STARVE ACRE. DE MALAS TIERRAS Y OTRAS MALDICIONES.
Hay verdades antiguas en Starve Acre, una película que brota de la tierra, tanto como el cine británico se nutre del acervo espectral que se expande como la niebla a lo largo de las campiñas inglesas, escocesas e irlandesas.
Páramos de tierra húmeda extendida a modo de barrera entre las raíces y la niebla, un lienzo horizontal en el que se recortan las sombras de personajes taciturnos, acechados por criaturas y males telúricos de los que intentan refugiarse tras muros edificados con materiales sólidos, cuya artificial naturaleza contrasta con la tierra sobre la que se alzan.
Las piedras de los castillos y casas que descansan sobre el suelo son duras, sólidas y pretenden ser eternas. La capa de tierra sobre la que se alzan sirve a modo de coraza que alberga extrañas anatomías latentes, vulnerables bajo tierra e invencibles cuando regresen a la superficie.
El Folk Horror no solo es cosa de brujas. La tierra como elemento contenedor de todo aquello que es, fue o podría ser sirve al género y esta película en concreto a modo de escenario y protagonista.
Starve Acre reduce el espacio al trecho que va desde uno de esos refugios hasta el lugar donde la vida y la muerte entrelazan sus ciclos y parecen retener el tiempo, mientras aguardan pacientes la hora de caminar de nuevo sobre la tierra y reclamar aquello que les pertenece.
Un cuento de fantasmas que habitan malas tierras y otras maldiciones…
NO VIVIR. NO MORIR. NO DEJAR DE EXISTIR.
ESA ES LA CUESTIÓN…
Starve Acre mira al pasado para hablar del único futuro probable en todo cuento gótico y de Folk Horror que se precie: aquel que recoge la semilla de la cosecha cuando la estación llega. Los fantasmas que habitan en la película se ajustan perfectamente a la época en la que el director pretende situar al espectador.
Así, la fotografía de Adam Scarth retrata el paisaje verde, nebuloso y gris —y los rostros extraños que parecen vislumbrar esbozos de aquello que el mundo ha olvidado— con un aspecto que tan bien podría pertenecer a Straw Dogs (Sam Peckinpah, 1971), como a The Wicker Man (Robin Hardy, 1973). Tanto la lograda textura de la fotografía, como la magnífica ambientación, vestuario y Atrezzo, trasladan a la trama y el público a una década en la que el Folk Horror gozaba de excelente salud.
Sin embargo, la película crea y sigue su propio camino, abordando asuntos telúricos —incluso feéricos— y fronterizos entre la enfermedad mental y lo sobrenatural. El folclore pesa más como un mal endémico y un cuento fascinante que en The Wicker Man, de la que toma el mal colectivo al servicio de la secta, pero dejando de lado el componente sensual, ritual y esotérico que caracteriza gran parte del corpus del Folk Horror.
En Starve Acre, la campiña y sus habitantes guardan miedos y secretos ancestrales como en The Wicker Man. El aire, las casas y los rostros de algunos habitantes se muestran viejos y cansados por el temor y la furia como en Straw Dogs, pero —como en el terror gótico que se lamenta a lo lejos en los páramos—todo se muestra pálido, lánguido y mucho más doloroso.
Todo ocurre lejano en la distancia y pausado en el tiempo en Starve Acre, y todo ocurre en torno a la literatura, matriz de todos los horrores de éste y otros mundos. No en vano, Andrew Michael Hurley es el guionista y autor de la novela homónima en la que se basa.
Los versos de The Dandelion —un poema de Neil Willoughby— aparecen en pantalla envueltos por la música de Matthew Herbert y un viento lejano que (tras varios lienzos que muestran el paisaje de los melancólicos páramos) anticipa el pesar con el que cargan los fantasmas propios de la literatura clásica.
Un pesar y unos rostros que componen el elocuente y silencioso retrato social y familiar que la película traza en el primer acto. Richard (Matt Smith), Juliette (Morfydd Clark), y su hijo Owen (Arthur Shaw), una familia que vive en la soledad y el silencio de la campiña se presenta de un modo fiel al espíritu de la película: de forma pausada y misteriosa.
El espectador no pude concretar de qué se trata, ni siquiera puede estar totalmente seguro de que sus sensaciones se conviertan en realidad, pero hay algo en los rostros de los escasos vecinos y en el de Juliette, algo en sus miradas que alerta sobre una realidad pérdida en el tiempo que parece aproximarse en la distancia. Algo que finalmente se revelará como una verdad irrefutable…
El extraño y primitivo comportamiento de Owen dentro de su comunidad confirma los recelos del pueblo, y el trágico desarrollo de los acontecimientos anuncia la llegad inminente de la estación. Una especie de solsticio maldito se cierne sobre el lugar, y el tono social torna la insinuación y el temor lejano en hechos corroborados por médiums, fantasmas, sortilegios y viejos rituales que, antes que invocar, advierten y ansían la resurrección del mal que habita bajo la tierra. Starve Acre es un pacto entre el terror gótico y el Folk Horror.
Tras la tragedia, la narrativa sume a la familia en un cisma, y el poder de la película se divide en dos. En el bando racional, Richard desprecia las prácticas esotéricas y las esperanzas y visiones alucinadas de Juliette y su hermana Harrie (Erin Richards). Por su parte, Juliette se distancia de la lógica humana de Richard; mientras él se adentra en su trabajo para mantener los pies en la tierra.
La narrativa de la película juega con los personajes y el factor telúrico de forma excepcional. Richard es arqueólogo, y se adentra cada vez más en la tierra para eludir la realidad de una superficie en la que Juliette —con ayuda de unos extraños habitantes del pueblo— camina hacia el interior de una dimensión inexplorada del mundo.
Richard excava y explora las capas ocultas de la tierra, contacta fisicamente con el lugar en el que la vida se convierte en un material frágil. Se adentra en su propia tumba, y allí donde todo se reblandece y se descompone, las creencias que Juliette busca y él niega entre la dureza del mundo de piedra, recuperan su condición orgánica.
El espectro despierta de entre las raíces del sueño, el poder latente revierte la senda de la muerte y aquello que no puede vivir, morir, ni dejar de existir, regresa.
Como la nueva estación…
Sellado el pacto sobre la tumba abierta por Richard, éste y Juliette acatan las normas del poder ancestral, y los guardianes de la antigua sabiduría sirven al viejo orden sobrenatural de las cosas. Como la cosecha con la nueva estación, la vida regresa a manos de aquellos que han traspasado la coraza de la tierra. El terror gótico abandona la escena con elegancia, ciertas reminiscencias del horror onírico y psicológico del cine de Roman Polanski aparecen entre estos sortilegios, y el Folk Horror se impone definitivamente.
Aquello que late bajo tierra regresa al páramo, y aquellos que guardan sus secretos exigen el tributo que la magia ancestral ha de cobrar. La bestia vive y se alimenta de su nueva familia, y la familia de la bestia, pero la tierra debe obtener algo a cambio.
Richard observa a los guardianes. «Tres», le indican éstos. Y tras la muerte, la vida se abre camino y una antigua canción tradicional cuenta una historia sobre malas tierras y otras maldiciones.
Una historia sobre aquello que no vive, no muere y no deja de existir.
Una historia de terror. Esa es la cuestión…
https://www.youtube.com/watch?v=5sjXdOudnjI
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Septiembre 2024.