticos en un mito del cine europeo, mostró a Barbara Steele a capa abierta para que todos contemplásemos su cuerpo descompuesto, algo que forma parte de la galería de horrores universales desde su nacimiento.
Con La máscara del demonio, Bava le enseñó a la humanidad que el terror va mucho más allá del inglés, haciendo de su nombre, su cine y la figura de Barbara Steele una sombra fija en la senda del terror.
https://www.filmin.es/pelicula/la-mascara-del-demonio
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Marzo 2021.