WOLFGANG PETERSEN.
EL GERMANO AMERICANO.
Das Boot es, sin lugar a dudas, la demostración definitiva del dominio que Wolfgang Petersen tenía de la narrativa y el oficio cinematográficos.
Por lugar y fecha de nacimiento, Petersen estaba destinado a compartir la filosofía de los grandes cineastas que dieron forma y fama al movimiento conocido por «Nuevo cine alemán», una especie de respuesta tardía a los grandes movimientos cinematográficos que sacudieron Europa durante los años sesenta: La Nouevelle Vague francesa y el Free Cinema británico.
La situación cultural y social en general de Alemania tras la Segunda guerra mundial era desastrosa, y el cine -a pesar de recibir considerables respaldos financieros durante el «Milagro económico alemán», desarrollado en los años posteriores a la guerra- se resentía especialmente de dos factores:
La huída a Hollywood de los directores que habían hecho del cine alemán la principal potencia durante los días del Expresionismo, y el fomento por parte del gobierno de películas de escasa calidad, cuyo contenido se dividía en tres temáticas: el amor romántico con tramas y finales dóciles, las tramas de época, especialmente los biopics sobre personalidades militares del antiguo Imperio austrohúngaro, y las películas conocidas por Schlagerfilm, un género dentro del musical del que surgieron entre 1952 y 1959 nada menos que cincuenta y siete títulos, todos ellos absolutamente olvidables.
El panorama del cine alemán era -tras su reinado en los años veinte y el exilio de sus grandes nombres por el nazismo- completamente desolador. Así, el surgimiento del Nuevo cine alemán tras la firma en 1962 del «Manifiesto de Oberhausen» por parte de veintiséis jóvenes directores forjados casi exclusivamente en el cortometraje, fue un punto de inflexión tan necesario como decisivo.
De aquel manifiesto y la corriente que generó, cuatro fueron los nombres que habrían de resultar sus principales referentes: Volker Schlöndorff, Rainer Werner Fassbinder, Werner Herzog y Wim Wenders. Como decía antes, Wolfgang Petersen estaba, por fecha y lugar de nacimiento, destinado a ser el quinto gran nombre, pero no fue así.
Las inquietudes artísticas de Petersen no diferían demasiado de las de sus revolucionarios compatriotas, pero sus objetivos sí.
Su cine no huye del compromiso y la reflexión y profundidad filosófica en sus personajes, pero tampoco se aparta del sentido de un espectáculo de masas que lo empujó hacia la industria de Hollywood, algo que se haría cada vez más notorio según su carrera avanzó, especialmente con su estigmatizada adaptación de la novela de Michael Ende, La historia interminable.
Pero esa, es otra historia. Antes de su consagración y altibajos en Hollywood, Petersen irrumpió en la década de los ochenta y se abrió las puertas del templo cinematográfico americano con la película de la que posiblemente menos cabría esperar el éxito y la repercusión que obtuvo, tanto en su país de origen como en el resto del mundo.
Por temática, planteamiento y desarrollo, Das Boot fue un acto suicida convertido en un milagro cinematográfico.
DAS BOOT.
EL PROFUNDO SILENCIO DE LA GUERRA.
De todas las formas que Petersen podría haber escogido para dar forma a su película, escogió sin duda la más arriesgada.
Su visión del cine bélico difiere tanto de la propaganda del cine de aventuras que proliferó en Norteamérica tras el conflicto, como del carácter poético y documental del Neorrealismo o las incursiones filosóficas, existenciales y sociales narradas por Coppola o Cimino, en Apocalypse Now o The Deer Hunter, respectivamente.
La guerra vista con los ojos de Petersen se muestra como un ente que sume a sus protagonistas en un universo extraño, envolviéndolos en silencio y soledad. Das Boot es una prisión que encierra hombres libres condenados a luchar en el lugar más impenetrable de la tierra: las profundidades del mar.
Como si se hubiese contagiado de la majestuosidad del océano, Petersen desafía las leyes terrestres. Su película bélica parte de la novela homónima escrita en 1973 por Lothar-Günther Buchheim, pero no se atendrá a ninguna norma, al contrario, desafía al mercado desde la duración del metraje (hay tres versiones, una de 150 minutos, otra de 209 y una final de 282).
Es decir, una película bélica en la década del cine de acción por excelencia que elude los combates, somete al espectador al silencio y la pausada degradación emocional y física de un grupo de soldados que, siendo libres, cumplen condena en un espacio que parece menguar a medida que la película crece.
Esta es la propuesta de Petersen para contar la historia de un submarino cuya tripulación parte de La Rochelle en octubre de 1941.
Así inicia un viaje que -estableciendo un símil con La odisea– recorrerá la tierra a través del mar sin saber si habrá un regreso a casa, condenando a su tripulación a vivir al mismo tiempo ajenos y cómplices del devenir de los acontecimientos bélicos, y provocando un caos entre los miembros hacinados en la prisión que atraviesa las profundidades del mundo, mientras salen a la superficie las hostilidades entre ellos, provocadas por la falta de espacio, la diferencia de criterios y motivaciones y un calor que parece impregnarlo y ensuciarlo todo.
Un calor que se alía con la falta de espacio y esperanza, con el silencio que se hace eco de la soledad a través de la cual la tripulación se reúne en su viaje por las profundidades de un mundo acuático que, en la superficie a la que solo emergen en dos ocasiones, no deja de arder.
Petersen desafió al cine entendido como un negocio con este monstruo marino hecho película, y compuesto por sentimientos tan humanos como la desesperación, la soledad y el silencio de un grupo de soldados libres que ya no sienten el deber ni el miedo que los haga obedecer -es maravillosamente significativa la creciente ausencia de formalidad y saludos militares según avanza la película- un grupo de soldados libres, sí, pero malditos.
Malditos y condenados a no ver jamás la luz sobre la tierra más que para contemplar el fuego de la destrucción y el resplandor de la muerte cuando el submarino, ya liberado de sus prisioneros, regrese al mar por última vez.
El autor de una maravillosa película acerca de la soledad y el silencio en medio de los gritos de la guerra, se ha ido. Wolfgang Petersen ha muerto hoy, 17 de agosto de 2022.
Esta, por muy pobre que resulte, es mi despedida.
https://m.ok.ru/video/1957890165491
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Agosto de 2022.