LES CHAMBRES ROUGES.
THE DARK SIDE OF THE WEB.
Les Chambres Rouges (Red Rooms en su proyección internacional, y es que aunque no se trata de cine francés, es una producción canadiense), supone sin lugar a dudas el punto álgido en la —por el momento— breve carrera de Pascal Plante.
Breve, sí, pero resulta difícil imaginar la forma de superar esta arriesgada, extraña, perturbadora y maravillosa película que, junto a la también magistral Anatomía de una caída, ha elevado los juicios cinematográficos del año pasado a lo más alto del estrado.
Les Chambres Rouges se muestra como un fantasma, envuelta en un halo frío. Un velo mortuorio parece caer sobre la ciudad, más similar en el aspecto de sus calles y sus habitantes a una morgue de luces pálidas procedentes de oscuridades más allá de los cristales de los edificios, que a una urbe en la que la vida circula de un lado a otro, ajena a los asuntos terribles que alteran la existencia.
Pero en una sala extraña, ajena a las pasiones, en un entorno blanco que parece esterilizado contra los colores de la maldad, la luz de las habitaciones rojas comienza a confundir al espectador, que pronto descubrirá el lado oscuro de la Web.
LA DAMA DE SHALOTT. TORRES DE MARFIL Y CELDAS DE CRISTAL.
En 1832, el poeta inglés Alferd Tennyson escribió un poema sobre Elaine of Astolat, una figura de las leyendas artúricas que figuró en varias obras de la literatura medieval.
Aquel poema se llamó The Lady of Shalott, y se convirtió en un referente en la segunda mitad del siglo XIX, hasta el punto de ser retratada en varias ocasiones, una de las cuales se convirtió en un mito de la pintura en general y de la Hermandad Prerrafaelita, concretamente a manos de John William Waterhouse y su lienzo, The Lady of Shalott (1888).
Dos siglos después, una película que probablemente no alcance el reconocimiento que merece, pero con la capacidad de elevar la narrativa del cine a lo más alto, resucita para el arte más joven de todos aquel mito literario y pictórico que durante siglos representó la maldición que en la mitología siempre ha supuesto mirar desde la oscuridad, desde los lugares donde los secretos se ocultan, donde la confesión nunca puede suponer la redención.
Desde las habitaciones rojas donde habitan los monstruos.
Donde esta nueva Dama de Shalott firma al otro lado de la pantalla, de ese espejo moderno, ventana al mundo terrible en su oscura torre de marfil con forma de moderna celda de cristal.
Mientras la Dama de Shalott juega, observa y espera en el lado oscuro de la Web, la muerte se apodera de las habitaciones rojas.
Les Chambres Rouges es un Thriller judicial, de eso no cabe duda, también juega con elementos propios del drama y la tragedia social, además de utilizar de forma sutil y pasajera los recursos propios del «Whodunit», pero lo cierto es que ya en el inicio mismo, en un juicio que tiene lugar en una cámara blanca, casi aséptica, que a su vez encierra una cámara de cristal transparente en la que podemos ver el rostro prisionero de alguien que no puede ser otra cosa que el culpable de las atrocidades de las que se le acusa…
Ya desde ese inicio la película despierta una sensación insana que no hará más que crecer, acercando en ese sentido la película al género de terror, un género al que no pertenece, cierto. Pero no menos cierto es el poder pertubador de esta película capaz de derribar las defensas de cualquier espectador.
Especialmente aquellas que le protegen del miedo.
Los secretos que oculta el impertérrito e impermeable Ludovic Chevalier (Maxwell McCabe-Lokos) son expuestos al público desde la vitrina de cristal contenida en la celda blanca que forma la sala del juzgado. Allí, en un mundo de transparencia y escrupulosos tonos blancos, el monstruo será juzgado por el pueblo y la ley, en un recinto donde la violencia y las decisiones vehementes parecen tan lejanas e imposibles como esas habitaciones rojas en las que una serie de salvajes grabaron las torturas y asesinatos de unas niñas, para luego vender las grabaciones en la Web oscura.
Kelly-Anne (Juliette Gariépy) y Clementine (Laurie Babin) asisten al juicio; Clementine, una joven que ha viajado a la ciudad sin apenas medios, está dispuesta a creer en la inocencia de Ludovic, está dispuesta a dormir en la calle, a pasar hambre y frío. Está dispuesta a enamorare del acusado, al que considera una víctima de la necesidad social de hallar un culpable, una víctima de la manipulación mediática a la que, irónicamente, Clementine accederá, primero desde la defensa pasional por Ludovic y el ataque al entramado televisivo, y después como una víctima desolada por el engaño en el que se dejó atrapar por sus propios sentimientos.
En ambos casos, Clementine forma parte del negocio que trafica con la mercancía consumida por los ojos invisibles que todo los contemplan, que todo lo desean y todo lo consumen a través de las pantallas encerradas en las torres de marfil y cristal.
Una de las mejores bazas de la película de Plante es que no conduce el Thriller por sus cauces habituales. No importa demasiado si Ludovic es inocente o culpable, no importa si un asqueado e irreverente inspector de policía capturó al asesino tras una intensa búsqueda, y aquello que contempló en la escena del crimen lo sumirá en una espiral suicida. Ni siquiera importa demasiado —aunque sí sale a escena— el papel de las familias de las víctimas.
Tampoco adquiere relevancia —ni presencia alguna, de hecho— la posible implicación de oscuros poderes financieros, industriales o económicos en el rol de consumidores del terrible producto de los crímenes. Todo esos jugadores pérfidos que manejan el mundo no tienen cabida en la película.
La jugada maestra de Pascal consiste en poner la atención en otros ojos. En una mirada que a nadie le importa y de la que nadie espera nada por lo que hacerle pagar.
Kelly-Anne aparece en la sala desde el inicio, y desde el primer instante, Plante cede el control y el peso de la película a la capacidad sobrenatural de Juliette Gariépy para inquietar y atraer la atención. Ludovic es un ser grotesco de mirada triste, sí. Clementine —tanto cuando Kelly-Anne la engulle como cuando la escupe—, puede ser irritante o generar cierta lástima, sí.
Pero Gariépy y su hierática perversión se apoderan de absolutamente todo.
La moderna Dama de Shalott cae en la maldición del observador, del voyeur oscuro y solitario que, en este caso, en el interior de su torre de marfil en forma de celda de cristal y tecnología, establece una relación entre su rostro impenetrable e indescifrable; blanco y enjuto durante el día (en el juicio, comiendo, haciendo deporte…), y bañado en rojo cuando refleja la luz de esas habitaciones y sus terribles secretos reservados a quienes pueden acceder a la maldición que condena con la necesidad de mirar.
Pero Kelly-Anne no tiene bastante, siente la necesidad de abandonar su torre, de llegar más lejos que el nombre que adoptó del mito, Plante empuja a Gariépy hacia la oscuridad total, y ella introduce a la película y el espectador de lleno en el horror.
Antes de caer para siempre en la oscuridad de las luces rojas, Kelly-Anne se transforma para que el horror mire directamente a sus ojos, ahora sumidos en una metamorfosis que hace de su rostro y de la única sonrisa que recordaremos de la película, algo completamente perturbador.
Algo tan poderoso como el terror al que este Thriller judicial no pertenece, pero del que nadie puede liberarse. Como la sombra perfilada por esa luz roja.
https://www.youtube.com/watch?v=r1sj0OFXbkE
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Febrero 2024.