TRAMAS ANCESTRALES.
RECURSOS ACTUALES.
The Sea Beast no es una apuesta arriesgada por parte de su director, Chris Williams. Es un triunfo seguro, la victoria de quien se sabe armado con lo mejor de dos mundos: el misterio y fascinación del cine de aventuras clásicas, y el asombroso poder de las técnicas actuales del cine de animación.
Bastan apenas unos minutos para comprobar que la película de Williams -lejos de suponer un choque entre dos mundos- logra una magnífica alianza.
Desde la oscura condición del hombre en su camino hacia el infierno tras Moby Dick, el espíritu aventurero, inocente y burlón de la capa y espada, la amistad y el Technicolor, hasta los ilimitados logros de una animación que no parece tener límite, The Sea Beast comparte rumbo con el pasado y títulos referenciales en el presente -su parecido con la saga Cómo entrenar a tu dragón, o Moana es un acierto obvio-, obteniendo de la suma de los factores un resultado que podría haber funcionado tan bien hace sesenta años, como funciona hoy, y -probablemente- funcionará en el futuro.
Sin embargo, la hábil miscelánea elaborada por Williams no se limita a mezclar los clásicos con las técnicas modernas, hay al menos otros dos factores que soplan un viento favorable para su película: las relaciones humanas y las reacciones de las bestias.
THE SEA BEAST.
LA AVENTURA ICONOCLASTA.
«Constrúyelo y vendrán», reza el dicho. Construye el mito, aliméntalo con miedo, y lo cazarán, parece proclamar la película.
The Sea Beast es tan válida para el público infantil como para el adulto. Equilibra perfectamente su visión inocente y dócil de la realidad, con la oscura y obsesiva creación de mitos en base al dogma y la ignorancia al servicio de la fantasía delirante que persigue sombras en los abismos de un mundo que no le pertenece.
Williams aborda esta faceta del ser humano con una habilidad ejemplar; tanto es así que divierte y hace reflexionar a partes iguales, sin caer en los abismos oscuros y trágicos propios de obras que se adentran más en la naturaleza humana, ni en la meliflua condición del cine sensiblero y vacío.
En lo que respecta a las relaciones humanas -especialmente desde el punto de vista de la amistad, la lealtad a los principios y la jerarquía- la película se aproxima con gran acierto al mundo de Peter Weir y su tratamiento de los colectivos, concretamente en su película Master and Commander.
El universo jerárquico y marcial con el que Weir condiciona la amistad y los principios, sirve a Williams para utilizar The Sea Beast como un arma, como la nave que abordará y hundirá los templos sagrados, las creencias por las que la sociedad de los humanos persigue y declara la guerra a las bestias marinas.
La premisa de la película es sencilla y clásica en cuanto a formas, pero llega al fondo por más sendas de las que parece a simple vista.
Maisie Brumble, una niña huérfana, sensible, escurridiza y despierta (las similitudes de su carácter con el de pícaros universales como Oliver Twist o Huckleberry Finn están muy lejos de la casualidad), muestra una viva intención de vengarse de los monstruos que mataron a su familia, hasta el punto de intentar convencer a uno de sus héroes, el cazador de monstruos Jacob Holland. Tras sufrir su rechazo, Maisie engaña a Holland, y lejos de regresar al orfanato en el que vive, sube clandestinamente a bordo del Inevitable, el barco en el que el Capitán Crow y su oficial de confianza, Sarah Sharpe, alimentan los mitos a los que todos pretender dar caza.
En apenas veinte minutos, The Sea Beast muestra la mayor parte de su poder: un ritmo vertiginoso mediante el que los personajes presentan sus motivaciones, sus personalidades, fantasmas y objetivos. La película transcurre a toda velocidad, y en esos primeros veinte minutos, Williams exhibe un dominio narrativo que desafía al tiempo, pues en pocos minutos hay un despliegue de acción, comedia y espectáculo que no deja tiempo para desviar la atención. Todo esto potenciando por la excepcional música del veterano Mark Mancina.
Tras esa maravillosa presentación del primer bloque de la película en el que los monstruos dan forma al enemigo, Williams cambia el rumbo hacia las aguas de Weir y la inversión de los términos. La conciencia de Maisie despertará a medida que establezca una forzosa relación con la bestia que Crow persigue.
Así, a raíz de una visión iconoclasta de la verdad escrita en los libros por aquellos que dictan la historia, Maisie agrieta el templo de Crow, y la luz penetra por las heridas que distancian al capitán de Jacob, Sarah, y finalmente, de la tripulación e incluso de sí mismo.
Williams saca el máximo rédito a la tendencia actual hacia la inclusión de razas y géneros que el cine -y la sociedad real- ha desfavorecido durante demasiado tiempo, pero su inclinación al «Woke» no fuerza los personajes, su condición ni las situaciones, tal y como tiende a ocurrir en el cine actual. Al contrario, una vez más Williams se mueve con agilidad e inteligencia y recurre a elementos que -aunque parecen modernos- son en realidad recursos clásicos.
La amistad nacida de la empatía y la inteligencia entre Red (la bestia) y Maisie, no es una novedad, como tampoco lo es la capacidad del monstruo para distinguir entre el bien y el mal, entre el amigo y el enemigo, o la intuición del animal para percibir la bondad y capacidad de comprensión en algunos humanos.
Este punto de inflexión que divide la película de Williams en dos partes, tiene precedentes en King Kong -en lo que a la relación entre el monstruo y un personaje femenino se refiere, aunque Williams obvia el componente sexual- y ciertas similitudes (más allá de las obviamente marinas) con la figura de Godzilla, en el sentido de la capacidad para distinguir distintas naturalezas entre los humanos, y muy especialmente en la caída de los dioses como herramientas terribles al servicio del miedo.
Las dos bestias clásicas se alzan al mismo tiempo en contra y a favor del humano (pues tanto Kong como Godzilla prestan un servicio a la humanidad) y Red, la bestia marina ancestral hace lo propio, dando a la película y la visión iconoclasta de Maisie un poder absoluto con el que -tras recorrer un camino habitado por misterios, brujas y oscuros poderes- destruye los mitos, derriba los templos humanos y provoca la caída de dioses y monstruos.
Es cierto que la película cede en su último tramo en favor de un discurso demasiado recurrente, un subrayado innecesario y peligrosamente cercano al estilo Naíf, algo que contrasta negativamente con el tono tan bien sostenido durante casi toda la película, pero no creo que sea suficiente para dañar siquiera un trabajo tan sólido como para manejar con firmeza la miscelánea de influencias, géneros y épocas cinematográficas que suben a bordo al público adulto e infantil para conducirlo a tan buen puerto.
Sin duda, el viento sopla a favor de la estupenda película que resulta ser The Sea Beast. Hay vida más allá de los mapas trazados por Pixar, después de todo.
https://www.netflix.com/es/TITLE/81018682
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Agosto de 2022.