C.T. DREYER.
MÁS ALLÁ DEL VAMPIRO.
Hay varios tipos que inventaron las películas, tipos que hicieron realidad el sueño del cine, pero si tuviésemos que decidir quien hizo cine del sueño y del sueño cine, quien fue capaz de filmar entre la luz y la sombra, sólo podríamos quedarnos con un tipo y una película: C.T. Dreyer y Vampyr.
En 1922 y 1931 respectivamente, F.W. Murnau y Tod Browning tomaron a Bram Stoker y deformaron su creación más universal. Nosferatu fue la cara atormentadada y maldita de Drácula, y Bela Lugosi revistió —bajo las órdenes de Browning— al vampiro con la elegancia y seducción gótica más popular.
Sin embargo, a Dreyer no le perseguían fantasmas tangibles, su cuento de vampiros no tendría lugar en el mundo real, ni siquiera en el de los sueños. Las criaturas que pueblan Vampyr se mueven entre ambos mundos. No son monstruos luchando contra héroes como imaginó Stoker, son sombras ambiguas y escurridizas, trucos del subconsciente que hacen cuestionarse la cordura de aquel que deba enfrentarse a sus engaños.
No provienen del imaginario elegante de Stoker, surgen de las profundidades de la mente de Sheridan Le Fanu. Dreyer lo escogió a él porque lo que en aquella oscuridad se movía era justo lo que necesitaba.
Vampyr fue la hora del lobo para Dreyer, el posterior título de su discípulo Ingmar Bergman describió anticipadamente un sueño filmado que supuso su pesadilla real. Un fracaso e incomprensión que le costaría 10 años de silencio después de su primer film sonoro, un silencio que rompería en un día de furia, en su Dies irae, pero esa es otra historia.
VAMPYR. FILMAR ENTRE LA LUZ Y LA SOMBRA. NO ES REAL, NO ES UN SUEÑO.
En Vampyr no hay realidad de la que huir o a la que enfrentarse, no hay una lógica aparente ni una línea que el espectador pueda seguir fácilmente. Dreyer se sirve de Le Fanu, pero deshecha todo aquello que no sea sutil y confuso, Carmilla y los demás seres que viven en la novela de Le Fanu disipan su contenido sexual y desafiante en la niebla gris y difusa en la que Dreyer introduce al espectador.
Una niebla que sólo encontramos en las cimas cinematográficas, allí donde el sueño y la realidad pierden su identidad y sólo existe un mundo intermedio, un territorio en el que las sombras se mueven libres (algo que ya nos había adelantado Arthur Robison en su película Shadows).
Allí, Dreyer invierte los términos, rueda en las primeras horas del día, pero el espectador pierde la noción del tiempo, el velo gris que Dreyer pone ante sus ojos le impide saber si Vampyr transcurre de día o de noche. No hay tiempo, no hay lógica ni realidad, no hay héroes y villanos.
Hay, sencillamente, sombras libres moviéndose a veinticuatro fotogramas por segundo, proyectadas en un mundo que sólo el cine soñado por Dreyer puede mostrarnos.
No es real, no es imaginario, es lo que provoca el desmayo de cualquier espectador.
No son Drácula, Nosferatú ni Carmilla. Es el regalo a la humanidad del único tipo que pudo filmar un sueño.
Es Vampyr, la bruja vampiro.
https://www.filmin.es/pelicula/vampyr?origin=searcher&origin-type=unique
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Marzo 2021.