EL FACTOR INVERTIDO.
El planeta salvaje no fue la única película con la que René Laloux puso un espejo ante el que el mundo pudiese observar su verdadero rostro. Su trabajo en una institución psiquiátrica le proporcionó -además de una fuente de inspiración- un profundo conocimiento del comportamiento humano en situaciones que trascienden o alteran la realidad, la pretendida normalidad social.
Antes de adentrarse en el mundo al revés del planeta salvaje, Laloux llevó al mundo del cine de animación algunas visiones deformadas del ser humano. Los dientes del mono (1960) Tiempo muerto (1964) y Los caracoles (1965) sentaron las bases de una distorsionada y posible realidad – que va más allá de la que pretendemos conocer- con la que Laloux alteró el paradigma de nuestra especie.
Es cierto que en 1973 las deformaciones de la especie humana -tanto físicas como psicológicas- ya habían sido tratadas en muchas ocasiones; también lo es que el factor humano ya se había visto alterado en favor de la superioridad de otras especies -animales y alienígenas- en numerosos títulos de serie B bajo el reinado de las «Monster Movies» americanas durante la era atómica.
Esto también fue abordado en títulos más cercanos en el tiempo y el espacio a la película de Laloux, como la mítica visión del ser humano sometido a otras especies en El planeta de los simios (Planet of the Apes, Franklin J. Schaffner, 1968).
Pero la inversión del factor humano en un ambiente hostil y tan extraño que resulta casi onírico, llegó a su punto de inflexión -al menos desde el punto de vista de la filosofía y la reflexión entregadas al servicio de la animación- de mano del planeta salvaje.
EL PLANETA SALVAJE.
LA ALTERACIÓN DEL ESPACIO.
Partiendo de la novela escrita en 1957 por Stefan Wul, «Oms en Série», Laloux se alió con su habitual colaborador, el escritor y dibujante Roland Topor, para crear un mundo más allá de las fronteras físicas e imaginables siquiera por el ser humano.
Así, bajo una apariencia con claras reminiscencias al universo de Salvador Dalí y los artistas adscritos al surrealismo y dadaísmo francés, y que anticipa las formas animadas a las que recurría más tarde el imaginario de Terry Gilliam, Laloux y Topor crean un nuevo y extraño ecosistema donde un nuevo mundo de dioses y monstruos surge, un mundo en el que la armonía, la filosofía y el progreso a través de la razón parecen reinar en paz.
Si bien el surrealismo es la fuente más obvia de la inspiración visual de la película, hay en la atmósfera enrarecida y densa del planeta salvaje cierta herencia del desasosiego y la inquietud distópica que provocan los paisajes y mundos extraños de Pieter Brueghel el Viejo o El Bosco.
Pero la película nos muestra un planeta salvaje en el que, aun con la posibilidad de la utopía al alcance de la mano, la semilla que siembra la distopía crece en el corazón de los nuevos dioses a los que el hombre -ahora en la piel del monstruo- se ve sometido.
El viaje propuesto por René Laloux nos conduce a Ygam, un planeta habitado por unos gigantescos seres azules llamados Draags.
Estos esclavizan a los seres humanos -importados desde la Tierra- utilizándolos y tratándolos como mascotas. Es en esta inversión de los factores donde la película deja ver la más evidente de sus lecturas; además de mostrar a los dioses extraterrestres en el rol que habitualmente desempeñan los humanos, los Draags no desarrollan un carácter homogéneo en su comportamiento social.
Si bien es cierto que la inversión de los factores pone al humano bajo la bota de una especie que tiende a maltratarlo -incluso hasta el punto de jugar con él, sin importar que muera- también lo es que hay individuos entre los Draags dispuestos a adoptar a los humanos, incluso a establecer vínculos emocionales como los que los humanos creaban con los animales de su planeta original.
Este símil del comportamiento humano con las especies que, en su vanidad, considera inferiores conduce la película hacia sus otros dos objetivos. El planeta Ygam basa su naturaleza en la existencia pacífica, a pesar de estar habitado por criaturas de aspecto agresivo, extraño y siniestro.
Sin embargo, la presencia de los humanos se expande por el nuevo universo como una plaga. Debido a su alta capacidad reproductiva, la especie se convierte en una amenaza para el ecosistema de los Draags, que deberán adoptar medidas extremas para controlar la población de sus nuevos esclavos.
La inversión de los factores en el planeta salvaje es una constante que convierte el nuevo espacio habitado por los humanos, los Draags y las extrañas fauna y flora, en una alteración que -irónicamente- sitúa de nuevo al humano como el elemento hostil para el entorno.
Incluso desde su nuevo papel de especie sometida, la humanidad amenaza con la destrucción de los nuevos dioses mediante su imparable expansión. Esto plantea un choque entre dos mundos que, para vivir en paz, han de aprender a ganar la guerra contra una sociedad que han creado ellos mismos.
Este bucle, tan irónico como infinito, supone el eje sobre el que gira el planeta salvaje, habitado ahora por especies que no son más que prisioneros a la deriva en el espacio, perpetuando sus errores en un tiempo al servicio de una sociedad sin más principio que el fin.
Un planeta salvaje poblado por nuevos dioses y monstruos esclavos de un viaje infinito.
https://mubi.com/es/films/fantastic-planet
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Junio de 2022.