UNA HISTORIA CORRIENTE, POR JOACHIM TRIER.
La peor persona del mundo supone la mejor forma de contar una historia que pocas veces —y menos en el cine actual— evita caer en la mediocridad y sensiblería barata amparadas en el estilo Näif. Esta es una de las mejores armas con la que Joachim Trier defiende una película tan maravillosa como inesperada.
Los aires nórdicos han soplado casi siempre en la buena dirección en lo que a conflictos personales, sociales y familiares se refiere; Joachim Trier no da la espalda en ningún momento al universo de Bergman (obviamente adaptado a nuestros días y la situación de esta película en concreto) y su alter ego y discípulo estadounidense: Woody Allen.
El dolor, la represión emocional, el silencio, las neuróticas dudas existenciales y el daño que provoca la ruptura de barreras que nos encierran son temas tan recurrentes como intrincados en las filmografías del sueco y el neoyorkino, pero todos hablan con un lenguaje complejo —por íntimo y pausado con Bergman, y locuaz y frenético en el caso de Allen— de la soledad y el encierro de una forma profunda y enrevesada.
Es precisamente ahí donde reside gran parte de la grandeza de la película de Trier, en su arriesgada dualidad a la hora de recoger el testigo: por un lado se mete de lleno en el inestable suelo de las relaciones emocionales, por otro, sale a flote de las profundidades psicoterapéuticas y solitarias invirtiendo el factor principal.
Trier no habla de la prisión, habla de la libertad y sus consecuencias. Habla de ser la peor persona del mundo en un mundo construido como una prisión.
LA PEOR PERSONA DEL MUNDO.
RIDE LIKE THE WIND.
Son muchas las herramientas a las que uno de los mejores dúos de guionistas formados en los últimos años recurre para fortalecer la película. Joachim Trier y Eskil Vogt van allá de un guión preciso y capaz de recorrer todos los caminos imaginables en esta historia corriente en la que destacan especialmente dos cosas:
La primera, una fotografía magnífica y medida en todos los planos de la película, entregada continuamente al servicio narrativo y los sentimientos y situaciones a los que se han de enfrentar los personajes. El trabajo de Kasper Tuxen tiene el mérito añadido de no ceder a la desidia y la baja calidad en la que el aspecto visual suele caer en las películas que abordan este tipo de tramas.
La segunda —y quizá sea la más relevante a nivel narrativo— es la utilización de la música en favor de la historia, concretamente de algunas de las canciones que suenan en un nada casual segundo plano. Los títulos de esas canciones (independientemente de su intención y significado iniciales) suponen un sutil y hábil ejercicio de adaptación al entorno —y viceversa— por parte del director.
En los primeros compases de la película, una de sus protagonistas muestra una parte de su vida descrita por la voz de una narradora invisible, y cuando rompe con una serie de reglas más ajenas que propias y se lanza a una ruta que evitará la línea recta, suena la canción de Christopher Cross, Ride Like The Wind.
Esto, que parece insignificante, es la clave. Ser libre, correr sin dirección. Esto, es una de las armas más poderosas de una película que no ha hecho más que empezar a contar el tipo de historia más difícil de llevar a cabo: la de la gente corriente.
La peor persona del mundo cuenta la historia de Julie (Renate Reinsve), y su visión de las cuestiones —a priori básicas— en sus inminentes treinta años. Ante el cambio de década, la película parece desarrollar la trama en torno a las tribulaciones y costumbres sociales que dictan lo que el individuo ha de querer, o al menos, perseguir para ser feliz.
En su nueva trayectoria vital, Julie se topa con Aksel (Anders Danielsen Lie), un novelista gráfico mayor que ella y con cierto renombre en su profesión y el ámbito artístico en general. Dotado con una inteligencia notable y una visión de la vida a caballo entre el cinismo y la tradición, Aksel forma con Julie un tándem aparentemente estable, pero la piedra angular de la película es la libertad de elección, incluida la libertad para no saber cuál es esa elección. Ride like the wind…
Trier muestra con sobriedad y una gran eficacia basada especialmente en un guión, dirección e interpretaciones magníficas, las grietas que se forman en la relación entre Julie y Aksel.
Él tiene unos objetivos que Trier sitúa muy hábilmente en contraposición a su rol artístico y supuestamente bohemio, objetivos que pasan por formar una familia que —paradójicamente— se aproximan más a lo que la sociedad establecida dicta que al carácter consciente e irreverente que él vuelca en su obra. Obra que por cierto, genera en el autor un profundo malestar cuando su adaptación modifica los principios básicos con los que fue creada para adaptarla a un público más general y familiar…
Julie se enfrenta a los deseos tradicionales de Aksel; mediante una serie de conversaciones que, de nuevo, nos meten de lleno en el universo de Allen/Bergman, Trier expone claramente que todas las decisiones comunes han de pasar por el filtro de Aksel, no por un filtro común que él sí parece aceptar desde ese momento.
Pero la naturaleza indecisa de Julie sigue su curso, y su camino hacia la libertad es imparable. Un camino revelado por la luz que se cuela entre las grietas de su relación con Aksel, y allí, tras esas grietas, bajo la luz de las cosas corrientes que pueden ocurrirle a cualquiera, aparece Eivind (Herbert Nordrum).
La tercera pieza del puzzle sentimental también está diseñada por Trier para romper los moldes.
Julie conoce a Eivind durante una secuencia en la que Trier muestra un deliberado juego absurdo y adolescente que evidencia el fracaso, tanto de su relación con Aksel (alguien que pretende seguir un camino trazado en base a su supuesta experiencia vital), como de su nueva y pasional senda, que se dibuja a través de algo que le negará las edificantes y sensatas charlas con Aksel, para proporcionarle una diversión hedonista y efímera que se desvanecerá como el humo de su primer beso a las pocas conversaciones, las suficientes como para comprobar que ese tiempo que se detuvo —esa secuencia y la de la transformación física son de las que crean escuela— no es más que eso, humo.
El suelo que, en busca de su camino a la libertad, a su derecho a escoger cómo equivocarse más allá de los dictados sociales (ya sean individuales o colectivos), pisa Julie en su indecisión y duda constante acerca de lo que quiere es mucho más sólido que el humo de los sueños sobre lo que el amor, la vida, o incluso su profetizada vejez, serán jamás.
Trier plantea la inseguridad y carácter errático de Julie como la opción, como el derecho a escoger y equivocarse, como el irremediable daño que todos hemos de provocar al seguir nuestro propio camino, aun cuando sus inagotables curvas nos oculten la meta y el sentido de lo que hagamos.
Aun cuando, para enmendar ese daño, hayamos de volver al lugar donde queremos estar, aunque debamos abandonarlo tras la despedida definitiva.
La peor persona del mundo es aquella que todos debemos ser en algún momento, aquella que para ser libre y escoger, debe verse libre de las rutas marcadas, de la anodina línea recta.
Ride like the wind…
Si vivir se basa en elegir, la peor persona del mundo debe deambular hasta morir, o morir sin haber vivido. Esto, que parece tan sencillo de contar, supone un enorme reto cinematográfico que Trier supera como lo hacen los mejores.
https://www.filmin.es/pelicula/la-peor-persona-del-mundo
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Agosto de 2022.