LA NAVIDAD, POR BOB CLARK.
Tanto en su versión oscura en Black Christmas, como en la disparatada, A Christmas Story (1983), Bob Clark dejó claro que su visión de las navidades difiere completamente de la corriente.
Sus incursiones navideñas viajan entre la revolución del cine de terror —concretamente el Slasher—, y la desconcertante trama de la comedia en la que un niño quería una escopeta como regalo de Navidad. Fuese cómo fuese, lo que Clark siempre dejó claro en su más que discutible cine (exceptuando esta sensacional película), fueros dos cosas: no le gustan los grandes presupuestos ni el concepto general de la Navidad.
BLACK CHRISTMAS.
EL ENEMIGO INVISIBLE.
Si algo caracteriza las virtudes de la cumbre cinematográfica de Bob Clark, es la capacidad para sacar el máximo rendimiento de la menor inversión, es decir, la razón de ser de la Serie B. Sin embargo, el otro punto fuerte de la película es su funcionamiento a modo de puente.
Por un lado, la oscuridad en la que Clark sume a la Navidad, recurre a una de las más celebradas obras maestras de Robert Siodmak, La escalera de caracol (1946), en la que el asesino solo muestra pequeñas partes de su identidad oculta tras oscuros rincones; por otro, se alimenta del ambiente y la invisibilidad del atacante en la también magistral y contemporánea obra de Richard Fleischer, See No Evil.
A su vez, Black Christmas tiende un puente hacia el futuro, anticipando con su genial visión subjetiva y un ambiente enrarecido, asfixiante y laberíntico, no ya el universo del Slasher al completo, sino una parte considerable de la inspiración para una de las piezas claves del terror en general y John Carpenter en concreto: Halloween.
Sin embargo, la película va mucho más allá de las influencias (tanto de las que emana como de las que genera), pues los méritos de esta inquietante, oscura e irreverente visión de la Navidad son propios. Black Christmas es en todos los sentidos, una consecuencia directa de su época, lo es tanto en su narrativa literaria como visual.
Sus personajes, una serie de mujeres que preparan una fiesta en su fraternidad antes de las vacaciones de Navidad, muestran abiertamente sus inquietudes, bromeando acerca de cuestiones sexuales, hablando de forma coloquial, y dejando clara su intención de divertirse sin restricciones de ningún tipo.
El liderazgo desenfadado de Mrs. Mac (Maria Waldman) y Barb (Margot Kidder), arrastra en cierto modo las tímidas tribulaciones de Jess (Olivia Hussey), antes de que el terror se apodere de todos los personajes de la película.
En cuanto al aspecto visual, la estética y la proliferación del Zoom, hacen de la película —a pesar de ser una producción canadiense— una obra totalmente enmarcada dentro del cine norteamericano de los 70, aunque las inquietudes de Clark y aquel movimiento salvaje habiten en universos totalmente diferentes.
Black Christmas es, sin duda, hija de su época.
Una vez presentados los personajes, sus irreverentes personalidades, y sus conflictos, especialmente el que surge entre Jess y su novio Peter (Keir Dullea), que Clark utilizará para despistar al espectador —aunque no con todo el acierto deseado, es cierto—, la trama se centra en su verdadera naturaleza: el extraño y aterrador juego de voces que se oye a través de elemento clave de la película: el teléfono. Un puente entre el universo de las víctimas y el monstruo que habita en la oscuridad, en los rincones invisibles de la residencia que convertirá la Navidad en un lugar tenebroso y desconocido.
Las víctimas comienzan su recorrido por ese laberinto, y la película entra en su fase más interesante y mejor elaborada, en la que la atmósfera lograda por Clark es magnífica, creando un ambiente tenebrista y cerrado, que multiplica exponencialmente las interpretaciones de los tres personajes en los que a partir de ese momento la película se apoyará: la voz del asesino invisible, Jess, y el teniente Ken Fuller, interpretado por el siempre discreto y magnífico secundario, John Saxon.
Una a una, las mujeres de la hermandad caen bajo la sombra del asesino, que envuelve con su extraña presencia invisible la casa de la que nadie podrá huir.
A medida que las protagonistas desparecen, el protagonismo y la interpretación de Olivia Hussey crecen exponencialmente, hasta el punto de hacerse con el control de la película, recogiendo el testigo que Margot Kidder le cede, y transformando su personaje, adaptándose a las necesidades de un guion que le exige dejar atrás su carácter dócil y melancólico, para entrar de lleno en un pérfido juego en el que el teléfono juegue su desconcertante e innovador papel en esta historia. Un papel del que, no por casualidad, se beneficiaría mucho tiempo después la saga iniciada por Wes Craven, Scream.
Así, la oscuridad y la locura se ciernen definitivamente sobre la Navidad tétrica y delirante que Clark propone para su película, y mientras la narrativa visual alcanza su punto álgido, sometiendo al espectador a una tensión palpable y un ritmo que funciona a la perfección, apoyado en la parte mejor resuelta del guion, en la que el trío protagonista (la voz invisible, Hussey y Saxon), establece una enloquecida rutina telefónica mientras las tinieblas se apoderan de absolutamente todo, guiando al espectador hacia un final que habría resultado antológico, de no ser por un breve entreacto entre el cenit de la película y su magnífico cierre.
Sin embargo, pese a ese cuestionable tramo, Black Christmas es una película magnífica, precursora y arriesgada, dotada de una atmósfera propia que poco tiene que envidiar a producciones muy superiores, y ante todo, un ejercicio de Serie B en base a una propuesta innovadora que merece ser reivindicada.
Al fin y al cabo, no todo el mundo puede decir que convirtió la Navidad en un laberinto de sombras, angustia y locura. Bob Clark, pese a todo, sí puede.
Y a Black Christmas, mucho se le debe.
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Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Diciembre 2022.