LARISA SHEPITKO.
LA MUERTE Y LA DONCELLA.
La ascensión fue un título tan esencial para Larisa Shepitko como cruel y fatal fue la ironía con la que el azar selló su destino.
En 1977, la ascensión cinematográfica de Shepitko llegó a lo más alto. Con tan solo ocho títulos como directora filmados entre 1960 y 1977, repartidos entre cortometrajes, producciones para la televisión y largometrajes, el universo del cine soviético, repleto a esas alturas de películas gigantescas, tuvo que expandirse ante la inesperada irrupción de las que habrían de ser dos de las mejores películas bélicas de todos los tiempos.
Antes de que la muerte se llevase a la doncella del cine soviético, Shepitko obró dos milagros que sacudieron todos los templos. Uno fue La ascensión, otro el guion de su siguiente película, Adiós a Matiora, film dirigido a modo de homenaje por el otro miembro de la particular unión soviética de Shepitko, su esposo Elem Klímov, autor de otra de las cimas inesperadas del cine bélico, la desoladora Ven y mira.
El arte soviético es un reflejo fiel de la idiosincrasia de su tierra natal. Es inmenso, frío y dotado de una belleza poderosa, salvaje y cruel; toda creación amparada por la madre Rusia se compone de versos sobrecogedores, armados con el silencio de un invierno invencible e infinito y la firme determinación de narrar aquello que es terrible de la forma más bonita posible.
Cuando Shepitko llegó a la cima del cine de un país que —contradiciendo su capacidad artística— carga con grandes y terribles lastres sociales, la guerra ya había sido convertida en poesía con títulos de una grandeza imbatible: Cuando pasan las cigüeñas (Mikhail Kalatozov, 1958), El cuarenta y uno y Cielo despejado (Grigori Chujrái, 1958 y 1961, respectivamente), o la todopoderosa La infancia de Iván (Andrei Tarkovsky, 1962), eran ya iconos del templo ruso, y como tal, masculinos.
Hasta que el templo tembló ante la mujer que reescribió la guerra antes de que la muerte la alcanzase.
La ascensión no rinde su lugar ante los hombres, ni ante la unión de ningún imperio. Es, por derecho propio, la obra maestra de una mujer ante la guerra y un invierno que no cesa.
LA ASCENSIÓN. SOMBRAS Y NIEVE. EL NUEVO TESTAMENTO DE LARISA SHEPITKO.
Definir de forma breve una obra tan inmensa como esta película resulta casi imposible, pero creo que el contraste entre las dos partes narrativas en las que se divide es un intento válido para describirla en pocas palabras.
La ascensión muestra la tragedia y las situaciones desesperadas propias de la guerra envueltas —o sometidas, más bien— al silencio por el que deambulan dos partisanos apartados de su grupo ante la necesidad de encontrar comida.
Sotnikov (Boris Plotnikov) y Rybak (Vladimir Gostyukhin), dejan atrás la relativa seguridad que les proporciona el grupo refugiado en el interior del bosque, que, paradójicamente, será su tumba si no consiguen alimento más allá de las fronteras de la trinchera. Así, ambos soldados abandonan su familia impuesta por las condiciones de la guerra, y exponen sus sombras errantes a la inmensidad de la nieve, del invierno que a todos ha de servir como tumba.
La directora se sirve de esta contradicción para explotar al máximo su extraordinaria sensibilidad y dotes narrativas.
Prescindiendo por completo del discurso y de cualquier atisbo partidista —uno de los pocos males del cine soviético—, Shepitko aborda la primera parte de la película aprovechando al máximo la fuerza del paisaje invernal.
Mediante la fotografía certera y realista de Vladimir Chukhnov y Pavel Lebeshev, y sacando el mayor rédito posible de un silencio que se vuelve palpable y escalofriante, los dos partisanos avanzan a la deriva por el universo blanco que los ampara y al mismo tiempo los sepulta. Huyen de un refugio cercado por el hambre y la muerte hacia un espacio abierto sin principio ni fin, en el que la única esperanza se difumina tras el sonido del viento y la silueta del enemigo que los persigue.
La grandeza narrativa de Larisa Shepitko es de un realismo casi documental, pero al mismo tiempo elude los detalles gráficos propios de la guerra.
La ascensión no se nutre de ideas, actos y muestras gráficas propias de la batalla, lo verdaderamente grande de la película consiste en desnudar al hombre, al soldado ante la frialdad de la tierra en la que, poco a poco y haciendo gala de una sutileza maravillosa, Shepitko arrastra a los soldados al terreno de la filosofía, de las dudas acerca de todo aquello que antes parecía incuestionable.
La ascensión es un cuento, una poesía filmada que muestra el rastro fatal de dos sombras perfiladas en la nieve. Un cuento que, cercano a su punto intermedio, y una vez que ha presentado al espectador el conflicto emocional de sus dos protagonistas principales, cambia el rumbo. De la luz que muestra los espacios abiertos del invierno, Shepitko arroja a los dos partisanos a las sombras del reducido y cerrado espacio de una miserable cabaña.
Ese es el punto de inflexión de la película.
Del realismo frío y casi aséptico de la primera parte, pasamos al cuento con aires tétricos, casi de terror gótico, de entre los que surgen una serie de secundarios, que, con sus magníficas interpretaciones, provocarán el cisma definitivo entre los dos partisanos, y someterán a Sotnikov a la batalla contra sí mismo y el viaje hacia lo más profundo de su interior sobre el que se sostiene realmente la película.
La poesía realista y su aliento invernal de la primera parte da paso a la suciedad y la miseria, al miedo y la amenaza constante que padecen personajes arquetípicos del universo literario y fílmico ruso, plasmados en las estupendas interpretaciones de Viktoriya Goldentul, Lyudmila Polyakova o Sergey Yakovlev.
Pero la película no observa solo al pueblo, también contempla la vanidad y expone los argumentos y recursos de quien aprovecha su efímera ventaja para intentar someter y quebrantar los principios del soldado que a su vez ha roto con el camino de su antiguo compañero.
Así, Portnov (Anatoliy Solonitsyn) interroga a Sotkinov en una secuencia dotada con un guion magistral a manos de Shepitko y Yuri Klepikov (a partir de la novela de Vasili Bykov), en la que los personajes se transfiguran.
El antiguo partisano es ahora un moderno Jesucristo juzgado por un nuevo Poncio Pilatos, quien juega con él, adoptando una falsa actitud abierta al diálogo y la compresión de la posición de un enemigo al que, lejos de ofrecer una oportunidad de salvación, acorrala ante el abismo mientras se divierte.
Una vez terminado el juicio, y obteniendo lo que pretende de Rybak (una suerte de Judas), Portnov condena a Sotnikov, quien desciende a las profundidades de su existencia, al infierno y la oscuridad de su interior, prisionero en un exterior cerrado, sucio y sombrío. Una celda externa que cerca su prisión interna, en la que la película alcanza su significado pleno a través de la reflexión, la duda y la decisión que conducirá a Sotnikov a la ascensión, al camino de vuelta a la guerra, la miseria y la muerte.
La ascensión muestra la guerra en silencio, sin heridas ni sangre. Muestra el último aliento de un soldado en su camino hacia la libertad. La ascensión es el testamento de una cineasta irrepetible. Es una obra maestra, sin duda.
https://www.filmin.es/pelicula/la-ascension
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Noviembre 2022.