AKIRA KUROSAWA,
POR KANETO SHINDÔ.
En el inicio de Kuroneko, Kaneto Shindô nos introduce mediante un ritmo tribal en las profundidades de sus elementos característicos. La guerra, el caos, la pobreza y las mujeres a merced de la voluntad e impunidad de sus protagonistas, los hombres.
Desde los créditos iniciales en los que la música salvaje de Hikaru Hayashi surge del interior del bosque, hasta la secuencia inicial en la que un grupo de Samuráis aparece en escena, Shindô recurre y homenajea a uno de los pilares del cine, tanto el japonés como el mundial, Akira Kurosawa, especialmente en su adaptación de Macbeth, Trono de sangre.
En los primeros compases de ese ritmo salvaje y marcial, y hasta el final de la secuencia en la que dos mujeres — Yone (Nobuko Otowa) y Shige (Kiwako Taichi)— aguardan el regreso de la guerra de su hijo y esposo Gintoki (Kichiemon Nakamura), las maneras de Kurosawa se adueñan de la película a través del sentido reconocimiento de Shindô, pero la forma no se impone al fondo. La guerra como excusa para que los hombres den rienda suelta a sus bajezas con respecto a las mujeres, nos lleva al fondo de la cuestión que en realidad pretende abordar Shindô, la venganza de los espectros femeninos hacia las miserias masculinas.
La introducción —y única parte de la película en la que solo se juega en el terreno natural de los hombres— guarda un silencio tan grandioso como elocuente. Las dos mujeres son violadas, asesinadas y quemadas dentro de su casa por un grupo salvaje de Samuráis, pero nadie dice ni una palabra. Después, de la misma forma en que vino, el mundo de los hombres se va, dejando paso a los verdaderos protagonistas de la película: los espectros.
Tras su terrible final, entre las cenizas de su hogar, un gato negro se acerca a los cadáveres de ambas mujeres, lamiendo su sangre y dando paso a la maldición por la que la película transcurrirá desde ese momento. Ese punto de inflexión desvía totalmente el camino; del ritmo salvaje con el que el trágico destino de las mujeres enmarca la película en el drama, pasamos a un lento, enigmático y hermoso ritmo que nos sumirá en un onírico ambiente propio del mejor y más elegante cine de terror.
KURONEKO. LA DANZA MACABRA.
ESPECTROS, DEMONIOS, VAMPIROS Y DESEO.
Hay en Kuroneko un aspecto esencial en la narrativa, especialmente en el terreno visual, que comparte algunos de los rasgos orientales propios del terror japonés. La extrema elegancia y gracilidad con la que los fantasmas ejecutan sus coreografías, hacen de la película de Shindô una hipnótica —por hermosa y onírica— danza espectral que flota a través de un guion que, aunque no tan bien cerrado como el de Onibaba por resultar un tanto reiterativo, brilla por su propuesta.
Tras el asesinato y la irrupción de los demonios encarnados por el gato negro —la incorporación de Poe al imaginario nipón es grandiosa— en las vidas ya eternas de las mujeres, la trama de la película se dispara. Mediante un pacto con los demonios, las protagonistas regresan al mundo para llevar a cabo una venganza recurrente, pero no vuelven de la misma forma en la que vivieron.
La muerte ha concedido a las dos mujeres un aspecto elegante, sus rostros se aproximan a las figuras del teatro Nô, su vestimenta ya no es pobre, no está sucia o desgastada por la miseria en la que habían tenido que sobrevivir, así, en la misión que han de llevar a cabo a cambio de su inmortalidad, la seducción jugará el papel principal.
Sin más, una vez que las protagonistas se han vestido para matar, la maldición cae sobre los hombres. Todo Samurái que se aproxime por la noche a la puerta de Rashômon —Shindô se sirve aquí del mismo cuento ancestral del que Kurosawa extrajo su obra maestra— encontrará a su paso la figura de Shige (una maravillosa Kiwako Taichi), la cual ofrecerá descanso, cobijo y compañía al guerrero, quien asistirá a una onírica velada en la que, tras beber y reconfortarse con Shige y Yone (la también impagable Nobuko Otowa), caerá bajo el hechizo de Shige, que seducirá a sus víctimas para asesinarlas, mientras Yone ejecuta una extraña danza que resultará ser macabra.
Al día siguiente, los guerreros aparecen muertos sobre las ruinas de la casa en la que ambas mujeres fueron asesinadas, mostrando unas extrañas cicatrices en el cuello. La condición que Kuroneko otorga a los espectros de «fantasma-vampiro-gato-bruja», es, además de fascinante, única en su especie.
Uno tras otro, los Samuráis que se adentran en el bosque, caen en el hechizo con el que Shindô —mediante la hermosa fotografía de Kiyomi Kuroda— nos sume en mundo de una belleza irresistible compuesta por espectros y niebla. La maldición que pesa sobre Kuroneko es eterna, si en algún momento una de las dos mujeres la rompe, regresará para siempre al infierno.
Esta condición sirve a Shindô para poner en juego el irónico destino, pues Gintoki —el esposo e hijo de las antiguas mujeres— regresa inesperadamente de la guerra, y una vez restituido en su rango, asume el encargo de investigar los asesinatos. Conforme avanza en su misión, la verdad se revela a través de un traslucido velo que nos conduce a la parte más sensual de la película, en la que la trama espectral encuentra un nuevo desvío, una opción con la que ni el humano, ni los «espectros-vampiro» al servicio de los demonios, contaban.
Una reunión familiar.
Es cierto que al no ser reiterativo, el guión de Onibaba —su otra incursión en el terror— está mejor rematado que este, pero también lo es que Kuroneko guarda un as en la manga para sorprender a un espectador que a esas alturas de la película, ya ha sido hipnotizado por la abrumadora belleza de las imágenes.
Dicho de otro modo, un guion que ya parecía haber perdido su fuerza, resurge para enredarnos en su entramado espectro-familiar. Cuando se enfrenta a su nueva misión, Gintoki no tarda en comprender que los fantasmas a los que debe combatir son el pasado que tanto dolor le costó dejar atrás, Shindô sitúa a los personajes ante una encrucijada tan atractiva como dolorosa.
Él debe renunciar a su honor terrenal del Samurái que todavía se rige por las normas del mundo al que ellas ya no pertenecen. Ellas deben cumplir su misión, asesinando a su hijo y esposo —además del único hombre que las ha querido— o asumir su regreso perpetuo al infierno que les concedió la vida eterna. El leve lastre que el guion supone para sí mismo a mitad de la película, la deja libre en este tramo final para —como los espectros elegantes que flotan ligeros como la niebla mecida por el viento— elevarse a la cima del terror del cine del sol naciente.
Kuroneko es, ante todo, una sutil, hermosa, sensual y perfecta danza macabra.
Un magnífico cuento sobre la venganza.
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
https://m.ok.ru/video/2409214839406
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Noviembre 2021.