DE SHAKESPEARE AL TEATRO NÔ.
Antes de hacerlo con Ran, Akira Kurosawa trasladó el teatro isabelino en general y a Shakespeare en concreto al hermoso e inquietante universo del teatro Nô. Para hacerlo, nada mejor que una de las cumbres de la cultura universal: Macbeth, o traducida al idioma del genio Samurái: Trono de sangre.
Para llevar a cabo su adaptación, Kurosawa no se contentaría con trasladar el imperio isabelino al del sol naciente, no solo transforma las formas occidentales en orientales, sino que mediante las enseñanzas de Kenji Mizoguchi y un reparto reducido a la máxima elocuencia mediante la mínima expresión propia del teatro Nô, consigue la que —en mi opinión— es la mejor adaptación de la obra, incluso por encima de la todopoderosa visión de Orson Welles.
Trono de sangre se asienta en una onírica, inquietante y hermosa puesta en escena y en la mimetización con el espíritu del teatro Nô por parte de los dos protagonistas principales: Isuzu Yamada y Toshirô Mifune.
Bajo una óptica superficial, esto podría condenar la película debido a una aparente falta de ritmo y registros, pero vista con la atención y ojos adecuados, nada está más lejos de la realidad. Esta pieza de teatro es absolutamente maestra.
Kurosawa crea un escenario único para que del teatro surja el cine, a través de los enrevesados y ladinos caminos de Macbeth, Yamada y Mifune llevan a cabo una danza interpretativa. Sus movimientos están perfectamente orquestados, pero la verdadera grandeza de la apuesta de Kurosawa reside en la sutileza que vemos en sus rostros.
No son interpretaciones estáticas, se trata de una conversión total de los actores en sus respectivas máscaras Nô.
Así, Isuszu Yamada, en su rol de dama Asaji/Lady Macbeth, asume la sutileza de una pulida máscara Nô femenina, dotando a su personaje de una ausencia casi total de rasgos. Por su parte, Toshirô Mifune dota a Washizu/Macbeth con la continua expresión del malvado y el guerrero.
Ella es inquietante por su rostro onírico y sutil. Él por el suyo, agresivo y visceral. En el trono de sangre donde Macbeth pretende sentarse las máscaras son los intérpretes y los intérpretes son las máscaras. Nadie más que Kurosawa habría sido capaz de algo así.
Tanto fue así, que el ritmo y montaje de la película van en función de los personajes. Las secuencias donde vemos a Yamada son largas y suaves, con muy pocos planos, sin apenas cortes y con un ritmo extraño y pausado. Algo propio de la calma en la que se gestan todas las tormentas.
Las secuencias de Mifune, en cambio, van la contra. Son cortas, montadas con muchos planos y un ritmo vertiginoso, vehemente, atormentado y poderoso. Idéntico al personaje que nos muestran.
Una vez más, nadie más que Kurosawa —ni siquiera Orson Welles, aunque se aproximó mucho— le hizo a Shakespeare algo así.
TRONO DE SANGRE. MACBETH PERDIDO EN LA NIEBLA ORIENTAL.
Otro de los elementos que hacen a Trono de sangre una grandiosa obra maestra, son precisamente los elementos. Kurosawa oprime a los personajes occidentales con las fantasmagóricas condiciones meteorológicas orientales.
Como si de sombras en la niebla se tratase, los personajes de la película se pierden entre la lluvia, el polvo, el bosque, la niebla… no luchan contra la naturaleza, tampoco obran a su favor. Sencillamente se disipan en las imágenes y los sonidos con los que el Samurái del cine nos adentra en una suave y oscura leyenda.
La maldición de Macbeth y todos los fantasmas de Shakespeare flotan a la deriva en la película hasta alcanzar su destino final, un destino vaticinado por la que posiblemente sea —visualmente hablando— la mejor y más fascinante bruja que hayamos visto en el cine jamás. Una bruja que teje la tela de araña en la que todos los personajes de la cima teatral caerán.
No en vano, la traducción literal del título de la película es «El castillo de la telaraña» (Kumonosu-jô en su lengua vernácula).
Esa tela de araña, simbolizada mediante el destino tejido por la bruja —como las mitológicas Moiras griegas y Parcas romanas: Cloto, Láquesis y Átropos, y Nona, Décima y Morta respectivamente— atrapa bajo diferentes formas (primero la propia tela y después las marañas de flechas) a Macbeth en una tierra que creía suya y que ahora debe compartir con los fantasmas que habitan más allá del sol naciente.
Allí donde la niebla, la lluvia y los sonidos del bosque nos harán prisioneros para siempre. Allí donde un cineasta Samurái elevó el teatro occidental a la cima.
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Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES.
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Marzo 2021.