CHARLES CHAPLIN. LA COMPLEJA CANDIDEZ.
Hace cien años, Charles Chaplin inició su puesta de largo en el cine mediante El chico. Su primer largometraje cumple un siglo de vida y sigue tan vigente como el primer día, su fondo y forma continúan pareciendo simples a la vista, pero es el mundo al que el vagabundo humanista iluminó quien se vuelve cada vez más estúpido.
Existe desde hace mucho tiempo una especie de corriente formada por los defensores más acérrimos de los gigantes irrepetibles Buster Keaton y Harold LLoyd. Esa corriente afirma que Chaplin jamás estuvo a su altura, que se amparaba en el melodrama y la sensiblería para lograr la atención y reconocimiento del público de lágrima fácil.
Dicen los miembros de semejante “movimiento” que Chaplin jamás alcanzo la pericia cinematográfica y el mordiente irónico de sus compañeros, que sus sonrisas y lágrimas eran simples y superficiales, especialmente en su primer largometraje.
Huelga decir la opinión que genera en mí semejante teoría. Sin embargo, sí creo que hay un atisbo de realidad en esas fantasías.
Chaplin creció exponencialmente a lo largo de sus películas. Es cierto que sus habilidades narrativas en películas como Tiempos modernos, o su calado emocional y narrativo en títulos como Candilejas o Monsieur Verdoux, dejan atrás su debut en el largometraje.
El chico es -en comparación con el resto de su filmografía- una película sencilla.
Esto no significa en absoluto que su sencillez reste valor a su compleja candidez. Chaplin tenía el colmillo tan afilado como Keaton, LLoyd, Los hermanos Marx o cualquier genio que haya retratado el mudo hostil en el que llevamos a cabo el suicidio colectivo que llamamos sociedad.
Lo que ocurre en El chico es la forma sencilla de contarnos lo difícil que puede llegar a resultar todo lo que damos por sentado. Algo así no es fácil, no es simple, no es superficial y desde luego, no carece de ingenio mordaz.
Hace un siglo, Chaplin contó una sencilla historia en un complejo mundo suicida, hostil, herido de muerte y hambriento. Cien años después, sus geniales maneras contemplan intactas como los habitantes de ese mundo se vuelven cada vez más peligrosamente simples.
EL CHICO. DICKENS A ESCENA.
“Una película que provocará sonrisas y, quizá alguna lágrima.”
Así comienza El chico. Desde el inicio mismo, Chaplin recurre a su condición Dickensiana con la que muestra -frente al perfil más próximo a Huckleberry Finn de Buster Keaton- la trágica sonrisa con la que elude la miseria más profunda.
Chaplin no enfrenta al espectador al truco barato y simplista, lo advierte del camino por el que eludirá el mundo salvaje que un día nos matará a todos.
Oliver Twist jamás será más sencillo y sensiblero que Huckleberry Finn, Charles Dickens jamás será más dócil que Mark Twain y Chaplin no fue – ni será nunca- un tipo dedicado al público plano, vacío y superficial que alimenta los dramas de mercadillo barato.
El chico utiliza sus recursos de una forma honesta, salvaje y eficaz. Desde el primer minuto hasta el último del reducido metraje que Chaplin concedió a su película, el lenguaje se sirve maravillosamente de los recursos.
La maternidad, la infancia, el hambre, la maldad, la bondad, las calles, los cristales de las ventanas, las puertas que dan paso a inesperados refugios convertidos a su vez en inverosímiles peligros… todo -tanto lo naturalmente emocional como lo impuestamente artificial- sirve A Chaplin para trazar el camino que la comedia recorre en su vano intento por eludir la tragedia.
Esa es la cuestión, esa sonrisa que nunca logrará huir de la lágrima no se consigue con artificios baratos. En toda la filmografía de Chaplin -licencias personales aparte- no he visto nunca nada que no sea demoledor.
En cierto modo, Chaplin padece las mismas acusaciones que mucho tiempo después sufriría Douglas Sirk y gran parte del melodrama norteamericano: la sensiblería superficial y absurda propia de cosas que nada tienen que ver con estos dos bestias.
La tristeza y la desesperación física y emocional a la que ambos someten al espectador es casi insoportable. Sirk hacía el dolor tangible al tiempo que lo mantenía en la medida justa. Chaplin huía de la miseria con la risa más hábil que podamos imaginar, la que genera la torpeza de su personaje inmortal.
Cien años después de las aventuras de Jackie Coogan y Charlot huyendo de la desoladora realidad, su ficción sigue salvándonos de un mundo peligroso, hostil y a veces tan estúpido, ignorante, ingrato y olvidadizo, que -como la ciega de Luces de la ciudad– no ve la trinchera donde refugiarse para reír y -tal vez- llorar.
Ojalá la sencillez de Chaplin indique el camino de quienes estén aquí para ver el final cuando todo se vaya al carajo.
Si no es así, todo será mucho más difícil.
Feliz primer siglo de vida, chico. Gracias por tu compleja candidez.
https://rakuten.tv/es/movies/el-chico-1921
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Abril 2021.