DARK DISNEY,
POR RICHARD FLEISCHER.
Si 20.000 leguas de viaje submarino es una novela universal, su autor, Julio Verne, un referente cultural que va más más allá del tiempo y el espacio, y todo aquello que fue tocado por la varita de Richard Fleischer transita entre lo eficaz y la obra maestra, el triunvirato formado por el Capitán Nemo, Verne y Fleischer, es a la fuerza, un portentoso ejemplo del cine de aventuras.
Digo que la película es portentosa porque sus contrastes supusieron una extraña novedad que sigue causando una hipnótica admiración hoy en día, casi setenta años después de su nacimiento.
Esos contrastes pueden apreciarse en prácticamente todos los aspectos de la película: desde la elección de su director (el genio de Fleischer resulta difícilmente encajable en la filosofía de la factoría Disney), hasta los perfiles de los personajes -modelados hábilmente por el director- y los interpretes que distancian la película de cualquier lectura dócil y cercana a la sensiblería.
En esa serie de contrastes radica la grandeza de la película. Alejada con una fuerza tan magnética como sutil de los cánones coloristas y remilgados a los que el cine como espectáculo de masas entregaba el exotismo salvaje de las aventuras -por más excepciones maravillosas que hubiese en todos los géneros- la tendencia de la factoría más famosa del mundo estaba clara.
Pero Fleischer es tenebrista, listo y hambriento como un lobo. James Mason, Peter Lorre y Kirk Douglas forman un sólido triunvirato sobre el que Fleischer sostiene la principal baza de la película: la oscuridad. El lado tenebroso de Disney salió a la luz décadas antes de su incursión en la saga Star Wars.
20.000 LEGUAS DE VIAJE SUBMARINO. CINEMASCOPE, TECHNICOLOR Y OSCURIDAD.
De todos los lugares de la tierra, hay uno en el que los colores brillan con especial intensidad y contraste: la oscuridad. De todos los lugares de la tierra, hay uno en el que la oscuridad reina con luz propia: las profundidades del mar.
Los aspectos técnicos puestos al servicio del inmenso talento narrativo de Fleischer, elevan por sí solos la película a la cima.
El manejo del Scope, la obtención del máximo rendimiento narrativo del Technicolor en favor más del guion que del espectáculo (esta vez con los tonos sutil y convenientemente rebajados, algo que permitió la inusual ausencia de Natalie Kalmus gobernando el uso del invento de su familia), los maravillosos -e increíblemente vigentes- efectos visuales, y un vestuario y atrezzo cuidados hasta el mínimo detalle en favor de una excelente y hermosa ambientación, aportaron a la película un equilibrio perfecto entre el entretenimiento propio de las aventuras épicas y la oscuridad en la que Fleischer sumergió a sus protagonistas.
La inteligencia y buen gusto que destila la película son inagotables. De un lado, la figura del pícaro ágil, burlón y escurridizo que Douglas Fairbanks, Errol Flynn o Burt Lancaster habían mitificado en sus respectivas aportaciones al género, sirvió como testigo a recoger por parte de Kirk Douglas, quien se mimetizó a la perfección con las formas físicas y emocionales de su personaje, concediendo a las normas básicas de Disney su personaje más afín: un canalla que disipa su naturaleza en su propia sonrisa y en su carismática presencia en la pantalla.
En medio, el paso de la luz y el color deslumbrante a la oscuridad. Peter Lorre, aquel turbio asesino de los lejanos y tenebrosos días del Expresionismo y el primer Hitchcock, reciclado en la oscuridad del cine negro y anticipando unos años su retorno a los horrores de la mano de Roger Corman, sirvió aquí, con su medida y sutil interpretación, de puente entre las diabluras de Douglas y la sombra existencial del mejor Capitán Nemo que unió la novela homónima de Verne con una de las más grandes de sus adaptaciones al cine.
Ya en las profundidades, el abismo al que Fleischer arroja la personalidad de su visión de Nemo -muy fiel a la ideada por Verne- toca fondo.
Así, la soledad existencial del atormentado marino, que realiza su viaje de la literatura al cine en el vehículo maravilloso que fue -siempre, pero muy a propósito en esta ocasión- James Mason, aprovecha el tenebrismo que el Technicolor heredó de los grandes maestros de la pintura, y mediante la fascinante y elocuente fotografía del mítico y prolífico Franz Planer (este tipo fue el director de fotografía de 163 películas entre 1919 y 1962) la oscuridad se apodera de todo: guion, colores, ambientación, ritmo… y especialmente de la psicología de los personajes, encerrados en la hermosa y fascinante prisión que fue el Nautilus visto bajo la maravillosa óptica de Fleischer.
Allí, en esa profunda oscuridad que resalta los colores de la soledad, Fleischer retrata a Nemo con pinceladas de algunos personajes del cine de terror, dotando al capitán con una taciturna afición a la música, recurriendo al mismo tiempo al pasado y anticipando en cierto sentido el futuro, pues el órgano el que Nemo expresa su tristeza por medio de la música a bordo de esa suerte de ópera/guarida sumergida que es el Nautilus, guarda claras similitudes con la adaptación de la novela de Gastón Leroux, El fantasma de la ópera, que en 1925 Rupert Julian y Lon Chaney hicieron inmortales.
En el mismo sentido, la sombra de Nemo arrojada por el operístico fantasma, anticipa en cierto modo las retorcidas emociones de Vicent Price en las profundidades de su guarida, en la que resuenan los lamentos del órgano en las dos entregas de Robert Fuest sobre El abominable Dr. Phibes. Fleischer es lo bastante hábil como para, sin abandonar la aventura para toda la familia, perfilar la sombra de Nemo con un marcado trazo terrorífico, haciendo del marino un personaje tan heterogéneo como su cine, y más parecido a un héroe trágico propio de los mitos clásicos que a los sonrientes y galantes aventureros.
Fleischer dividió la película en dos partes. Y todo aquel que divide, vence. Por un lado buscó el entretenimiento libre de tribulaciones filosóficas y personajes taciturnos, dotándola de ritmo y un pleno sentido del espectáculo. Por otro, sumergió su película en las profundidades del rostro marcado por la tristeza y la soledad de aquellos que -ni en lo más profundo del mar- logran huir de los fantasmas que los persiguen.
Un rostro con el que James Mason elevó a Nemo a lo más profundo del abismo, en busca de un nuevo día que jamás llegará.
Fleischer dividió sus 20.000 leguas de viaje submarino entre la luz y la sombra, y como los colores que hicieron del cine el maravilloso espectáculo que es, el Nautilus brilló en el lado oscuro de Disney. Allí donde Fleischer venció.
https://www.disneyplus.com/es-es/movies/denizler-altnda-20000-fersah/4SAB7qEx02M1
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Agosto de 2022.