WEAPONS.
ZACH CREGGER, MÁS ALLÁ DE LA DUDA RAZONABLE.
Weapons no solo es la enésima demostración de la calidad que el cine de terror actual ha mostrado a lo largo de los veinticinco años que el siglo XXI ha recorrido hasta la fecha; es la prueba que despeja las dudas razonables que Zach Cregger generó con su anterior largometraje, Barbarian.

Esas dudas generadas por Barbarian resultan razonables, pero no porque la película muestre un número considerable de puntos débiles más allá de su tramo final, sino porque requiere la disposición del espectador para dejarse engañar, de lo contrario la película sí puede generar ciertos recelos fundamentados, aunque en general se trata de una historia muy bien armada.
En cualquier caso, Weapons supone para Cregger un paso gigantesco en todos los sentidos, tanto a nivel de producción como de riesgos asumidos y resultado final. Tanto como para despejar todas las dudas razonables acerca de este autor que, espero, mantenga este nivel de crecimiento.
CHILDREN OF THE NIGHT.
UN EXTRAÑO PUEBLO DE LOS MALDITOS.
Weapons es —fiel a su nombre— un arma arrojadiza en muchos aspectos, desde la siempre latente intención del ser humano que vive en comunidad de buscar un culpable al que hacer pagar culpas que no necesariamente le corresponden, hasta males sociales que siempre han sido, pero que de un tiempo a esta parte tienen nombres, rostros y responsables perfectamente identificables.
En Barbarian, Cregger integra su historia de terror en la sociedad y costumbres a las que todos nos hemos habituado, pero en Weapons —sin renunciar a ciertos detalles que la emparentan con su antecesora— pretende estrechar el cerco y no demorar la aparición del detonante.
La película no concede tiempo para una tregua, tras el detonante abre fuego inmediatamente contra un falso culpable que ha de afrontar tanto su propio sufrimiento por el extraño suceso que sacude la falsa armonía de su comunidad, como la ira de un colectivo que pretende volcar su dolor por el hecho en concreto y sus frustraciones en general. Además, también debe manejar otras cuestiones sentimentales que provocarán situaciones socialmente comprometidas que agravarán su situación a medida que la premisa inicial se desarrolle hacia el delirio que Cregger tiene preparado.



Weapons cuenta con un argumento, desarrollo y narrativa propias, sin embargo también entronca con numerosas películas, algunas cuya presencia es evidente, y otras que establecen una relación mucho más sutil, pero absolutamente determinante para alimentar la trama.
Hace casi cincuenta años, una silenciosa y escueta introducción informó por escrito al espectador de la desaparición repentina e inexplicable de un grupo de estudiantes que habían salido de excursión. Así comienza una de las más enigmáticas y descomunales películas de Peter Weir, Picnic at Hanging Rock (1977). En 1981, Lindsey C. Vickers llevó a cabo su discreta y magistral The Appointment, en la que una voz en off acompaña los pasos de una de sus protagonistas, una joven alumna que regresa de la escuela y desparece súbita e incomprensiblemente al tomar un atajo por el bosque.
Mucho tiempo después de aquellos misterios cinematográficos, Cregger expone en Weapons un hecho insólito.
Mientras suena la canción de George Harrison, Beware of Darkness, a las 2:17 de la madrugada, todos los niños de una pequeña comunidad que asisten a la misma clase salen de sus casas por su propio pie y sin la intervención aparente de ninguna fuerza externa que les coaccione. Sencillamente se despiertan, se levantan de sus camas, salen de sus casas y desaparecen en la oscuridad. Todos excepto uno, Alex (Cary Christopher).
Esto es lo que cuenta la voz en off de una narradora infantil (Scarlett Sher), que pone en situación al espectador.



Después, en una improvisada audiencia judicial que en realidad no debería ser más que el salón de actos de un colegio —una de esas estancias que cede su verdadera función para otros asuntos, habitualmente de índole sobrenatural, un recurso clásico en el cine estadounidense de género—, los padres de los niños desaparecidos acuden para escuchar al director del colegio, Marcus (Benedict Wong), aunque su verdadera intención es sentenciar a Justine (Julia Garner), la maestra en la clase de los niños desaparecidos, a la que culpan no solo de estos hechos, sino de todo aquello que se atañe a su relación con los alumnos.



Así, sin conceder tiempo a los personajes ni al espectador, Cregger precipita todos los acontecimientos, y mientras Weapons sigue su propia senda, una nueva serie de caminos entrelazados se abre paso.
Toda la ira y frustración derivadas del fracaso personal que puede hacerse fuerte en una comunidad se condensa en un personaje, Archer (Josh Brolin), un nombre ni remotamente casual para el portavoz de la furia social que transforma en una inesperada bruja a Justine, cuya existencia se ha convertido repentinamente en el objetivo social.
Igual que en Barbarian, Weapons mezcla en su presentación los elementos de la tecnología actual y rutinaria con las normas de los cuentos clásicos; las desapariciones de los niños son grabadas por las cámaras de seguridad de las casas en las que viven, pero estos recursos modernos no solo no sirven de nada contra los eternos sucesos extraños, sino que confunden todavía más a la población que, azuzada por el dolor y la incertidumbre, recurre a Justine como medio de regreso al pasado y ciertas costumbres menos olvidadas de lo que a cualquier sociedad le gustaría reconocer.
Una vez planteado el extraño dilema, presentados los dos personajes antagónicos (Archer y Justine), y Alex, el único niño a salvo de la maldición, que ha de cargar con su propio y terrible secreto, Cregger divide la película en una serie de capítulos que presentan las visiones previas y desarrolladas hasta el tiempo real en el que transcurre la historia de los personajes, tanto de los principales como de los secundarios.
De esta forma, Weapons se descompone en favor de la unidad, y las diferentes versiones de la misma historia se muestran al espectador desde varias ópticas, con lo cual la película entronca con obras tan alejadas en el tiempo y el espacio como Magnolia (Paul Thomas Anderson, 1999) y Rashomon (Akira Kurosawa, 1950). Del fatídico y desconcertante punto de partida, la película traza una serie de líneas más divergentes que paralelas que, en el extraño trayecto de regreso a su origen, revelan el secreto que resuelve y al mismo tiempo mantiene oculta la naturaleza de la misteriosa fuerza que alimenta —y de la que se alimenta— Weapons.
El despliegue de tramas desvela una serie de personajes y sus secretos, que transgreden las normas sociales en las que se basa la tradición estadounidense, con lo cual sirven a Cregger para crear los clásicos objetos de castigo, tanto a nivel comunitario como sobrenatural:
Justine, la maestra que mezcla su sensibilidad y afán educativo y emocional hacia sus alumnos con la inestabilidad provocada por su necesidad de aliviar la soledad, marcada por la comunidad como una bruja que ha resucitado antiguas costumbres sociales, que resultan no estar tan olvidadas como deberían.
Archer, arquetipo de padre rudo y aislado en la incomunicación, que va transformando su cerrazón inicial en un afán investigador que lleva su personaje a una insólita aventura que provoca una alianza con Justine.
Paul (Alden Ehrenreich), un policía que tiene problemas con la bebida y engaña a su esposa —la hija del capitán de policía y jefe de Paul— con Justine.
James (Austin Abrams), un drogadicto que sobrevive y sacia su adicción robando lo poco que encuentra deambulando por la ciudad, que cruzará su destino con Paul.
Marcus, el director del colegio, extranjero, homosexual y abierto a la sensatez y la defensa de Justine ante la ira de la comunidad, y al mismo tiempo sirve como freno ante las pesquisas de la profesora en torno a Alex y su nuevo secreto.
Alex, el único niño a salvo de las desapariciones, que guarda en secreto la fuerza que primero somete a sus compañeros de clase, después se hace con sus padres (Callie Schuttera y Whitmer Thomas), y expande su dominio hacia esos personajes que responden a un retrato costumbrista tan actual como tradicional, y que actúan simultáneamente como defensa y ataque a los cánones sociales estadounidenses.
Todos los personajes mediante los que Cregger divide su historia sirven tanto para elaborar una sátira sobre la sociedad estadounidense (extensible y reconocible en cualquier parte del mundo), como para dotar a su película de un ritmo incansable y poner en juego al personaje que conduce Weapons a su principal, oscura y oculta razón de ser, de la que además surgen el resto de similitudes cinematográficas.
Pues hay más cine con el que Cregger enlaza su obra en esta conjunción de hechos y personajes extraños…




Weapons es, ante todo, un esfuerzo inagotable por establecer una conexión entre el mundo actual y los cuentos clásicos de terror. Es decir, una reinvención de los miedos ancestrales cuyo poder radica en su objetivo: los niños.
Bosques en los que Hansel y Gretel se pierden y entregan a la voluntad de una bruja, Flautistas que transforman la pretendida paz de una pequeña comunidad vengando su afrenta mediante los niños desaparecidos como moneda de cambio, niños que surgen de fenómenos repentinos e inexplicables y se alzan para ejercer un poder letal sobre el mundo adulto…
Estas son armas que enlazan Weapons con Village of the Damned (Wolf Rilla, 1960, John Carpenter, 1995) y con ¿Quién puede matar a un niño? (Narciso Ibáñez Serrador, 1976).
Cregger establece también un parentesco lejano con el universo de Pesadilla en Elm Street (Wes Craven, 1984), pues los pecados de la comunidad son algo a pagar en los sueños de los adultos que involucran a los niños perdidos. Así, Archer, Justine y James vislumbran al personaje clave mediante sus tormentos y alucinaciones personales.
Pero, ¿quién es ese personaje que ostenta el verdadero poder en Weapons?
La tía Gladys (Amy Madigan) —de la que no revelaré imagen alguna en esta reseña—, es el centro del poder que oculta Weapons; es la encarnación delirante que sirve al humor extravagante que Cregger mezcla con el terror, con ese miedo ancestral a lo desconocido, que en algunas ocasiones se experimenta en la infancia mediante lo que para el mundo adulto es solo una visita incómoda.
A ojos de un niño, la Tía Gladys es mucho más que un personaje al que le basta el parentesco para irrumpir en la vida cotidiana sin justificar su procedencia. Para Alex, incluso antes de conocer los secretos de la Tía Gladys, ese personaje resulta algo inherente al mal que despierta en el niño el terror hacia lo desconocido, que en los adultos no va más allá de un inconveniente extravagante y pasajero.
Igual que Cole Sear en El sexto sentido (M. Night Shyamalan, 1999), o Carol Anne en Poltergeist (Tobe Hooper, 1982), Alex es el único que puede ver desde el principio ese mal que utilizará a los niños como armas para expandir su poder.
Weapons es un ejercicio de equilibrio constante entre el cuento de terror clásico que se alimenta de los niños —la figura del parásito está presente en la clase de Justine, en la televisión de Marcus, en las adicciones de Paul y James—, y el delirio incontenible de Creeger, que convierte a esos niños que cruzan los espacios de la película a toda velocidad como «misiles teledirigidos» que, cuando el poder tradicional del Vudú y la brujería se rebelen en favor del humor, cambiarán el terror de rumbo.





La Tía Gladys, — cuyo semblante maquillado y actitud traen lejanos recuerdos de la Minnie Castevet de Rosemary’s Baby (Roman Polanski, 1968), o el perturbado personaje oculto tras el disfraz en The Devil-Doll (Tod Browning, 1936), y una conexión más directa con el rol de Lorna Raver en Arrástrame al infierno (Sam Raimi, 2009)—, sirve a otro propósito en la película.
Cregger se vale de la bruja como una figura a la vez atemporal y anacrónica en su afán por pasar inadvertida en una época que no corresponde ni a ella ni a su histrión, una imagen grotesca y cómica que a su vez profundiza en uno de los temores clásicos estadounidenses: la fobia a los payasos, algo que —una vez más— entronca la película con otros mitos del acervo terrorífico: el universo de Stephen King, The Twilight Zone…
Con la maldición ya desatada, desvelada al espectador y la investigación de Archer y Justine avanzando a marchas forzadas, Cregger se apoya en la creciente interpretación de Julia Garner —quien esta temporada ha demostrado que su anodino personaje en la excesivamente maltratada Hombre lobo (Leigh Whannell, 2025), fue una mera anécdota en comparación con su estupendo trabajo en Apartamento 7A (Natalie Erika James, 2024) y esta excelente Weapons— para llevar los preceptos del Vudú y la brujería al paroxismo cómico y terrorífico de la Tía Gladys y los niños, armas definitivas de este nuevo pueblo de los malditos que, probablemente, generen un nuevo personaje icónico.
Ese pueblo, ya sometido al mandato infantil, luce en su magnífico y suicida tramo final un derroche de ritmo en la planificación, y un montaje preciso que acercan la película al terreno del Thriller con una eficacia implacable.






Así, paso a paso, personaje a personaje y enredo a enredo —en el que las referencias a la inmensa El resplandor también figuran (el número 217 se aproxima mucho al 237…)—, Cregger llega a la que hasta la fecha es el máximo exponente de su todavía breve pero intensa singladura en el cine de terror actual, un cine armado con grandes películas a las que Weapons ha de servir como munición definitiva.
Weapons es, más allá de toda duda razonable, una película fascinante y una de las mejores armas del cine de terror actual, siempre preparado para defenderse de sus atacantes.
Película disponible en HBO MAX:
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Agosto 2025.
