H.G. CLOUZOT. A. HITCHCOCK.
JUNTOS, NO REVUELTOS.
Ni en Las diabólicas, ni en ninguna de sus otras obras maestras, es justo tildar a H.G. Clouzot como «el Hitchcock francés». Aunque tienda a utilizarse esta expresión de forma positiva, y ambos genios tengan aspectos en común, lo cierto es que sus grandezas son totalmente independientes.
Si bien es cierto que en Las diabólicas hay similitudes significativas con el británico —la película parte de la novela de Pierre Boileau y Thomas Narcejac, autores de Entre los muertos, de la que surgió Vértigo—, y la forma de tratar el crimen, su naturaleza y el destino de sus protagonistas emparentan a Clouzot y Hitchcock, las obras que preceden esta película —El asesino vive en el 21, El cuervo y El salario del miedo, por citar solo tres— alcanzan la cima por sendas totalmente ajenas a los designios de Hitchcock. Y aun esta tiene sus rasgos de identidad propios, y por tanto ajenos al gigante británico, lo cual pone punto final a la comparación.
Vamos, pues, al diabólico lío.
LAS DIABÓLICAS.
JUSTICIA HUMANA, VÍCTIMAS CULPABLES Y JUSTICIA POÉTICA.
La diabólicas es, ante todo, un juego sobre un tablero, un escenario humano donde las acciones naturales proyectan sombras sobrenaturales. Clouzot plantea el juego de forma breve y sencilla; tres piezas sobre un tablero con infinitas posibilidades para llegar a la meta.
Véra Clouzot, Simone Signoret y Paul Meurisse —rodeados de un numeroso y magnífico elenco de secundarios, que trazan subtramas y lecturas de lo más interesante—, plantean el juego inicial. Un extraño por triste e insano trío de adultos mantiene una relación inmersa en un mundo infantil.
Michel Delassalle (Paul Meriusse), conocido, temido y respetado a la fuerza por su carácter violento, es el director de un colegio en el que convive con su esposa, Christina Delasalle (Véra Clouzot), y su amante, además de profesora en el colegio, Nicole Horner (Simone Signoret). Las dos mujeres, cansadas de su relación y el maltrato recibido por el director —conducta que se extiende a los alumnos del colegio— deciden aliarse para terminar con la situación.
Sobre el papel, Las diabólicas no ofrece nada distinto a una película sobre el crimen pasional propio de cientos de títulos vistos en el Noir, pero esta visión particular de Clouzot sobre el alcance de Crimen y castigo —como concepto, no como aproximación a la novela de Dostoievski—, se adentra en planteamientos lo bastante profundos como para elevar la película a la cima.
Clouzot plantea el juego como una búsqueda del bien en la que todo acaba mal, un mal que invierte y pervierte las situaciones y motivaciones de los personajes. Un mal poderoso y omnipresente como un dios al que todos deben obedecer, un mal que Clouzot no muestra abiertamente desde el inicio, pero insinúa en todo momento.
La insinuación es, de hecho, otro de los puntos claves de la película, pues la ambigüedad en cuanto a la relación sentimental entre los tres impregna la película. Por otra parte, hay algo oscuro entre los tres protagonistas, una sombra de duda que —ahora sí meto a Hitchcock en la ecuación—, pone en guardia al espectador desde el principio.
Hay algo en ese acto de justicia humana que las víctimas van a cometer que las convertirá en verdugos y víctimas de otra justicia más poderosa, más poética y espectral. Esa es la base, objetivo y escenario del juego; el motivo de la película.
La realidad, la cruda y prosaica realidad es el motor de la historia. Una realidad compuesta por ambición, mentiras, celos y traiciones que se hace palpable en el crimen y el castigo. Cuando la venganza se consuma, el crimen se oculta y la hora de los espectros se presenta —en un guiño francés a Shakespeare—, el fantasma de la culpa de divide en dos partes que atacarán a una sola víctima: Véra Clouzot.
A partir de aquí, Clouzot se sirve de la portentosa presencia e interpretación de su esposa —enferma del corazón en la trama y la vida real— para llevar el guion y su dirección de la película al paroxismo de la genialidad.
Todos los castigos por el crimen son reales.
Por un lado, la culpa que asola y debilita el cuerpo de Véra Clouzot —además de su relación con Simone Signoret, que aumenta su desprecio hacia ella por su debilidad— son humanos, como humano fue el crimen y su encubrimiento. Por otro, las terribles visiones que experimentará en adelante son fantasmas a sus ojos, pero tan reales como la fuerza que ejercerán sobre su débil organismo, conduciéndola a su terrible final. El crimen es humano y real. El castigo y los fantasmas, también.
Este maravilloso y genial juego de espejos nos conduce por última vez al principio del fin. El tramo final de la película supone el punto álgido de las claves que Clouzot pone sobre el tablero: la culpa, la realidad y los fantasmas, elementos con los que juega de forma magistral.
Sumando factores unimos el personaje de Simone Signoret y Paul Meurisse, situándolos frente al de Véra Clouzot, la cual sin saberlo deberá hacer frente a sus dos enemigos.
Entonces, jugamos: la realidad empuja a la víctima a terminar con su verdugo, con lo cual los papeles se invierten. El verdugo muere y la víctima ocupa su lugar. Aparentemente el objetivo se ha cumplido, el conflicto se termina y con él la historia.
Es real, pero es mentira…
Sin embargo la realidad sigue adelante, la sociedad Signoret/Meriusse sigue viva y con intención de matar a Madame Clouzot. El plan es maravillosamente simple: darle a la realidad una apariencia sobrenatural para devolver a cada uno a su lugar.
Es real, pero es mentira…
El verdugo y la víctima recuperan sus papeles respectivos, a partir de ese momento, Clouzot dibuja un escenario expresionista lleno de luces que proyectan sombras entre las que somete a los personajes a una danza macabra, obligando a Miss Clouzot a emprender una huida frenética de los fantasmas nacidos de la realidad que ella misma creó.
Una carrera en cuya meta se topa de frente con un fantasma tan real como su propia muerte. Una carrera que agota su marchito cuerpo, cayendo exhausto en brazos de la terrible realidad.
La víctima cae frente al verdugo y el verdugo ante la víctima, la realidad le obliga a enfrentar su muerte sin saber siquiera que también debería haber afrontado la traición. Todo real y cruel como la vida misma.
Todo espectral como el más bonito y tétrico cuento de terror natural.
Ese fue el juego que Clouzot propuso, esta la grandeza con la que nos lleva al desmayo y la eterna gratitud.
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
https://www.filmin.es/pelicula/las-diabolicas
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Noviembre 2021.