EL IRREVERENTE SÍNDROME DE STENDHAL.
EL PODEROSO EMBRUJO DEL CINE.
Desde el principio, desde el cautivador y poético título, Belladonna of Sadness nos deja claro que veremos algo hermoso. Lo que no deja entrever la película es la intención que Eiichi Yamamoto tuvo de volar absolutamente todo por los aires, tanto las cunas de las que proviene la película como la cabeza de cualquier espectador que se enfrente a esta maravilla salvaje y única en su especie.
Belladonna of Sadness es ante todo hija única de su época y una de las madres de la animación y el tratamiento adecuado de la brujería: el reivindicativo.
Recorramos —no tan brevemente— el camino que nos lleva a esta película.
A lo largo de la historia, las mujeres en general han sufrido la manipulación social, religiosa, sexual, económica y un largo etcétera por parte de casi cualquier época y lugar dónde hayan habitado. Esa misma historia utilizó el carácter y la sabiduría femeninas para volver la fantasía y el folclore —herramientas que solo deberían utilizarse para prosperar— en su contra.
Así, la brujería ha sido desde su origen un arma arrojadiza para condenar la inocencia, la razón y el progreso. Aquello que el dogma, la ignorancia y la sanguinaria brutalidad conduce a la hoguera, debería habernos guiado siempre hacia la luz.
Esta salvaje y sobrenatural represión —y su vertiente realista— han sido aprovechadas en muchas ocasiones por las diferentes expresiones artísticas, especialmente por la pintura, la literatura, el teatro y en última instancia, por el cine. Desde los cronistas en grabado y pinturas flamencas del siglo XVII —muchos a favor y pocos en contra— hasta Velázquez y Goya llevando la estupidez y la censura dónde ellos querían, la brujería y sus lamentables consecuencias han supuesto un sinfín de maravillosas aportaciones.
En el campo estrictamente cinematográfico, ya en 1922, el magnífico y fugaz director Benjamin Christensen plantó cara al horror con la impagable Häxan, un camino hacia la condena sutil y elegante contra la represión femenina que el otro gran danés cinematográfico, C.T. Dreyer, llevaría a cabo en dos de sus obras maestras: Ordet y Dies irae.
Este alegato nórdico contra el maltrato y la discriminación hacia las mujeres continuaría con el alumno más aventajado de Dreyer.
Ingmar Bergman expuso como nadie el silencio hacia las mujeres de un dios inventado por los hombres y el sufrimiento provocado por la rutina y la incomunicación a través de su arma más poderosa: el matrimonio. Un recurso represor, ladino y miserable retratado por Bergman en algunas de sus obras maestras más significativas.
Desde Fresas salvajes y Secretos de un matrimonio, hasta Sonata de otoño o De la vida de las marionetas, el arma represora se ha visto eficazmente atacada por la sensibilidad de Bergman.
Ese afán por hacer justicia y atacar al verdadero enemigo ha recorrido toda la historia del cine y sus incontables sendas, siendo el Noir americano uno de los campos que más grandezas aporta a la hora de camuflarse y atacar desde dentro. Todos los grandes guionistas y directores del género han sabido siempre eludir la censura y aprovechar el ridículo y pueril «Show Bussiness» para utilizar su estúpida visión de la mujer en su contra.
Todas las «Femme fatale» del cine son un caballo de Troya. Todas son la vengativa libertad guiando al pueblo de nuestra era. Todos los autores de esas películas lo sabían.
Todo eso nos conduce al grito salvaje y hermoso de libertad social, sexual y mental que supone Belladona of Sadness.
BELLADONA OF SADNESS.
LA INQUIETANTE Y ANIMADA BELLEZA DE LA VENGANZA.
Como decía al inicio de esta reseña, Belladona of Sadness es hija única de su época y una de las madres de la animación.
Cierre de la trilogía Animerama, una serie de tres películas producidas por Osamu Tezuka y dirigidas por Eiichi Yamamoto, Belladona of Sadness supone la cima de su predecesoras Las mil y una noches y Cleopatra.
No puedo decir que esta es mi película de animación favorita. No con iconos culturales como Lotte Reiniger, Hayao Miyazaki o Isao Takahata y títulos como El castillo ambulante, La tumba de las luciérnagas, Las aventuras del príncipe Achmed, la saga de Asterix, la hipnótica Tenshi no Tamago, el maravilloso icono que supone Maléfica y un grandioso etcétera.
No puedo decirlo, pero sí puedo decir que Belladonna of Sadness es uno de los títulos más bonitos que he visto en el género, y que es posiblemente la película más vanguardista, salvaje, inquietante y visualmente hermosa que se haya trazado jamás.
Es un síndrome de Stendhal en forma de sexo, horror y venganza que transcurre a ritmo de lirismo oriental, Jazz, rock progresivo y sintetizadores. Esa es una de las grandes claves de la película. Una banda sonora compuesta por Masahiko Satô, totalmente deudora del sonido de los setenta y a la vez dotada con canciones que —mediante unas letras e interpretaciones que suponen la tristeza y el dolor en sí mismos— nos dejan literalmente secos.
Pero eso está muy lejos de ser todo.
La narrativa visual de la película va en consonancia con la forma de lanzar su irreverente y pasional mensaje. La animación de Belladonna of Sadness no se mueve —tal y como ocurre en el resto del cine, tanto el de imagen real como el animado—, lo que vemos aquí permanece estático durante la mayor parte de la película.
Son las voces quienes aportan dinamismo y movimiento a las expresiones, los crímenes, el amor, las traiciones, las relaciones sexuales y los rostros de los personajes. Las voces son la acción de unos seres cuyos trazos brotan de la nada y se dibujan conforme avanza cada una de las situaciones.
Eso es lo que hace de Belladonna of Sadness una hija única de su época. Estamos ante una película que recoge el espíritu inquietante, agobiante y onírico-futurista de Ken Russell en dos de sus aspectos fundamentales.
El aspecto musical recoge la esencia de óperas rock como la delirante Tommy, el narrativo y visual hace lo propio con el turbio desasosiego al que los delirios arquitectónicos de Russell someten al espectador en Los demonios.
Así, con trazos que surgen de la nada, Yamamoto va desvelando la intención de la película a un espectador hipnotizado y envuelto en su inquietante belleza. La venganza y liberación mediante el diablo, el sexo, la seducción y la sangre de todas las brujas de la historia.
Belladona of Sadness es un rebelde, hermoso y salvaje acto de justicia que rescata —a través de la novela en la que se basa, La Sorcière, un ensayo acerca de la brujería medieval escrito en 1862 por Jules Michelet— la figura de Juana de Arco de sus cenizas. Algo que también llevaron a cabo en imagen real el antes citado Dreyer y el irrepetible Robert Bresson.
Sin embargo, las fuentes literarias de este Ave Fénix vengativo no terminan en su origen. Jeanne, la protagonista de la película, sufre las bajezas mundanas y antes de alzarse para su venganza, Mefistófeles trae a Fausto, la obra de Goethe a escena. Pero incluso el diablo ha de adaptarse a la forma rebelde de la película.
Por eso realiza su aparición en forma de un caricaturesco pene. Por eso cobrará sus servicios —en contra de su figura tradicional— desde el momento en que se alía con ella y comienza a otorgarle poder mediante las relaciones sexuales que mantienen. Relaciones que (como buen símbolo de libertad y venganza) no son algo que avergüence a su protagonistas. Al contrario, ambos exhiben públicamente el poder que les aporta su mutua alianza y liberación.
Así transcurre esta irrepetible película, hacia la venganza, la justicia, la belleza y la libertad que —en un elocuente plano final— se muestra en la representación que de ella hizo Eugène Delacroix. Guiando al pueblo. Guiando a un aturdido espectador a las profundidades de la belleza.
Al fin y al cabo, Belladonna of Sadness es cosa de brujas. Por eso resulta difícil explicar su cautivadora poesía.
https://www.filmin.es/pelicula/belladonna-of-sadness
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Abril 2021.