POR ALLÍ RESOPLA. EL INFIERNO BLANCO.
Moby Dick es – tal y como la definiría el propio John Huston– una película en forma de gran blasfemia.

En esta película que condensa de forma tan maravillosa como breve una novela infinita, John Huston y una de las mentes a las que más le debe la segunda mitad del siglo XX, Ray Bradbury, extraen la parte que les interesa de Herman Melville.
Después de un sermón antológico en manos y voz del mismísimo Orson Welles, nos introducen de lleno en esa gran blasfemia desarrollando la película en base a una especie de duelo bajo el sol y sobre el mar.

MOBY DICK. AHAB SOLO TEME A AHAB.
Starbuck, fiel a las normas naturales y temeroso del dios que las ha dictado , sigue la lógica del devoto y pretende evitar el desafío a toda costa. Ahab es el capitán, sí, pero ningún capitán puede desafiar a dios.

Starbuck lo sabe y hará todo lo posible por evitar un desafío suicida del cual surja un castigo divino de esos que mandan a todo el mundo al carajo, inocentes y culpables. Al fin y al cabo, a dios se le obedece, no se le desafía ni se le cuestiona. Starbuck lo tiene claro y teme más a dios que a Ahab, por eso desafía al hombre.

Sin embargo, el pobre devoto da en hueso, de ballena, concretamente. Ahab sólo teme a Ahab, Starbuck olvida esto y comprende a lo largo de la película que sin devoción no hay temor, Ahab está libre de ese temor y mira de frente sin pestañear a dios, pero es esclavo de sí mismo y su destino, nadie podrá liberarlo de esa maldición y matará a cualquiera que intente hacerlo.

Huston, listo y hábil como mil hijos de perra blasfemos, le quita a Gregory Peck esa estampa de buen tipo que llevaba a todas partes, lo convierte en un Lincoln deforme y maldito, un demente que dirige su barco lleno de fieles hacia el duelo entre su dios y su capitán.
Ahab sólo teme a Ahab, odia a dios, vive para vengarse de él y morirá matándolo. Starbuck se calla y los demás ponemos rumbo al desmayo.

Pero Huston todavía guarda el golpe definitivo.
Cuando la película se acerca al ocaso, Huston nos clava en las retinas una de las cimas del guión. Ahab alcanza la oportunidad que le quita el sueño y le da la razón para vivir, morir matando a dios.

Por fin puede gritarle a dios que no le teme y lo desprecia, ahora es dios quien huye del cazador incansable, y la tripulación se comporta como cualquier devoto que se precie. Cuando cree que todo se va a la mierda, niega al dios más débil y se va con el fuerte.

Ahab sólo teme a Ahab, pero la tripulación ya no teme a nada, dios les dice que sí, vale, pero aquí aún manda él, y sin más, los manda al carajo.

Con Ahab la cosa es personal, por eso deja que el duelo sea cara a cara y en un alarde de ironía de quien se sabe superior permite que se suicide matándolo. Ahab se burla por última vez de dios resurgiendo de la tumba, la tormenta cesa, el juego se acaba y las piezas desaparecen bajo la calma.

Ya no resopla por ninguna parte, no hay dios ni hombre. Solo el mar y su enigmático sonido letal. El narrador sale del infierno, vuelve a tierra y el espectador se desmaya y entra directamente en coma.
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Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Marzo 2021.