DES TEUFELS BAD.
LAS BRUJAS SUICIDAS.
Des Teufels Bad (El baño del diablo), forma parte de un poderoso triunvirato en el cine de terror actual centrado en el mito ancestral de las brujas. Lejos de los dictados anglosajones del Folk Horror —tanto en los clásicos como en las contemporáneas La bruja (Robert Eggers, 2015) y Midsommar (Ari Aster, 2019)— aparecen tres nuevas siluetas perfiladas por el sol oscuro que ilumina bosques crecidos en insólitas latitudes.
La alemana Hagazussa, la australiana You Won’t Be Alone (Goran Stolevski, 2022) y esta pieza austríaca, Des Teufels Bad, componen un magnífico trío que renueva los votos oscuros de las brujas con el cine, forjando una nueva alianza significativamente alejada de los postulados habituales.
El baño del diablo demuestra —una vez más— lo poderosa que resulta la alianza entre el cine de terror y el resto de los géneros; el terror se sirve en este caso en concreto del drama y la tragedia para apoderarse de la trama.
Esta alianza entre géneros ha servido a Severin Fiala y Veronika Franz para llevar a cabo dos estupendas películas que preceden a su nueva y magnífica obra. Ich seh, Ich seh (Buenas noches, mamá, 2014) y The Lodge (La cabaña siniestra, 2019), en las que los componentes dramáticos devienen en tragedia por la acción del terror, que actúa en ambos casos en espacios cerrados y aislados, cercando los recursos emocionales y vitales de sus protagonistas.
Sin embargo, en su nueva película el dúo de cineastas presenta el reducto emocional y la soledad abiertos a la extensión del bosque y las montañas, testigos junto al espectador de esta suerte de crónica sobre una serie de brujas suicidas.
EL CAMINO HACIA LA REDENCIÓN.
En esta película, el terror y la tragedia derivados de la brujería se muestran a ojos estrictamente humanos, por lo que no ceden terreno a otras dimensiones, ni a elementos sobrenaturales más allá de aquello reservado al pacto tácito entre lo que se sugiere y la perspicacia del espectador.
Es decir, no estamos ante una muestra del Folk Horror y sus rituales específicos, ni ante los derroches de fantasía y aventura propios del Sword & Sorcery. El mal que late en el corazón de este bosque es humano, aunque se rige por dictados que escapan a sus fronteras.
La película se desarrolla enfrentando constantemente dos espacios físicos y emocionales. La montaña —y el terreno del que los habitantes de un pueblo austríaco en el siglo XVIII obtienen lo que pueden para subsistir— muestra sus espacios abiertos y las conductas y formas de relación y comunicación social entre sus habitantes. En esos espacios su comunidad parece disfrutar de una relativa felicidad.
Por contra, el interior del bosque aparece a ojos del espectador como un templo natural consagrado a la soledad, la paz y la reflexión mediante la que los deseos frustrados y las culpas no reveladas se someten a la purga que el humano ha venido a buscar para someter su cuerpo y su voluntad, que ha de encerrar en el otro extremo de la película: el interior del templo artificial alzado a modo de prisión en la que la fe y las imposiciones sociales velan por la muerte en vida de quienes, una vez en las celdas de sus exiguos hogares, consumen sus secretos en favor del fuego divino.
La película comienza con una inquietante declaración de intenciones que tiende una trampa al espectador.
Sola, ante la extensión de la naturaleza, una mujer arroja un bebé al vacío. Después, la mujer cae en manos de los humanos que han de aplicar la justicia de Dios; el acto terrible cometido por la mujer supondrá su sacrificio en pago por la vida inocente entregada a la naturaleza, y el cuerpo de la asesina será desde ese momento parte de un nuevo templo en el que, separado de sus cabeza encerrada en una jaula, el cuerpo se pudre lentamente a ojos del pueblo.
La película comienza con el acto infame de una bruja y la justicia que cae sobre su cuerpo. Pero este baño del diablo guarda ciertos secretos acerca de sus verdaderas intenciones.
Siguiendo los pasos del Folk Horror —y la brujería en el cine en general— es lógico esperar tras semejante comienzo la promesa de una maldición por parte de la bruja sacrificada y las funestas consecuencias para el pueblo ejecutor. Sin embargo, los horrores y pesares que atenazan a los protagonistas responden a otro tipo de poder que elude la naturaleza: el del miedo que alimenta la fe y provoca la más terrible de las soledades, aquella que anticipa la llegada de la muerte.
El baño del diablo basa su nombre en una antigua costumbre surgida a raíz de la frustración y la tristeza más salvajes que brotan a su vez de la incomunicación y la represión de los deseos naturales, que desemboca en delirantes vías de escape cuando la razón desaparece en favor de la fe y sus dogmas.
Cuando la depresión causada por la soledad y la continua anulación de los sentimientos reducía a la nada a una persona, ésta optaba por el suicidio, pero con el fin de evitar el terrible castigo divino que ese pecado conlleva, mataba antes a un recién nacido, pues al no haber tenido tiempo de pecar evitaría el limbo. Una vez cometido el crimen y antes de quitarse la vida, se confesaba con el fin de obtener el perdón por todos sus pecados y garantizar su acceso al paraíso, dejando atrás una vida de penalidades.
Este es el caso de la mujer que abre la película, y el de su protagonista, Agnes (Anja Plaschg, responsable además de la banda sonora, que mantiene en movimiento constante los mecanismos de la narración), una mujer joven que tras su reciente matrimonio con Wolf (David Scheid) convive con él y su madre (Maria Hofstätteren) una pequeña cabaña.
La película —que en su apertura parecía huir de los interiores habituales utilizados por ambos directores— cierra su espacio a medida que la trama avanza, dejando cada vez más de lado los grandes paisajes naturales y las escasas treguas que pueden ofrecer a la protagonista, para cercarla con la sensación de soledad y frustración, multiplicada por el choque entre su carácter ávido de sensaciones y vivencias, y la conducta resignada al dogma y la rutina de su nueva familia.
Así, dividida entre su soledad en el bosque y el encierro entre las paredes de su celda, la mente de Agnes se convierte en el terror que la película alcanza y pone en escena mediante el drama histórico y costumbrista y la inexorable tragedia.
Los deseos de Agnes se mezclan con sus temores y la influencia de las leyes promulgadas por la fe y los remedios médicos, más basados en la superchería y el afán de tortura que en la razón y la esperanza de curación; así, esos anhelos sufren una lenta metamorfosis hasta convertirse en imágenes que revelan el paroxismo grotesco alcanzado por la mezcla entre deseo contenido, dogmas de fe y miedo al castigo eterno.
La muerte avanza pareja a la locura en un ambiente malsano y sucio en el que hasta los alimentos observan con miradas grotescas la terrible contención de Agnes, que convive con los horrores prometidos por un infierno anticipado a la muerte, bálsamo final para la protagonista y las vidas que han de servir al propósito de las brujas suicidas en su camino a la redención.
El baño del diablo es, en efecto, una película de terror.
https://www.youtube.com/watch?v=PaGMdANhmrw
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Julio 2024.