MARE NOSTRUM.
CINE SOBRE PAPEL MOJADO.
Antes de avistar tierra y centrarme en la inmensa y profunda película de Peter Weir, Master and Commander, permítanme una breve introducción.
El mar es uno de los lugares más fascinantes de la tierra.
Tanto es así, que sobre su profundidad y superficie se han escrito y filmado obras irrepetibles. Sobre la superficie flotan las aventuras de Salgari y Sabatini, autores de folletines de los que surgieron los héroes risueños, acrobáticos y de buen corazón, anticipados por Douglas Fairbanks en El pirata negro, héroes que Michael Curtiz y Robert Siodmak encumbrarían con El capitán Blood, El halcón del mar y El temible burlón respectivamente, para conseguir el entretenimiento pleno de la audiencia y la fama de un género cinematográfico al que también se sumarían títulos hoy inmortales y claves de las infancias ávidas de capas, espadas y piratas: El cisne negro, Viento en las velas, Barbanegra, Morgan, etc…
A medio calado, la ironía con tintes fatalistas del enorme R. L. Stevenson condujo a la humanidad a La isla del tesoro, en la que Long John Silver y Jim Hawkins se aproximan más a la realidad propia de Víctor Hugo y sus miserables que a las impecables maneras de Sabatini.
Lo mismo ocurrió cuando ya en 1972, Orson Welles interpretó a Silver acercando las cosas a su lugar de origen, al tiempo que ayudó a olvidar las políticamente correctas versiones de Victor Fleming y Byron Haskin, e incomodando, al igual que Stevenson, las adormecidas conciencias del espectador.
Descendiendo al suelo marino, Joseph Conrad y Herman Melville llevaron a la humanidad a las profundidades existenciales en el interior del océano, donde los misterios guardan sus secretos bajo el agua y las sombras. Un lugar insondable del que obligaron a salir a la superficie a los monstruos que hay en el interior de los humanos.
Moby Dick y las reconducidas tribulaciones existenciales de Conrad llegaron al cine de la mano de John Huston y Coppola.
Huston arrastró al infierno al espectador atado al arpón que Ahab aferró con sus manos mientras la humanidad a bordo del Pequod se iba directamente al fondo.
Coppola cambió el mar por la inquietante calma del río que conducía al corazón de las tinieblas.
Por lo demás, aventuras bélicas de Nelson y episodios nacionales de Galdós aparte, años después -tras la breve y maravillosa incursión cinematográfica de Carpenter en La niebla– Patrick O’Brien dejó de lado la aventura, la filosofía y la reflexión y se centró en la guerra que Napoleón declaró a Europa, lo cual en términos marítimos, significó declarársela a Inglaterra.
Años después, cuando el mar había sido olvidado por el cine, el meticuloso, sensible y eficaz Peter Weir le voló la cabeza a todo ser humano capaz de sentir emociones. Con toda la artillería lista, el viento suave a favor y un mar en calma sobre el que Master and commander alcanzaría la cima de la mezcla de la aventura, entretenimiento y reflexión.
MASTER AND COMMANDER. EL HOMBRE Y EL MAR.
Esta película supone un punto de inflexión en el género por dos motivos: el estético y el narrativo.
A nivel estético, Master and Commander es una película precisa y hermosa. Su vestuario, atrezzo y fotografía son fieles hasta la obsesión y -como los lienzos decimonónicos que nos cuentan como Europa se destruía a sí misma-, exactos y preciosos.
La interpretaciones de la tripulación y el mando, son el paradigma de un reparto mimetizado con las costumbres sociales de una época en concreto.
A nivel narrativo, Weir deja completamente de lado la épica y la deformación novelesca y partidista de los protagonistas de la época en la que Europa cambió el rumbo. Sitúa al espectador en medio de la tripulación, y a la tripulación en una isla desierta flotante de la que tienen la obligación de no huir.
Hay normas, jerarquías, rigor marcial y superstición marina. Todas las reglas son igual de inquebrantables, incluida la superstición.
Hay lo que caracteriza el cine de Weir: las relaciones entre el individuo y el colectivo. La tierra en la que viven los protagonistas se divide en dos círculos, como si se tratase de una nueva Divina comedia, Weir establece dos zonas. En la parte superior la comunidad debe acatar la severa tradición británica, la rectitud militar, la honra de la mayor flota mundial y toda la pompa imperial.
Es decir, ni buen rollo ni hostias. Si alguno de estos hijos de puta se viene arriba, me lo manda azotar. Esta es una película de aventuras, pero la historia y la relación entre los personajes se contarán con el mayor rigor y sensibilidad posible. La taquilla y el póster para Piratas del Caribe, aquí estamos haciendo una película. Dijo Weir, supongo.
En la zona inferior, en el primer círculo, Weir pone en juego al individuo. El militar sigue ahí, pero la amistad guía al espectador a través del rumbo por el que navega verdaderamente la película.
Weir da la oportunidad a todos los personajes de darse a conocer, de exponer sus razones. Como en toda convivencia, hay momentos dramáticos y cómicos, y allí abajo es donde la amistad entre el capitán Aubrey y el doctor Maturin deja ligeramente de lado la polémica entre el soldado y el científico.
Dos amigos lamentan las renuncias que deben asumir por sus obligaciones y se divierten juntos mientras el servicio lo permita.
Al fin y al cabo, Aubrey tiene razón en su irónico consuelo hacia Maturin, «ese pájaro no vuela… no irá a ninguna parte…» Esa es la esencia de la película. La amistad, la relación entre los individuos y el colectivo. La guerra espera, y el espectador pone rumbo hacia la fascinación.
Siguiendo esa línea, Weir nos lleva al corazón de la superstición, a las profundidades del miedo, del rechazo y el odio. En una secuencia absolutamente grandiosa, abre las puertas del infierno y condena a Hollom -ese personaje víctima de las leyes marítimas no escritas- con la marca del mal fario.
Es injusto, ilógico y cruel. Pero allí, al otro lado del mundo, sobre un mar en calma que condenará a la tripulación a morir de hambre sobre una tierra flotante que en realidad no existe, el culpable debe liberar a la tripulación de la condena.
El mar es misterioso y sigue sus propias reglas, reclama sus víctimas, y quienes se adentran en su territorio deben pagar.
Weir juega de nuevo con la relación entre el individuo y la comunidad. Hollond debe entregarse al mar por última vez en su vida para salvar la del resto de la tripulación. Son las reglas, en tierra puedes huir y tratar de esconderte, en el mar no.
Hollond se adentra en las profundidades del océano y mientras desciende hacia el corazón de las tinieblas y libera a la tripulación, el espectador no puede apartar la vista de su mirada ya inmóvil.
El viento sopla de nuevo, la Surprise sigue su rumbo y la película alcanza la cima sobre el mar.
https://rakuten.tv/es/movies/master-and-commander-al-otro-lado-del-mundo
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Abril 2021.