JEAN COCTEAU.
LOS VERSOS DEL INFRAMUNDO.
Antes de introducirnos en el sueño sobre el amor y la muerte que supuso Orfeo, hablemos acerca de las razones de ser de su autor. La incursión del poeta, pintor y cineasta francés Jean Cocteau en el mundo del sueño y el misterio es —junto con la ralentización del tiempo— la principal musa de sus creaciones en general y cinematográficas en concreto.
En su trilogía órfica realizada en los años 1932, 1950 y 1960, compuesta por La sangre de un poeta, Orfeo y El testamento de Orfeo respectivamente, Cocteau se retrató profundamente a sí mismo, velado por el sueño mortal del héroe poeta que adormeció el mundo antiguo para retenerlo y ponerlo a su servicio.
Orfeo amó profundamente a Eurídice, sedujo a todos los horrores y pasiones de los dioses y monstruos de la cuna de la civilización occidental, cayó en brazos de su propia condición humana, y su pasión los condujo a los dos a la muerte.
En su visión más personal del mito, Cocteau centra sus poéticas y oníricas obsesiones en ese personaje. Su Orfeo olvida a la mundana Eurídice, se enamora de la muerte y —en un alarde de fascinación cinematográfica—, la muerte se enamora de él. Cocteau no se contenta con el desafío del héroe y poeta clásico, dota a su Orfeo con la rebeldía definitiva.
Él irrumpirá en el mundo prohibido más atraído por la muerte que por Eurídice, pero lo verdaderamente vanguardista es que la muerte desafiará su condición para amar libremente a Orfeo. Cocteau nos muestra la muerte bajo una apariencia implacable, inquietante, hermosa, seductora y ante todo, capaz de amar y cuestionar y desafiar su terrible condición.
Esta es la clave de la película y su aspecto más fascinante. Orfeo es una obra maestra reconocida, incontestable, enigmática y profundamente vanguardista, tanto que fue una de las musas de la Nouvelle Vague. Pero hay algo que la sitúa a mis ojos por encima de todas las películas que cuentan con la parca en plantilla.
La muerte que en Orfeo nos mostró Cocteau es para mí su representación más fascinante. Expondré brevemente mis razones.
ORFEO. SUEÑOS DEL AMOR Y LA MUERTE. JEAN COCTEAU Y MARÍA CASARES.
Hay cuatro representaciones cinematográficas de la muerte que suponen mi podio particular.
Fritz Lang fascinó al mundo de los vivos con su visión de la muerte en Las tres luces, Ingmar Bergman desafió a la humanidad mediante la partida de ajedrez definitiva con la parca en El séptimo sello, Bob Fosse revistió a la portadora de la guadaña con una blanca, sexual y musical fascinación en All that jazz,y Cocteau nos regaló la más olvidada por el mundo y admirada por mí.
La fuerza, elegancia y delicada sutileza que la —olvidada en su tierra— pero admirada más allá de sus fronteras, enorme e irrepetible María Casares aportó a su personaje, suponen la cima de la narrativa y dirección de Cocteau y la interpretación de uno de los personajes más temidos en la realidad y fascinantes en la ficción.
Jean Cocteau era un maravilloso poeta cinematográfico, pero lo que supone un punto de inflexión en su carrera y el cine en general, es el día en que la muerte fue a reclamar su alma en forma de María Casares. Ese día, el sueño se apoderó de la realidad, el cine llegó al Inframundo, y Cocteau, transformado en Orfeo, se enamoró de su propia muerte y le regaló una vida inmortal.
Sin embargo, a pesar de mi fascinación por la imagen con la que Cocteau y Casares dotaron a la muerte, Orfeo tiene más razones para ser una película excepcional.
Jean Cocteau travistió a Orfeo de su propia existencia, de su propia experiencia conviviente con la muerte y su sensibilidad afectiva y sexual.
Así, convirtió al mito literario en su Alter ego cinematográfico y la puesta en escena en un laberinto de espejos que —alejados del mito de Narciso en su sentido práctico— funcionan como puertas que comunican el mundo del sueño, el amor y la muerte con el lado humano de la existencia.
Orfeo es un tránsito continuo entre dos lados de la misma línea, un viaje eterno en busca de aquello que Cocteau consideraba la esencia vital, tanto para él, como para Orfeo, la muerte, Eurídice y aquellos que realmente la aman: la inspiración.
Mediante un reparto —liderazgo de Casares aparte— sensible, inteligente y completamente entregado a la búsqueda que Cocteau emprendió con su película, asistimos a un prodigio. Los mitos ocupan su lugar terrenal en lo que supone una cima de la interpretación y asimilación de los personajes.
Jean Marais conduce a Orfeo/Cocteau hacia el interior de sí mismo. Si observamos la progresión de su personaje, vemos que pasa de asomarse al espejo con afán narcisista y autocomplaciente, a contemplar la puerta tras la que la muerte vive. El umbral que cruza para traer el amor y la inspiración que Orfeo —aun sin saberlo— busca ansiosamente.
François Périer nos muestra en la piel de Heurtebise —un personaje recurrente en la obra de Cocteau— el pilar discreto, eficaz y abnegado en que se apoya la, herida por el desdén rutinario de Orfeo, Marie Déa convertida en una Eurídice que ama paciente y pasionalmente a Orfeo.
Mientras el héroe ignora su pasión mundana en busca del amor y la inspiración que le dará la muerte, Heurtebise ama sumido en el silencio a Eurídice, mientras ella consume su tiempo en una llama apagada.
Mientras tanto, en su faceta más propia de la época y del estilo visual de la futura revolución cinematográfica que sería la Nouvelle Vague, la película nos muestra una acertada visión de Las bacantes que —en el mito original y más suavemente en la película— harían pagar a Orfeo sus constantes osadías.
Esto se hace patente mediante la estupenda interpretación de Juliette Gréco dando vida a la moderna bacante Aglaonice, una especie de mito griego adaptada a las formas femeninas que traerían las futuras Banda aparte y Al final de la escapada. El personaje de Gréco ampara a Eurídice en su amarga espera y —a modo de la también mítica Casandra—, auspicia el regreso y caída definitiva de Orfeo.
Fiel a su estilo y a su filosofía artística, Cocteau construye en Orfeo un mundo complejo y atractivo a partes iguales. Se mantiene fiel a los mitos clásicos al mismo tiempo que vuela el templo de los dioses por los nuevos aires cinematográficos. Y al fin, cuando parece que hemos llegado dónde su sueño filmado pretendía llevarnos, cuando parece que la muerte y Orfeo transitarán juntos a través de los espejos que conducen a la inspiración, la muerte nos lo quita todo.
Cocteau le da carta blanca a la negra sombra en que convirtió a María Casares, y ella, la muerte más hermosa que el cine ha mostrado jamás, condena a Orfeo al regreso a la vida, al amor de Eurídice, al fracaso de Heurtebise, el castigo de Aglaonice, y, rompiendo el espejo, se condena a sí misma al castigo por rebelarse contra los dioses.
Orfeo regresa con los vivos, ama a Eurídice y el espectador ve como, más allá del espejo, en un Inframundo en ruinas, la sombra de la muerte se pierde en el olvido mientras da sus últimos pasos hacia el sueño de su amor imposible.
Orfeo es una de las películas más hermosas, complejas y fascinantes que he visto jamás.
María Casares es una de las mejores actrices que he visto en mi vida, y la mejor representación de la muerte que veré mientras viva.
Orfeo es, sin duda, la inspiración.
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Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Junio 2021.