LATE NIGHT WITH THE DEVIL.
EL OSCURO TUBO CATÓDICO.
Late Night with the Devil es el milagro que el diablo necesitaba desde los lejanos días en los que el cine resucitó su poder y la televisión lo introdujo en todos los hogares del mundo. Es también una de las reinas del cine de terror actual, y será —espero— un futuro referente y el impulso definitivo de los hermanos Cairnes.
La carrera de estos hermanos australianos es corta y, hasta la fecha, hábil para salir airosos de la falta de presupuesto. Este breve recorrido ha transcurrido por la senda del terror, iniciada con 100 Bloddy Acres (2012), una apuesta por la comedia de terror muy bien resuelta. Tampoco es la primera vez que (de nuevo desde la óptica del género) nos muestran la oscuridad que se oculta en el mundo catódico. Con Scare Campaign (2016) abrieron su camino hacia la televisión y sus pérfidas artimañas.
Late Night with the Devil se impregna completamente del espíritu que pretende invocar. Es una película fantástica y fascinante, y posiblemente será un referente por todo aquello que ha logrado revivir, pero su valor fundamental es el mundo oscuro. El de la televisión, la sociedad y todo aquello que reclamaba una dimensión desconocida en los Estados Unidos de la convulsa década de los setenta.
La película de los hermanos Cairnes recupera el siniestro esplendor de aquellos programas que amparados por la madrugada y la soledad de sus habitantes, alimentaban a la vez que saciaban la atracción hacia el ocultismo y las artes oscuras, a través de aquellas ventanas catódicas en las que un rostro apuesto y familiar daba al público todas las patrañas sensacionalistas que decía necesitar.
Late Night with the Devil hace del mal catódico la mejor de las virtudes cinematográficas.
La película se ciñe a los cánones clásicos del diablo en la era moderna, y como si de un capítulo de The Twilight Zone se tratase, aborda la compleja oscuridad del mal en varias de sus formas con esa habilidad que la sátira tiene para convertir cualquier cosa —por intrincada que sea y repleta de contenido oculto que esté—, en un inocente y entretenido espectáculo televisivo.
Late Night with the Devil es una película de terror que ha sido capaz de revivir un poder que parecía derrotado para siempre; pero también es un truco, una ilusión que convierte el horror y la decadencia social y televisiva en una divertida atracción hacia lo desconocido.
Tal es el poder de este demonio, recuperar el legado del ilusionismo, del espectáculo de feria en lugares oscuros, ahora encerrado en la pantalla de sus televisores y, de nuevo, proyectado como una sombra al servicio del cine.
Esta película es una alianza fascinante. El truco y la ilusión óptica que siempre necesitaremos.
I’M NOT REGAN.
NETWORK MEETS FAUST.
Hace poco más de medio siglo, Linda Blair dejó atrás su identidad para siempre a cambio de convertirse en el icono diabólico definitivo. En una de las obras maestras de William Friedkin, El exorcista, el demonio se rebela y desvela su identidad. «Yo no soy Regan», afirma ante su enemigo.
En 1976, Sidney Lumet desveló los pasadizos ocultos de la televisión en una de sus obras maestras, Network.
En 1926, F.W. Murnau alcanzó una de las cotas más altas del espíritu natural del cine con su adaptación de una obra maestra del imaginario universal, Fausto.
Late Night with the Devil no puede —ni pretende hacerlo— eludir las poderosas sombras que la han engendrado, pero este mal que se alía con el diablo para triunfar en la televisión cuenta con su propia identidad, con su propio poder y su propio rostro que, aún reconociendo su origen, se independiza del demonio matriz haciendo suya la frase de su ancestro: «Yo no soy Regan».
Efectivamente, no lo es.
Lilly (Ingrid Torelli) asume el legado diabólico y revive una fuerza que en estos últimos cincuenta años ha muerto a base de éxito e incontables copias de la fórmula original. Es obvio que El exorcista cambió las cosas para siempre, y que en algún momento ya lejano esa fórmula agotó su capacidad para reproducirse, produciendo un curioso fenómeno de regreso al punto de partida en el que solo el original conserva su inmenso valor. Pero medio siglo después, el legado de Friedkin, Regan y las ocultistas compañías reunidas por Roman Polanski relevan sus esotéricos votos.
Night Owls, así se llama el programa de madrugada con el que Jack Delroy (David Dastmalchian) se asoma al marco de la televisión que atrae las miradas de los hogares. Delroy responde absolutamente a todos los cánones: es atractivo, elegante, clásico a la par que contemporáneo, astuto y con los vestigios suficientes de humanidad como para haber amado a su esposa, Madeleine Piper (Georgina Haig), y utilizar su trágica y prematura muerte en favor de un programa que necesita recuperar su audiencia al precio que sea, incluso el que un extraño y poderoso culto le pida a cambio.
Fausto se prepara para entrar en el territorio Network…
En la noche de Halloween de 1977, Delroy y el productor Leo Fiske (Josh Quong Tart) preparan el especial definitivo de su espectáculo de variedades. El regreso del infierno personal y mediático de Delroy tras la muerte de Madeleine se verá arropado por un plató especialmente decorado para la ocasión.
Gus McConnell (Rhys Auteri), el principal colaborador del presentador, representa fielmente el contrapunto de la estrella conductora del programa que en esta ocasión cuenta con una lista de invitados intencionadamente polémica:
Christou (Fayssal Bazzi), un médium que invoca y habla con los muertos en directo, Carmichael Haig (Ian Bliss), un mago antes entregado al esoterismo y ahora militante en el bando del escepticismo, que parapetado tras un cheque a cobrar por quien logre demostrar sus poderes sobrenaturales, defiende su posición mediante el ataque a los engaños del médium y las estrellas del programa: la psicóloga June Ross-Mitchell (Laura Gordon) y Lilly (Ingrid Torelli), la única superviviente de una secta entregada al demonio, que parece estar poseída, tema central del estudio realizado por June en su libro Conversaciones con el diablo.
Todo está listo para la gran noche de la televisión. La tensión entre las diferentes representaciones de los personajes crece, la trama avanza, la audiencia sube y los pequeños detalles que la película esconde comienzan a salir a escena. Esa noche, el Late Night definitivo mostrará al diablo en directo.
Todos los aspectos de la película rinden al máximo en el menor tiempo posible. El guion va directo al grano, el montaje hace la película un entretenimiento eficaz a caballo entre la comedia mordaz y la espera al terror desatado, el vestuario, la fotografía y el atrezzo recrean con fidelidad la época, y todas las interpretaciones (especialmente las de David Dastmalchian e Ingrid Torelli) son magníficas. En apenas 90 minutos, los hermanos Cairnes —dos tipos prácticamente desconocidos— han logrado resucitar el mal del hastío que lo había enterrado.
Una vez planteadas las cuestiones sociales previas, y con el pérfido interior de la televisión al descubierto, una vez que Delroy inicia su juego fáustico a cambio de dominar el juego en este lado aún más oscuro de Network, llega la hora del relevo, de mostrar la fuente y a la vez la identidad propia. Llega el milagro que obra la película y su frenética carrera hacia la fantasía descontrolada propia de la Serie B.
«Yo no soy Regan». Recurría antes a la sentencia de Friedkin para presentar al demonio en El exorcista. Late Night with the Devil bebe de la fuente suprema del mal, pero no solo en la capa superficial. En El exorcista, la presencia del diablo se muestra tanto en la evidente posesión de Regan como en un montón de ilusiones fugaces que recuperan la naturaleza del cine como un espectáculo de ilusionismo. Así, la presencia del demonio se hace patente en pequeños detalles que retan al espectador a descubrir el truco.
Pues bien, en esta emisión nocturna también hay una niña poseída, también hay testigos escépticos que contemplarán el horror y también hay trucos y destellos fugaces que anticipan lo que ocurrirá. Madeleine no se ha ido, y el pacto faústico entre Delroy y la sociedad secreta reclama el precio a pagar. Pero el precio no es la muerte de Madeleine, esta es una de las claves del estupendo guion, el precio es su retorno como un fantasma que, aliado con el diablo, concederá a Delroy lo que quiere justo antes de arrebatárselo todo. Ese es el precio, una noche en directo a cambio de absolutamente todo.
El demonio nunca pierde… y ahora ha llegado a la televisión para retar al ojo del espectador a descubrir sus ilusiones previas antes de que Lilly recoja el testigo de Regan y haga la película totalmente suya. Pues Lilly no es Regan, y al fin, el legado de El exorcista adquiere su propia identidad ante el público de este Night Owls.
Después, los hermanos Cairnes abandonan la sutileza y la contención, pisan el acelerador y la película entra de lleno en el descontrol y en cierto subrayado en el tramo final que tal vez resulte innecesario. En cualquier caso, este es un fin de fiesta con rayos luminosos destructores, cabezas divididas y la nueva niña-demonio haciéndose con todo en una película que recurre y revitaliza a Fausto, Network, el Polanski esotérico, El exorcista, The Twilight Zone —y ya en su maravilloso descontrol— al Lucio Fulci de los años ochenta y al David Cronenberg de Scanners.
Todo por la audiencia que, al fin, ha vuelto a contemplar el rostro de un demonio que sabe de dónde viene y exactamente a dónde va.
Larga vida a este Late Night with the Devil en el que Lilly sentencia: Yo no soy Regan.
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Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Junio 2024.