EL DISCRETO OFICIO DE RICHARD DONNER.
Creo que Richard Donner es uno de esos tipos con un talento enorme y unas maneras discretas, dicho de otro modo: hace que lo difícil parezca fácil, aún cuando sea casi imposible. Lo demostró especialmente en Superman y aquí, en La profecía.
Tras Polanski y Friedkin viéndoselas con el diablo, parecía una tarea casi suicida meterse con la parte más interesante del dios cristiano, pero Donner guardaba bien sus cartas. No tenía intención de seguir la senda erótico-psicológica, ocultista y secreta de La semilla del diablo, ni la del disparo que voló la cabeza a la humanidad con El exorcista.
Para abordar los planes expansionistas de Lucifer a través de un infante, Donner impuso su estilo: poner todo patas arriba sin hacer el menor ruido.
LA PROFECÍA. SCOPE, JERRY GOLDSMITH Y LOS OJOS DE LEE REMICK.
La profecía es una película que transcurre de forma discreta, no es lúgubre como la hizo Polanski, ni agresiva como la llevó a cabo Friedkin.
Todo ocurre a plena vista, en un mundo donde la planificación y la seguridad blindan absolutamente los destinos y los planes de sus habitantes, pero esas precauciones sólo surten efecto entre los humanos.
Si el criminal es el diablo, no hay nada que hacer.
Tal vez por eso, Donner decidió descartar completamente cualquier tipo de sobresalto, artimaña y recurso del terror al uso.
La calma con la que transcurre su película, el discreto y elegante manejo del «Jump Scare» y —como haría en Superman» el control definitivo del Scope en el que las miradas —ante todo la de Lee Remick— suponen el paradigma de la narrativa.
Todo eso sume a sus protagonistas y al espectador en la peor de las tormentas. Con el diablo jugando a lo suyo, no se salva ni dios.
La formas de Donner son discretas, pueden incluso llegar a parecer inocentes si el espectador es lo bastante incauto, pero el fondo es terrible. Donner es un maestro, las apariencias mienten.
Damien barre con todo desde el minuto uno: su rival muere nada más nacer, sus cómplices sufren los castigos divinos y sus enemigos asistirán impotentes a la destrucción de todo su entorno en favor del futuro ejército de las tinieblas, y todo sin un solo cliché cinematográfico.
Con Jerry Goldsmith en estado de gracia musical (los créditos iniciales son antológicos), una contención narrativa que quita el aire y un reparto en la línea de Donner, discreto y maravillosamente eficaz: con Gregory Peck, Patrick Troughton, David Warner, Harvey Stephens y especialmente Lee Remick y Billie Whitelaw, Donner deja atrás las cosas de este mundo.
Esa discreción en las formas nos lleva a la secuencia que supone la cima de la película, y uno de los referentes del cine de terror.
Para llevar a cabo una de las secuencias más ecuestas y abrumadoras de la historia cinematográfica, Donner le dice a Goldsmith que cierre el pico durante un momento, y en un espacio abierto, sin pasillos oscuros, sótanos polvorientos, callejones sombríos ni nada que alerte al espectador, a plena luz del día, Donner saca la artillería y vuela todo por los aires.
El diablo juega así, en el cumpleaños de su heredero la niñera se ahorca delante de los invitados, y Donner le quita el sonido a la secuencia para que el espectador se vea reflejado en el irrepetible mirada de Remick.
Sin más, ni menos. Así, sin que nadie se dé cuenta, Donner alcanza la cima desde la que el espectador se desmaya antes de entrar en coma.
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Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Marzo 2021.