KUROSAWA Y EL «BIG BANG».
La fortaleza escondida (Kakushi Toride no San-Akunin en su lengua de origen), fue —sin saberlo hasta muchos años después— una especie de «Big Bang» involuntario por parte del demiurgo cinematográfico que fue Akira Kurosawa.
Es decir, sin La fortaleza escondida la mítica saga Star Wars no existiría. Ni como la conocemos, ni posiblemente de ninguna forma. Esta afirmación no es una teoría vehemente y partidista por mi parte hacia los méritos del maestro japonés, es un hecho real y demostrado que el imaginario galáctico de George Lucas nació de la épica aventura en la tierra narrada por Kurosawa.
Las similitudes entre dos de sus protagonistas, los pícaros oportunistas Tahei (Minoru Chiaki) y Matashichi (Kamatari Fujiwara) y los míticos y edulcorados robots C-3PO y R2-D2 de la saga estelar son evidentes. Del término «Jidaijeki», Lucas extrajo la palabra «Jedi»…
En cuanto a la misión que aporta la sinopsis a la película (una princesa que debe huir de sus enemigos y regresar a su reino amparada por una serie de aliados), huelga decir más…
Sin embargo (y aunque creo que es importante reivindicar la influencia de Kurosawa en Lucas y muchos otros), esa no es la cuestión principal en lo que a la dimensión de la película se refiere.
El factor verdaderamente relevante en La fortaleza escondida es su dimensión dentro del cine de aventuras.
LA FORTALEZA ESCONDIDA.
LA AVENTURA DE LA FILOSOFÍA.
En 1958, Kurosawa había dirigido dieciocho películas (más de las que llevaría a cabo durante el resto de su vida), entre las que —obviamente— se encontraban algunas de sus más celebradas obras maestras. La barrera que había roto con Rashomon condujo al cine y el universo narrativo japonés a todos los rincones de occidente, rendido a partir de aquel momento no solo al genio de Kurosawa, sino a todos los tesoros encerrados en la caja de Pandora que guarda la inmensa fuerza —en fondo y forma— del imaginario nipón.
Pero eso no implica que (desde el punto de vista de una productora) las elaboradas y repletas de contenido subyacente tramas filosóficas de Kurosawa supusiesen un riesgo asumible de forma permanente.
Es decir, ni siquiera el emperador del cine tenía patente de corso.
Así, los intereses épicos a favor del espectáculo de la casa Toho trazaron la senda por la que los cuatro protagonistas de la película vivirán una aventura tan marcada por el espectáculo del cine como por la filosofía y la reflexión acerca del ser humano, rasgos característicos y fundamentales en la narrativa de Kurosawa.
Es cierto que desde una perspectiva general La fortaleza escondida pierde algo de fuelle con respecto a los puntos fuertes del autor, pero no creo que esta película deba contemplarse desde un punto de vista holístico, su verdadero valor se aprecia observándola (y ante todo disfrutándola) obviando el todo para centrarse exclusivamente en la parte, en una especie única dentro de su filmografía que se atreve a mezclar las reflexiones humanistas con el desenfado de la aventura y ciertos rasgos de la comedia.
Un Kurosawa al servicio del espectáculo del cine, pero un Kurosawa ante todo, pues La fortaleza escondida es una película maravillosa que basa su grandeza precisamente en su accesibilidad, en su capacidad para entretener sin la necesidad de mantener una concentración plena durante toda la película, algo que —lejos de suponer un defecto— la convierte en un referente dentro del cine de aventuras.
Pero, insisto, nos enfrentamos a un título de Kurosawa, su narrativa fascinante nos sacudirá, no debemos bajar totalmente la guardia. De hecho, la cómica introducción en la que vemos como Tahei y Matashichi discuten mientras caminan cambia el paso con la violenta aparición de un personaje enloquecido, una figura sin nombre, pasado ni futuro en la trama, pero cuya presencia resulta arrolladora.
Este contraste que por un lado suaviza la verdadera condición de los vagabundos, por otro afilará su lado más salvaje, pues Kurosawa no tarda en revelar que en realidad son dos tipos que han abandonado su hogar y ahora deambulan por los incontables caminos de un país devastado por la guerra que ha convertido a sus habitantes en supervivientes carentes del menor escrúpulo, y esto en el mejor de los casos…
Kurosawa muestra a los dos individuos como seres egoístas, avaros, sucios y en los que no se puede confiar, capaces de cualquier cosa por dinero o siquiera un lugar en el que pasar la próxima noche, pero al mismo tiempo los caricaturiza, haciendo de los dos una especie de miserables entrañables que, tras encontrar por azar un lingote de oro en el interior de un pedazo de leña, dan con una fortaleza escondida en las montañas.
Allí toparán con el General Rokurota Makabe (Toshirô Mifune) y la Princesa Yuki (Misa Uehara), soldado y heredera respectivamente del vencido y ahora fugitivo clan Akizuki, cuyo oro deben transportar por el territorio enemigo para ponerse a salvo y restaurar su antiguo poder. El general se servirá de los vagabundos para transportar el oro oculto en fardos de leña, y los pícaros oportunistas aceptarán la misión con el fin de huir con el botín a la menor oportunidad.
Kurosawa rebaja su habitual tono solemne en favor de la caricatura y el estereotipo haciendo de la película algo liviano y entretenido, pero la furiosa e inquebrantable apariencia e interpretación de Misa Uehara (su aspecto de personaje de Cómic es fascinante), y la fuerza y noble determinación del siempre abrumador Toshirô Mifune equilibran esta aventura con la filosofía que retrata fielmente todo aquello que los seres humanos son capaces de hacer para bien y para mal.
Para aportar las dimensiones adecuadas a la envergadura de la misión en concreto y el cine épico occidental en general, la compañía Toho creó su propia versión del Cinemascope —el Toho Scope— ingenio puesto al servicio de la magnífica y muy narrativa fotografía de Kazuo Yamazaki, que sumada a la excelente dirección y dominio del ritmo de Kurosawa, y las carismáticas figuras de la Princesa Yuki y el General Makabe (el parentesco con Star Wars es evidente de nuevo) hacen de la película una trepidante y entretenida aventura.
Pero eso no es todo lo que la casa Toho aportó a la profunda narrativa de Kurosawa para obtener una filosófica aventura, hay algo más, un factor decisivo que juega a favor del espectáculo…
Toda aventura que se precie de serlo debe contar con una música que engrandezca el espíritu de la película. Obviamente, una obra de la envergadura de Kurosawa no dejaría de lado ese aspecto. La música de Masaru Satô es el paradigma de la banda sonora de aventuras, es un resorte que hace saltar la atención del espectador en la dirección exacta en el momento preciso, es en definitiva, la herramienta que sobredimensiona la película, convirtiéndola en algo monumental.
Este desafío oriental a la épica occidental es la historia de una senda en la que todo permanece oculto, desde el punto de partida hasta el último paso que dan un grupo de héroes con algo de villanos, unos villanos con algo cómico que no los convierte en héroes pero sí en unos dignos aliados, que recorren por necesidad, hambre y desesperada codicia unos, y por honor y convicción otros, un camino camino lleno de peligros, enemigos, algún que otro aliado adicional y ante todo, la trepidante aventura que hizo y hace del cine el mayor espectáculo del mundo.
La fortaleza escondida es una aventura que oculta en su interior un certero y sabio retrato de todo aquello que implica ser humano. Aquí y en una galaxia muy, muy lejana. Pero esa, aunque surgida bajo el sol naciente, es otra historia…
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Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Septiembre 2023.