LA ÚTIMA FRONTERA,
POR ÁNGELES HUERTA.
O corpo aberto supone varias cosas de diferente consideración para el cine español , y más concretamente para el endémico entorno del universo audiovisual gallego.
Supone la segunda unión entre la directora Ángeles Huerta y el productor y también director Gaspar Broullón, tras su anterior colaboración en el documental Esquece Monelos.
Supone, ante todo, un ejercicio de valor mediante el que se asume un riesgo que muy rara vez se ve en el sistema de producción que impera por esta tierras, y supone —siendo esto lo más importante— una película muy destacable en cuanto a su arriesgada apuesta y su gran resultado.
Una película que cruza las fronteras tanto en forma como en fondo, tanto en la realidad (sobrepasando los límites establecidos por la producción impuesta y acomodada a un público complaciente, abúlico y facilón), como en la ficción, adentrándose en un terreno tan interesante como resbaladizo: la ambigüedad y los fantasmas.
Un ejemplo a seguir que, supongo, se verá condenado a la soledad habitual. Pero esa —siendo la de siempre— es otra historia. Volvamos sobre la que aborda O corpo aberto.
O CORPO ABERTO.
LA RAZÓN ENVUELTA EN LA NIEBLA.
Partiendo de Lobosandaus, un cuento de Xosé Méndez Ferrín, Huerta se adentra en una miscelánea de géneros e influencias que parece no tener fin, pero que —lejos de resultar un pastiche caótico— orienta con mano firme, dotando a su película de una identidad propia y fascinante. Hemos estado un millón de veces donde esta película nos conduce, pero su personalidad resulta lo bastante cautivadora como para acudir una vez más.
Un viaje hacia las profundidades fronterizas en el interior de un carruaje que cruza los páramos que delimitan la barrera invisible entre Galicia y Portugal, nos adentra en el frío y silencioso ambiente rural del siglo XIX.
En una sola secuencia de introducción que (aparentemente) apenas basta para trazar un esbozo de uno de los protagonistas, la narrativa de Huerta se alza portentosa.
Un breve espacio de tiempo es bastante para poner en juego la relación epistolar del Harker de Drácula en su camino hacia la frontera entre la razón y el abismo atávico, el ambiente inquietante de los páramos decimonónicos poblados de espectros frustrados propios de Emily Brontë y sus Cumbres borrascosas, invitarnos como espectadores a entrar de lleno en el mundo del Folk Horror y sus tribulaciones rurales haciendo frente a la invasión urbana, y poner en juego elementos característicos de un, digamos, «Weird Western» fronterizo y completamente apartado de su geografía e idiosincrasia nativas.
Si algo —además de un acierto pleno narrativo gracias a la magnífica fotografía de Gina Ferrer— destila la película de Huerta en su poliédrica obertura, es valor.
De eso no cabe duda.
Es la duda precisamente la que despliega su sombra sobre el resto de una película que fuerza a los elementos de su miscelánea original a confluir en un solo punto: la ambigüedad espectral.
Así, el terror gótico y su habitual ambiente opresivo en lo que a relaciones sociales, identidades sexuales y deseos frustrados e incomprendidos se refiere, se adueña de la película, aliándose con un creciente protagonismo de la naturaleza, del factor meteorológico y el ambiente que se torna palpable, denso e irrespirable, como el aliento de los verdaderos monstruos que habitan en los relatos del terror decimonónico, exhalando aliento de sus deseos reprimidos en forma de la niebla que envuelve la razón.
La llegada de Miguel (Tamar Novas), un tímido y discreto maestro de escuela a Lobosandaus, un pequeño pueblo situado en las montañas entre Galicia y Portugal en los albores del siglo XX, despierta paulatinamente una serie de fuerzas cuyo calor despierta contra el tiempo y la naturaleza —pues el invierno se acerca—, estableciendo una paradójica situación, ya que todo el fuego que su llegada enciende desata todo tipo de reacciones, sentimientos y acontecimientos.
Su creciente deseo por una mujer del pueblo Dorinda (Victoria Guerra), podría enmarcar la película en el terreno del drama costumbrista, pero Huerta juega con todo aquello que se aleja intencionadamente de la realidad.
Así, de un deseo que corre el riesgo de resultar un lugar común y anodino, surge el poder de lo desconocido, de la naturaleza retenida en el folclore inaccesible al paso del tiempo y el progreso, de la tradición oral contra todo aquello que se da por sentado, y como si de un galaico Sleepy Hollow se tratase —con ciertos y acertados ecos al universo de Ambrose Bierce—, la lucha entre la razón y el misterio, entre las costumbres ancestrales del mundo rural y la condescendencia del progreso urbanita, se desata.
Del deseo inconfesable que nadie podrá contener, surge la muerte y su fantasmagórica sombra.
Surge en uno de los pilares de la película. Obdulia (María Vázquez), camina entre los muertos y los vivos avivando las llamas gélidas de lo desconocido, sembrando la confusión, el terror y la ambigüedad allá por donde pasa, y haciendo de la interpretación de María Vázquez uno de los ases definitivos de una película que —fiel a su naturaleza—, expande la sombra de la duda como arma definitiva.
No es fácil encontrar en estas latitudes y esta época una película con el valor suficiente como para adentrarse en la verdadera naturaleza de las cosas, recorriendo el camino hacia el epicentro de la existencia, o de aquello que hace de la vida un riesgo aceptable: el deseo y la muerte.
No es fácil emprender el camino que —como los espectros que invoca— O corpo aberto recorre en soledad.
No es fácil, pero es un fascinante y hermoso acto de valor.
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Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Enero 2023.