SAM PECKINPAH.
MÁS ALLÁ DE LA FRONTERA.
El cine de Sam Peckinpah siempre fue polémico, poético, violento, hermoso y ante todo, fronterizo. Perros de paja no solo no es una excepción, sino que posiblemente sea la película que más claramente muestra sus rasgos.
Teniendo en cuenta que la película fue la primera incursión de Peckinpah más allá del Western y las tierras norteamericanas o mejicanas, parece contradictorio afirmar que no es una película excepcional en ese sentido.
Sin embargo, el viaje a los tiempos modernos en una tierra de costumbres ancestrales, supuso para uno de los referentes del cine americano cruzar todas las fronteras imaginables, con lo cual, el cine fronterizo del director alcanza aquí su significado pleno.
Perros de paja se adentra en el Thriller y la crisis económica, social y existencial que dio sentido al cine americano de los setenta, mantiene el espíritu del Western sobrevolando toda la película, y se va al otro lado del océano para contar la historia de dos jóvenes y modernos estadounidenses perdidos en los oscuros, sucios y violentos páramos de la campiña inglesa.
Dos Yankees envueltos en una profunda crisis emocional y en la densa y enfermiza bruma de la corte del Rey Arturo. No queda frontera por cruzar.
Pero, ¿qué significado tiene realmente el término fronterizo en su cine?
Peckinpah fue un reformista del género, siempre conservó y respetó los elementos clásicos del Western, pero al mismo tiempo cruzó las fronteras físicas y las que marcan las normas del juego.
Por un lado, sus películas cruzan continuamente la línea entre Méjico y Estados Unidos, tanto a nivel visual como en lo que se refiere a su violenta y polémica relación social e histórica, algo que el director nunca dejó de utilizar como un factor decisivo en sus películas.
Películas en las que también se cruzaba continuamente la frontera entre el cine clásico y las formas sucias, crepusculares, violentas y dispuestas a contar la verdad del western reformado por Sergio Leone y compañía.
Por otro lado, Peckinpah pasó su carrera saliendo y entrando del ambiente y las reglas del juego en Hollywood, un continuo cruce de fronteras que dio mucha fuerza a su condición de director maldito.
Y para terminar, como salto definitivo de toda línea fronteriza imaginable, Peckinpah se lleva el oeste a Inglaterra, introduce sus característicos duelos al sol en la bruma de los páramos, impregna la atmósfera de la película con el aspecto sucio y decadente de la opresiva violencia setentera, y somete el género a la voluntad de dos rostros modernos, jóvenes y representativos del nuevo cine: la británica Susan George y el americano Dustin Hoffman.
No queda frontera por cruzar ni norma por desafiar.
PERROS DE PAJA. LA INVERSIÓN DE LOS FACTORES. LA VIOLENTA POESÍA DE SAM PECKINPAH.
Partiendo de la novela de Gordon M. Williams, The Siege of Trencher’s Farm, Peckinpah cuenta una historia aparentemente simple, pero llena de lecturas y con una complejidad emocional y psicológica en sus personajes que hacen de Perros de paja justamente lo que es, un maravilloso círculo viciado y salvaje que invierte todos los roles.
El matemático norteamericano David Summer (Dustin Hoffman), se traslada al pueblo natal de su esposa Amy (Susan George), situado en la campiña británica.
Este hecho —simple sobre el papel— sirve a Peckinpah para dar cera desde el inicio mismo, profundizar en el lenguaje de la película e invertir las cosas, pues mientras el americano David intenta huir de la podrida maquinaria social estadounidense, en pos de la tranquilidad que le aportará un pequeño pueblo para su trabajo, la británica Amy abandona resignada su vida americana para caer de nuevo en el abismo de un lugar poblado por seres sujetos a sus costumbres y naturaleza primitivas, salvajes y extremadamente violentas.
Así, Amy vuelve al infierno del que huyó, con la vana esperanza de recuperar a su marido, su ya inexistente vida sexual y el interés de su pareja, más centrada en su universo científico que en la vida emocional. Por su parte, David se enfrentará desde el inicio a un ambiente hostil, condescendiente en el mejor de los casos, por parte de gente que lo prejuzga, lo desprecia y lo odia por dos motivos principales, su irritante perfil urbanita e intelectual y su relación con la que para ellos es un objeto de deseo que debería pertenecerles por derecho propio.
En los primeros compases de la película, Peckinpah invierte con maestría los anhelos vitales de Amy y las expectativas de David. Y esto no ha hecho más que empezar.
A medida que avanza la película, la actitud condescendiente por parte de los habitantes del pueblo hacia David crece, transformándose en burla y un agresivo desprecio que desencadenará una espiral de odio, violencia y sexualidad embrutecida e insana —incluyendo la violación de Amy— que invertirá por completo la situación, negando a su vez el refugio que David había venido a buscar en el infierno al que Amy rechaza por un lado y con el juega por otro.
Precisamente aquí, en ese grupo de perros salvajes, encuentra Perros de paja otro de sus puntos clave, el reparto.
Con el patriarca Tom Hedeen (Peter Vaughan) a la cabeza, el grupo de enloquecidos, sucios, alcohólicos y miserables degenerados formado por Charlie Venner, Chris Cawsey y Norman Scutt, interpretados respectivamente por los magníficos —y ante todo convincentes y mimetizados con sus personajes— Del Henney, Jim Norton y Ken Hutchison, se apoderan mediante la intimidación y la provocación de todo aquello que Amy y David portan consigo en sus maletas emocionales.
Paulatinamente, pero sin sutilidad alguna, los perros de paja aprovechan la infelicidad y la incomunicación que padece la pareja, con lo cual, dos personas en teoría mucho más inteligentes que los primitivos habitantes de ese páramo enrarecido, caen inocentemente en su juego. Amy arrastra su frustración sexual y emocional, y mientras lanza desesperados e infantiles gritos de auxilio a David, juega peligrosamente con los demonios que finalmente, atacarán.
Al mismo tiempo, David contempla como el templo, el refugio de paz que pretendía construir lejos de su violento hogar, se derrumba ante los ataques de los salvajes —la invasión como si de presencias invisibles se tratase mediante la agresión a su gato, o la irrupción y violación de Amy mientras él cae víctima de una de sus bromas pesadas, eleva el guión a la cima—.
El templo se derrumba desde fuera por los ataques externos, pero también desde dentro, por las continuas demandas de cariño y atención de Amy, que a la postre se convertirá en una extraña, en un fantasma más de todos los que pretenden irrumpir en ese castillo cercado por la idiosincrasia británica, poblada por salvajes, caciques patriarcales enloquecidos por la ignorancia brutal y el alcohol y seres casi endogámicos y lobotomizados por un ambiente medieval, en el que —no por casualidad— la iglesia tiene una fuerte presencia, a la que David también ha de hacer frente.
Perros de paja invierte todos los factores.
Con todas las expectativas de la pareja protagonista frustradas e invertidas, Peckinpah carga su rifle con el último cartucho, su rasgo más distintivo, la utilización poética de la violencia, su inimitable capacidad para mostrar lo más horrible del ser humano de la forma más bonita. Esto hace que uno de los personajes eleve exponencialmente su importancia.
Henry Niles (David Warner), el —digamos, tonto del pueblo— mata accidentalmente a la hija del patriarca Tom Hedden, así, sin que Amy y David sepan que Janice Hedeen (Sally Thomsett) ha muerto, refugian a Niles en su casa tras atropellarlo, también por accidente.
Peckinpah juega las cartas del destino con una elegante y eficaz crueldad que nos lleva a la última y definitiva inversión de los factores, la que recitará los versos de esta poesía violenta.
Tras conocer la noticia, los perros de paja —más desatados y envilecidos que nunca— persiguen a Niles, cercando el castillo de un David que, en manos de Peckinpah, se verá obligado a invertir completamente su personalidad.
Asediado por los salvajes, su instinto de supervivencia despierta de un letargo que había durado toda su vida, y que —en otra maravillosa inversión de los factores por parte de Peckinpah— provoca en Amy el rechazo definitivo. La paradoja está servida y lleva la película a los altares, la firmeza y determinación que Amy demandaba en David y que había provocado su desencanto, genera ahora un rechazo visceral, sometiendo a su personaje a un delirio constante.
Amy rechaza la violencia externa, la presencia del fugitivo Henry Niles y la repentina y creciente brutalidad de su marido hacia los salvajes que corren, queman, disparan y aúllan entre la niebla que rodea la casa con su denso, sucio y tétrico aliento de los páramos.
En el tramo final de la película, Peckinpah recurre a un montaje precioso en la narrativa y la estética, a una interpretación magistral por parte de Hoffman y a una conjunción del Western, el terror, la acción y el drama que no admite rival, lo invierte absolutamente todo y cruza todas las fronteras.
Después, cuando todo se ha perdido y los ecos de los disparos y los gritos de muerte flotan en la niebla, Peckinpah nos da el tiro de gracia con la breve y elocuente conversación entre Niles y David: «No sé volver a casa. No importa, yo tampoco».
Lo de Peckinpah no era de este mundo, tal vez por eso hizo de él lo que quiso. Perros de paja es una maldita obra maestra.
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
https://www.filmin.es/pelicula/perros-de-paja
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Noviembre 2021.