LA CARA OLVIDADA DE CLOUZOT.
Los espías no es una excepción en el genio de H.G. Clouzot, pero sí lo es en cuanto a su presencia en la memoria del público.
Entre 1942 y 1956, Clouzot inscribió su nombre en la historia del cine, y desarrollo definitivamente un estilo propio. Su narrativa, ágil e inteligente para mezclar el misterio con la comedia, las condiciones dramáticas de los personajes y un excelente gusto visual que aproxima su cine al terror, además de un certero sentido del ritmo, forjaron una filmografía que aportó títulos tan imprescindibles como El asesino vive en el 21 (1942), El cuervo (1943), En legítima defensa (1947), Manon (1949), El salario del miedo (1953), Las diabólicas (1955) y El misterio de Picasso (1956).
Así, tras una década prodigiosa que albergó alguna de las obras maestras que fortalecieron significativamente y orientaron por nuevos caminos al cine europeo posterior a la Segunda guerra mundial, llegó —en los albores de los nuevos caminos cinematográficos— una visión audaz de un tema clásico y muy próximo a la guerra y su psicosis social: el espionaje.
En 1957, los viejos espías de las dos guerras mundiales quedaban lejos en el tiempo, y la histeria anticomunista del senador McCarthy agonizaba al otro lado del océano. Abordar el espionaje parecía arriesgado, especialmente teniendo en cuenta que Hitchcock reinaba en ese terreno, y el genio francés cargaba con la sombra del parecido razonable con el gigante británico.
Sin embargo, Clouzot, como el cineasta valiente que siempre fue, corrió el riesgo, camuflando a sus espías en un tono sutilmente cómico y una red marcadamente Kafkiana. Pero el riesgo no recibió la justicia que merece. Los espías es una magnífica película perdida entre los títulos de uno de los mejores cineastas de una época crucial. Una película que merece mucho más de lo que recibe.
LOS ESPÍAS.
PERFECTOS DESCONOCIDOS.
La desconfianza, la extraña sensación que experimenta quien se sabe cercado por los secretos, por las falsas identidades de aquellos que no declaran su militancia a favor o en contra del protagonista. Esta podría ser una descripción de la razón de ser de Los espías, una posible síntesis del complejo laberinto que Clouzot trazó para confundir al espectador en su película.
Lo que resulta una realidad fuera de toda duda, es que Los espías se desarrolla como una película extraña y desconcertante durante todo su recorrido.
Clouzot recurre a sus lugares comunes; el protagonista ejerce una profesión dedicada al bien público, como el doctor de Le Corbeau, o las maestras de Las diabólicas, y lo hace a pesar de las penurias económicas que los negocios que sirven como escenario en las respectivas películas atraviesan. Sin embargo, en esta ocasión Clouzot traslada esos lugares comunes al inquietante y extraño universo de Franz Kafka, anticipando en cierto sentido la propuesta que cinco años después haría Orson Welles sobre el escritor en su maravillosa El proceso.
El doctor Malic (Gérard Séty), es el dueño de una clínica psiquiátrica al borde de la quiebra. Solo tiene dos pacientes: Valette (Louis Seignerun), un drogadicto, y Lucie (Vera Clouzot), una extraña mujer muda.
Sin embargo, como surgido de la nada, Clouzot brinda un inesperado remedio a las penurias económicas de Malic, que el director muestra con gran habilidad, tanto visual como verbal, pues la clínica muestra abiertamente su deterioro, y la veterana y abnegada enfermera a su servicio, Madame Andrée (Gabrielle Dorzat), reprocha al doctor que ya no encuentre tiendas que le fíen ni siquiera la compra de alimentos básicos, algo que evidencia la ruina, que, una serie de extraños personajes y circunstancias, está a punto de alterar.
Todo comienza con la extraña presencia de un automóvil aparcado a poca distancia de las puertas de la clínica, sobre el que Clouzot lanza un intencionado Zoom que —aunque desconoce los motivos—, despierta la atención del espectador. Poco después, tras la presentación de la ruinosa situación vital de Malic, el misterioso y extraño tren de consecuencias inicia su recorrido.
Mientras charla con algunos parroquianos en un bar, Malic acepta la propuesta del Coronel Howard (Paul Carpenter), un agente secreto estadounidense: ocultar —a cambio de una importante recompensa económica— a un misterioso individuo, Alex (Curd Jürgens).
Malic, receloso ante lo inesperado pero tentador de la solución a sus problemas económicos, acepta, a pesar de la advertencia de Howard: Alex debe permanecer oculto en todo momento a los ojos de los personajes que, desde el instante en que Malic acepte la misión, surgirán de todas partes. Y efectivamente, en cuanto el doctor recibe el dinero, Clouzot despliega los espías que aportan a la película el halo surrealista que la envuelve.
Nada más aceptar la misión, los clientes y empleados del bar que hace solo un momento eran insignificantes para la trama, se alzan como ojos en la oscuridad que acechan a Malic, ejecutando una coreografía precisa y extraña que observa desde todas partes el menor movimiento entre el doctor y el coronel.
Así, Alex se convierte en una especie de oscuro objeto del deseo, y de la nada, súbitamente, surge una pléyade de personajes inquietantes que convierten la película en lo que Clouzot pretende que sea: un intrincado universo Kafkiano y surrealista en el que lo insólito se impone como norma, dejando al espectador sin armas ante las crecientes y magníficas interpretaciones de Peter Ustinov, Sam Jaffe y Martita Hunt, animando las respectivas figuras inquietantes de los agentes secretos Michel Kaminsky, Sam Cooper, y la ruda y enérgica en su empeño como espía enmascarada en la figura de una enfermera, Connie Harper.
Clouzot parte de una situación conocida a la que el espectador asiste confiado, amparado por la suposición de conocer el terreno que pisa ante una historia acerca de un drama personal, para arrojarlo a un vacío onírico en el que nadie es lo que parece, en el que cada paso hacia delante pisa un terreno más inexplorado que el anterior, y en el que una suerte de miradas inquietantes y fijas en un mismo punto se relacionan entre sí, tan dispuestas a enfrentarse como a formar una alianza mediante la que los espías logren su objetivo: hallar un personaje que tal vez exista, o tal vez no…
Al fin y al cabo, la ambigüedad es una de las mejores armas en la narrativa de Clouzot, algo que en este grupo de espías encerrados entre las paredes de una clínica psiquiátrica —escenario que dista mucho de la mera casualidad, como la relación que se establece entre el magnífico trío interpretado por Ustinov, Séty y Vera Clouzot—, impregna un ambiente enrarecido en el que el espectador intenta avanzar entre las sombras que Clouzot —a modo de un enigmático ilusionista— invoca para una de sus más olvidadas y mejores películas.
Aun ocultos en las sombras del olvido, los espías, esos perfectos desconocidos, merecen ocupar su lugar en lo más alto del cine. Un lenguaje en el que Clouzot ejerce como maestro.
https://www.filmin.es/pelicula/los-espias
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Noviembre 2022.