JOHN McTIERNAN. THE ACTION MAN.
A John McTiernan no le importa si la jungla es de cristal como en Die Hard, si es real como en Depredador, si se oculta en las profundidades como La caza del octubre rojo, o si se muestra a través de una distopía urbana y punk de bajo presupuesto como en Nómadas.
La cuestión para McTiernan siempre es la misma: que el cine se ponga al servicio de la acción, y ésta, a su vez se rinda al cine, a la narrativa cinematográfica.
Si hubo un tipo que durante la década de los ochenta cruzó todas las fronteras que el cine de acción se impuso a sí mismo, sin salir del género en cuestión —no olvidemos que Verhoeven o Cameron en Robocop o Terminator se adentraron en la Ciencia-ficción—, ese fue sin duda John McTiernan, encerrado en su Turris Erbúnea particular en forma de jungla de cristal.
DIE HARD. EL VILLANO ELEGANTE VS EL HÉROE INVISIBLE.
Hay dos torres especialmente emblemáticas en el cine de acción y/o catástrofes de los últimos cincuenta años. Una es la protagonista de la trampa letal —con crítica social subyacente incluida—, con la que John Guillermin armó su colosal entretenimiento en The Towering Inferno (1974). Otra, el laberinto de acero, hormigón y cristal que albergó en sus monstruosas entrañas a un héroe invisible luchando contra la malvada y despiadada elegancia del crimen en Die Hard.
Ambas películas son al mismo tiempo, paradigmas y prófugas de los dictados básicos del Blockbuster.
Es decir, ambas cuentan entre sus protagonistas con personajes heroicos —mayoritariamente masculinos—, que deben salvar a un numeroso grupo de víctimas de un mal que aumenta exponencialmente su poder gracias a una trampa letal surgida de la vanidad y el afán desmedido por el progreso.
Ambas extienden su metraje más allá del que la mayoría de las películas de mero entretenimiento se permiten, y ambas combinan secuencias de ritmo pausado en las que la tensión mantiene la atención del espectador, conociendo así los motivos y personalidades de todos los personajes, con Set-Pieces dotados de un ritmo frenético y ejecutados a la perfección.
Sin embargo, pese a los elementos comunes, Die Hard se distancia considerablemente, no ya de su torre gemela, sino de prácticamente todo el universo de una de las épocas más prolíficas del cine de acción. Y es que si bien es cierto que la película de McTiernan juega con todos los arquetipos del género, también lo es que sus formas conducen a un fondo que rompe los moldes.
Partiendo de la base de la novela de Roderick Thorp, Nothing Lasts Forever, Die Hard recorrió un arduo y problemático camino desde aquel 1979 en que Thorp escribió la obra, hasta que casi diez años después, y tras numerosos procesos de casting y el cambio radical del final de la novela —a pesar de ser el propio autor quien junto a Jeb Stuart y Steven E. de Souza se hiciese cargo del guion—, McTiernan lograse el control de una película que, sin duda, había nacido para dirigir.
Y tanto se hizo con el control, que, después de un casting fallido tras otro, su película definitiva halló los protagonistas fuera del mundo del cine, pues su trío de ases procedía principalmente del teatro y la televisión. Así, una trama a priori sin nada nuevo que aportar, con la década del cine de acción por excelencia llegando a su fin y los mitos de la testosterona fijos ya en el universo del género, alcanzó la cima.
Durante la celebración de una fiesta empresarial de Navidad en la ciudad de Los Ángeles, un grupo de ladrones armados, liderados por Hans Gruber (Alan Rickman), se apodera de del edificio Nakatomi Plaza, tomando a un grupo de personas como rehenes.
Completamente ajeno a estos hechos, John McClane (Bruce Willis), un policía de Nueva York que ha viajado hasta Los Ángeles para intentar reconciliarse con su esposa, Holly Gennaro (Bonnie Bedelia), se adentra poco a poco en, la que resulta a sus ojos, extraña atmósfera de California.
Tras un breve recorrido por la cuidad y sus extravagantes costumbres, vista bajo una densa y oscura capa que parece anticipar la noche —gracias a la magnífica y elocuente fotografía de Jan de Bont—, McClane, tras frustrar su intento de reconciliación con Holly, logra permanecer oculto a los ojos de los secuestradores, erigiéndose así en un héroe invisible que ha de luchar contra la elegancia del villano Hans Gruber, y suponiendo en su irónica soledad, la única esperanza para los rehenes que habitan con él en el corazón de la jungla de cristal.
Die Hard se aleja de todas las películas de acción de su época porque —recogiendo el testigo de algunos clásicos del género, e incluso del Noir—, aporta a sus personajes una serie de motivos y personalidades muy bien definidas, jugando con el guion para ofrecer un abanico de situaciones que transitan entre la ligereza de los diálogos cómicos propios de las Buddy Movies —la relación invisible entre McClane y el sargento Al Powell (Reginald VelJohnson), a través de una radio es un hito—, con una serie de Set-Pieces de acción en el interior del edificio que imprimen a la película el ritmo más preciso y frenético que se veía desde los días de Bullitt o The French Connection.
Sin embargo, pese a la eficacia del montaje, la elocuencia de su preciosa fotografía, la inteligente y medida combinación entre un guion desenfadado que, tanto suelta chistes baratos como profundiza en sus personajes, la baza principal de Die Hard, lo que hace que realmente alcance una cima en la que, treinta y cinco años después, se mantiene sólida como el primer día, es el enfrentamiento entre el bien invisible y el mal elegante, entre un Sherlock Holmes transfigurado en el americano de a pie, cínico, un tanto arrogante y de lo más mundano, y la encarnación fría y centroeuropea del profesor Moriarty en la piel del elegante, sutil, taimado y culto Hans Gruber, por obra y gracia del irrepetible Alan Rickman.
Ese es el punto que marca todas las distancias.
Ese, y convertir al edificio Nakatomi Plaza —igual que Guillermin hizo con su Towering Inferno—, en un protagonista principal. Un monstruo inmóvil que decidirá, en sus frías y artificiales entrañas, el destino de un puñado de seres humanos, mientras en la cálida noche de la Navidad Californiana, los modernos Estados Unidos, amparados por la mentiras de neón y todo el ejército de clichés ochenteros, se enfrentarán mediante un héroe que nadie puede ver, a la clásica, sutil, elegante y pérfida inteligencia de la vieja Europa.
Die Hard es, a grandes rasgos, un duelo nocturno en el corazón de la jungla de cristal entre Willis y Rickman, entre la irreverencia de la televisión y la elegancia dramática del teatro, donde solo el héroe —una suerte de nuevo Jesucristo que sangra por los estigmas de sus pies para salvar al mundo en Navidad— puede vencer. No se puede ser más norteamericano…
Y el héroe, vencerá. «Yippi ka yei, hijo de puta», ya es parte de la historia del cine.
https://www.disneyplus.com/es-es/movies/jungla-de-cristal/1NWCEanaAK2b
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Enero 2023.