CAMINANDO EN LA OSCURIDAD.
Bitter Moon bien podría ser la visión de Roman Polanski de La agonía y el éxtasis, pero solo en lo referente al título.
La famosa novela de Irving Stone y su no menos célebre adaptación al cine por parte de Carol Reed recorren caminos escarpados, sí, pero la licencia que me tomo para asociar la senda tenebrosa por la que Polanski transita en esta película, con el conflicto entre el poder religioso y el artístico del film de Reed, no va más más allá de una extraña alianza entre sus nombres.
La agonía y el éxtasis, ese camino tortuoso y siniestro recorrido por los protagonistas que caen en manos de Polanski, muestra cómo alcanzar la luna amarga que gobierna las mareas emocionales de un cuarteto delirante, dramático y mucho más humano de lo que podamos llegar a creer, o incluso a aceptar.
Bitter Moon -aquí conocida por Lunas de hiel– es una puerta abierta, el acceso a la oscuridad por la que caminar de la mano de un guía único en su especie: Roman Polanski.
BITTER MOON.
POLANSKI Y EL ARDOR.
Los caminos de Roman Polanski son oscuros y ante todo, retorcidos. Su manera de unir la forma con el fondo es pasional, excitante a la par que repulsiva, y capaz de remover lo que quiera que haya en las profundidades humanas.
En 1992, Polanski llevaba treinta años haciendo películas, un camino que recorrió en constante oscuridad. Siempre asomado al borde del abismo, el controvertido director observó todo aquello que habita en el fondo, y lo mostró con una tétrica y elocuente claridad.
Fobias y filias sexuales, vampiros que caricaturizan los instintos humanos, sectas que pretenden perpetuar la estirpe diabólica, fantasmas a la deriva entre niebla y barro en Macbeth, delirios de identidad en apartamentos siniestros, conspiraciones y pasiones en el barrio chino, aproximaciones al universo de Hitchcock mediante desapariciones imposibles y búsquedas frenéticas…
Todo aquello que el ser humano pueda tener de oscuro, misterioso y espectral, ya había sido visitado por Polanski en sus primeros treinta años de cine. Pero tras esa larga senda recorrida por tierras casi siempre oníricas e inquietantes, Polanski se adentró en el mar, dejando atrás la parte imaginaria y la ambigüedad para centrarse en los seres humanos encerrados en la libertad sin límites: aquella que ofrecen el mar y el deseo.
Precisamente allí, en el mar, a bordo de un crucero en el que dos parejas parecen protagonizar lo que parece no ir más allá de un drama vacío y recurrente acerca de los problemas matrimoniales habituales, es donde Polanski se arma y aprieta el gatillo sin piedad.
Una de las mejores bazas de la película es la reinvención y mezcla de géneros cinematográficos, Polanski conoce a fondo los deseos más profundos de las personas, y en Bitter Moon les saca partido mediante el drama, el cine negro, el misterio, numerosas dosis de humor negro, y una delirante, ambiciosa y destructiva pasión -que va de lo sexual a lo emocional- muy próxima al terror.
Para intentar recuperar su libertad y la felicidad, los cuatro miembros de dos parejas se embarcan en un crucero. Fiona (Kristin Scott-Thomas) y Nigel (Hugh Grant), un matrimonio británico anclado en una desidia revestida de protocolo y confortable rutina, conocen por azar -uno de esos desiginios «polanskianos» del azar- a Mimi (Emmanuelle Seigner) y su marido Oscar, un escritor inválido (Peter Coyote).
Desde el primer encuentro, Polanski enfrenta las piezas en un tablero dispuesto únicamente para el juego perverso que está a punto de comenzar. La condición británica y protocolaria de Nigel impacta como un proyectil -además de con la verdadera naturaleza de Fiona- con la desafiante y sensual conducta de Mimi, un personaje que Polanski transforma con una habilidad increíble.
En el mar, Mimi es una sirena, la encarnación del magnetismo que ha de suponer la perdición. En tierra, era una víctima de la tiránica y cruel indiferencia a la que el cinismo de Oscar la condenaba. Una vez que Nigel cae en la trampa y Fiona asume su papel de voyeur en la historia, la relación entre el cuarteto comienza su camino hacia el paroxismo, hacia la agonía y el éxtasis.
Mediante una serie de flashbacks ejecutados de forma magistral por la combinación entre la narrativa de Polanski, la elocuente y -en esta ocasión- sobria fotografía de Tonino Delli Colli y la envolvente y sutil música de Vangelis, Oscar seduce mediante el rechazo a Nigel.
Como una especie de máquina diabólica, el cínico y eterno aspirante a escritor recurre a una hermosa prosa poética, y en la penumbra de su camarote, alimentado por el alcohol, Oscar emula a sus héroes bohemios y vividores, convirtiendo en una novela su historia parisina con Mimi, en la que el deseo, la pasión ilimitada y la vida consumida a toda velocidad, seducen y derriban las débiles convicciones de Nigel.
Ahora, a través de Oscar, Nigel conoce por fin a Fiona -y todo aquello que ella sí podría hacer-, comprende la irremediable condena que supone para Mimi y el propio Oscar la pérfida conducta del escritor, se enamora de la figura que su fantasía proyecta de Mimi, y asiste a los horrores que conducen al cuarteto amoroso de las luces de París a las tinieblas de la tempestad que -sincronizada con el avance del terrible relato- se desata en el que ya no es un paraíso de libertad.
Polanski invierte todos los factores apoyado especialmente en el magnífico trío interpretativo formado por Seigner, Scott Thomas y Coyote (Grant se salva en esta ocasión porque para interpretar a un británico anodino e irritante no necesita actuar, de lo contrario, probablemente habría arruinado la película). Fiona toma la iniciativa en la seducción, desafía y desarma a Nigel, Mimi lo desprecia, aceptando y fomentando su alianza con Fiona, y Oscar, testigo de las últimas consecuencias de la venganza que Mimi ha volcado sobre su cuerpo y sus emociones, pone rumbo al fin del juego.
Como en una de las maravillosas historias de misterio a bordo de un barco escritas por Agatha Christie, Polanski -tras recurrir al drama pasional y deformado por el deseo, al cine negro y sus arquetípicos canalla y mujer fatal- pone rumbo al paroxismo, al descenso al infierno definitivo, y al éxtasis que da paso a la agonía con la inevitable y necesaria irrupción del crimen como único remedio.
Tras el crimen, Polanski reactiva el tiempo que parecía haberse detenido, pero que transcurrió a bordo tan inexorablemente como para el resto del mundo. Allí, Nigel y Fiona, Oscar y Mimi, varados en ninguna parte, sobre aquel mar en calma del que surgió la tempestad que los enloquecería, el tiempo, aunque invisible, corría de nuevo.
Así es el mar bajo la luna que Polanski volvió amarga, es como su película, como la película que nadie más podría haber hecho: una prisión que te hace sentir libre, en la que el tiempo y sus fantasmas no se reflejan en ningún espejo.
https://www.filmin.es/pelicula/lunas-de-hiel
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Agosto de 2022.