CINE Y SOCIEDAD,
POR RODRIGO SOROGOYEN.
As bestas es otra más de las muestras del talento y el dominio del cine como oficio narrativo que atesora Rodrigo Sorogoyen, una de las caras de la moneda que, junto a Carlos Vermut, hace impagable todo lo que toca en el cine español.
La creciente carrera de Sorogoyen no puede separarse en ninguno de sus aciertos plenos de tres factores decisivos: los guiones escritos al alimón con Isabel Peña, el cuidado especial en su trabajo con los actores, y la radiografía certera, libre de clichés y cualquier tipo de censura encubierta que hace de la sociedad actual en general, y muy concretamente, de la española.
Solo una década ha bastado para que el dúo formado por Peña y Sorogoyen se alce como algo prodigioso. Entre 2013 y el actual 2023, su dominio cinematográfico se ha establecido casi como una norma fija en el firmamento de un cine (el español), en el que las verdaderas luces han de sortear la oscuridad siempre marcada por el prejuicio.
Stockholm (2013), Que Dios nos perdone (2016), El reino (2018), Madre (2019, desarrollada a partir del cortometraje homónimo de 2017), y As bestas (2022), forman, junto a las incursiones televisivas del dúo en Frágiles (2012-2013) y la magnífica Antidisturbios (2020), una realidad que, si bien ha de enfrentarse a voces detractoras que acusan a sus obras de falta de resolución en las tramas y ausencia de aspecto cinematográfico en favor de formas excesivamente televisivas, a mí me resulta indiscutible.
Una realidad que en As bestas recoge el espíritu del retrato social sobre el que pivotan Que Dios nos perdone y El reino, para llevar la ficción a las consecuencias más extremas en todos los sentidos. Especialmente el cinematográfico.
AS BESTAS.
ESTA TIERRA ES MÍA.
Sirva el título de la obra maestra universal de Jean Renoir para establecer una de las dos claves de la película. Una, como el propio lema extraído de Renoir reza, es la lucha territorial. Otra, y la más importante, arriesgada y que irónicamente más críticas le ha costado a la película, es el cambio de paradigma en esta insólita historia de violencia.
As bestas dibuja un retrato social, no el primero, ni el único magistral, pero sí uno dotado con una marcada personalidad propia, independientemente de sus influencias.
Lo dibuja mediante personajes en los que el guion de Peña y la dirección de Sorogoyen alcanzan una profundidad puesta al servicio de una serie de interpretaciones (repartidas entre protagonistas y secundarios), que equilibran la tensión y el ritmo pausado de la película, combinando su trabajo de mimetización con el entorno y las motivaciones y las psiques de los personajes con la fotografía de Álex de Pablo, entregada por completo a la narrativa y las razones de ser de la película, que mantienen una elaborada conexión con la que posiblemente sea la cumbre de la violencia rural cinematográfica: la imperecedera obra maestra de Sam Peckinpah, Perros de paja.
Las conexiones entre As bestas y los míticos Perros de paja van más allá de la historia de violencia desatada por la crueldad salvaje de seres primarios e instintivos que defienden a muerte su territorio.
En ambas películas se juega con la invasión condescendiente y arrogante del mundo urbanita al mundo rural (la restauración de casas abandonadas y la reparación de sus tejados como pretensión y pretexto de mejora, de salvación del deterioro rural por parte del avance de las metrópolis, son un elemento común en las dos historias).
En ambas películas hay un punto de reunión y refugio común —el bar—, una caverna en la que la manada se hace fuerte para humillar, despreciar y alimentar su odio hacia el invasor, convirtiéndolo en el culpable ficticio de sus males, de sus carencias y frustraciones. En el enemigo a batir.
Ambas películas eluden tratar la historia únicamente como una disputa por dinero o una cuestión acerca de la propiedad, de ser así estaríamos ante un enfrentamiento civilizado.
En ambos casos hay personajes secundarios que subordinan su condición relativamente civilizada y ecuánime (el sacerdote y el magistrado en Perros de paja, y el interpretado por Machi Salgado en As bestas), a la prepotencia y la pretendida superioridad, a la naturaleza entregada a la suciedad física y moral, al odio racial y el miedo gratuito ante la presencia foránea.
Además, ambas películas películas comparten otro factor determinante, aunque difieran en su tratamiento: la mujer como elemento a derribar.
Si en Perros de paja el personaje interpretado por Susan George es la mecha que todo lo prende, en As bestas es la protagonista femenina la que materializará la jugada suicida de Sorogoyen en una historia donde la violencia permanece latente y al acecho aguardando su estallido para invertir los términos y optar por la opción más arriesgada de cara al público.
Ese ambiente hostil y enrarecido se respira en todo momento, generado —aunque no equitativamente— por parte de las actitudes de todos los personajes:
Antoine (Denis Ménochet) y Olga (Marina Foïs), un matrimonio francés afincado en una zona rural de Galicia en la que pretende vivir de la forma más fiel a sus creencias sobre el impacto que el humano causa en el entorno, se enfrenta a una creciente serie de situaciones que oscilan entre bromas pesadas y desagradables por parte de Xan Anta (Luis Zahera) y su hermano Lorenzo (Diego Anido).
La situación entre el matrimonio y los hermanos hace la tensión palpable (el lenguaje no verbal, la contención de Zahera —algo que supuso para mí una de las sorpresas más gratas—, la ambientación y las interpretaciones de todo el reparto), hacen, como decía, que la tensión se eleve de forma incontenible mediante el rechazo de los hermanos a la relativa condescendencia del matrimonio.
Ese rechazo se ve amparado por una serie de parroquianos que fortalecen la posición de los hermanos, basada en la terrible frustración vital y emocional generada por el accidente sufrido por Lorenzo ,y las consecuencias que generó en su modo de vida.
Por otra parte —y como factor principal— juega la imposibilidad de cobrar una suma de dinero, debido a la negativa del matrimonio a ceder ante los planes de una compañía de energía eólica, suma con la que los hermanos —especialmente Xan— esperan dejar atrás su precaria situación vital.
Una vez presentado el juego y todos sus personajes —reforzados muy inteligentemente con la aparición de dos fuerzas opuestas: Marie Denis (Marie Colomb), la hija del matrimonio francés, y la madre de los hermanos (Luisa Merelas)— fuerzas que han de resultar clave en el trágico desarrollo de los acontecimientos.
Es a partir de tenerlo todo asegurado cuando Sorogoyen vuelca el tablero y rompe todas las reglas del juego. El público asiste expectante a una lucha visceral que dejó hace tiempo las posibilidades de atenerse a cualquier atisbo de civilización.
La lucha —fuese cual fuese su causa inicial— emprende una marcha imparable y se divide entre los personajes y sus diferentes conflictos y dolores por resolver (la relación entre Olga y su hija Marie Denis pasa del mero tramite a la furia necesaria), para establecer diferentes puntos de no retorno que, forzados por la impecable mano de Peña y Sorogoyen, confluirán en un solo camino que lo arriesga e invierte todo: el de la victoria mediante la espera, la determinación y la paciencia basados en el amor y la fe en sí misma y en su pareja que Olga manifiesta como el arma más poderosa.
Sorogoyen lo arriesga todo a una carta final no exenta en absoluto de polémica —tanto la razonable en base a su arriesgado cambio de paradigma en una historia en la que el estallido de violencia aguarda impaciente su turno, como la absurda basada en sentimientos ofendidos por un retrato social que, ni es falso, ni es el primero, ni responde a ningún tipo de prejuicio—, pero esa es otra historia.
La que Sorogoyen reinventa asumiendo un gran riesgo —y para mí un pleno acierto—, es la de la ausencia total de violencia como arma para la venganza en una tierra que, si antes era hostil, ahora resulta dolorosa, cruel y poblada de nuevos enemigos que no comprenden a Olga (incluida su propia hija), en lo que a su reacción ante el asesinato de Antoine se refiere.
Llegados al punto álgido de la tragedia, cuando lo único aparentemente razonable y exigible a la película es llevar su paralelismo con los perros de paja al paroxismo, Sorogoyen abre el plano con sus ya personales y más que reconocibles angulares, y se arroja al vacío jugándoselo todo a una sola carta que Marina Foïs utiliza de forma impecable, trazando una nueva senda hacia la venganza a través de una película excepcional en todos sus sentidos. La senda de la paz hacia una tierra que finalmente, no es suya.
As bestas es una película poseída por una violencia que, sin llegar a explotar, se mantiene en su punto álgido en todo momento, incluso cuando cae a manos del más inesperado de sus enemigos: la paz.
https://www.youtube.com/watch?v=weQeV4ARY9M&ab_channel=acontrafilms
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Enero 2023.