POWELL & PRESSBURGER…
LA VIDA SIN CARDIFF.
Todo aquello que es imposible, es la base sobre la que se sustenta Los cuentos de Hoffmann.
Lo es desde su estructura más básica, desde sus cimientos, pues tras la notable A Matter of Life and Death, y las dos obras maestras del poderoso trío británico, Narciso Negro y Las zapatillas rojas, la unión entre Michael Powell, Emeric Pressburger y Jack Cardiff parecía ser indisoluble, pero aquello que parecía imposible, ocurrió.
Cardiff siguió su propio camino, grabando su nombre en la memoria cinematográfica, pero aun sin él, Powell y Pressburger legaron al mundo una última obra maestra que en ningún caso se mostró inferior a las abrumadoras piezas rodadas bajo la óptica del mago del Techinocolor.
Parecía impensable —y no si razón— alcanzar de nuevo la cima que el trío de ases había coronado ya dos veces, pero un tipo que había estado como asistente y a los mandos de la cámara bajo las órdenes de Cardiff en sus tres películas con Powell y Pressburger, aprendió aquello que parecía imposible e hizo suya la magia del antiguo maestro.
Así, Christopher Challis se alzó como el mejor de los alumnos, y tanto si tuvo ánimo de superar al maestro como si no, elevó la última obra capital del dúo británico a la misma cima que habían alcanzado con Cardiff.
Todo aquello era imposible, pero lo hicieron.
Imposible. Esa palabra parece ser la clave que azuzó la ya de por sí incontenible fantasía de Powell y Pressburger, quienes parecieron asumir dos retos gigantescos para llevar a cabo Los cuentos de Hoffmann.
Por una parte, igualar siquiera la grandeza inmensa de sus dos títulos anteriores, por otra, llevar al cine el intrincado, fascinante e inagotable universo fantástico de E.T.A. Hoffmann ciñéndose exclusivamente al género musical y recuperando y reinventando para mayor gloria del poderoso Technicolor las formas narrativas de la era expresionista.
Este acto completamente suicida cristalizó en una alianza entre la ópera, el ballet, la literatura y la fantasía primitiva del cine que dio como resultado una de las películas más abrumadoras y fascinantes que la humanidad verá jamás.
LOS CUENTOS DE HOFFMANN.
ARS GRATIA ARTIS.
Desde su nacimiento como una colección de cuentos escritos por el romántico prusiano E.T.A. Hoffmann, hasta su adaptación a la ópera por parte del músico parisino de adopción Jacques Offenbach y el libretista y dramaturgo Jules Barbier (éste parisino natural), en colaboración con el escritor francés Michel Carré, hasta la descomunal adaptación británica al cine que llevaron a cabo Powell y Pressburger, Los cuentos de Hoffmann recorrió un extenso y heterogéneo camino por el tiempo y el espacio del arte como medio de expresión.
Si tuviese que definir la naturaleza de una película que me resulta tan fascinante como imposible, solo podría recurrir al «Arte por el arte», ceñido al punto de vista de los parnasianistas, pero sin acercarme a su ruptura con el romanticismo y la personalidad y/o ideales motivadores del autor, sino centrándome solo en su pasión por la belleza como único medio válido de expresión, y los clásicos griegos y orientales como fuente de inspiración.
Es decir, yo veo en Los cuentos de Hoffmann según Powell y Pressburger, un «arte por y especialmente para el arte», una especie de mundo único e irrepetible donde todos los medios de expresión se ven dinamizados por el poder incomparable del cine.
Todo tiene aquí cabida y todo eclosiona en una película trufada de música, pintura, escultura, literatura, teatro y danza que ejerce como un síndrome de Stendhal, neutralizando mediante el éxtasis todos los sentidos.
La apuesta narrativa de la película es una locura; dejar el guión exclusivamente en manos de la ópera, y las interpretaciones en manos de la teatralidad reinante en los días del cine mudo y la estética —tanto la visual como la interpretativa— a merced de las maneras expresionistas, fue algo, insisto, suicida.
Pero si tras el riesgo había supervivientes, la película se convertiría en un referente inmortal.
Todo aquello era imposible, pero lo hicieron.
Las bases cinematográficas de la película —en lo que a estructura e interpretación se refiere— nos llevan de regreso inmediato a los días del cine mudo, concretamente al expresionismo, pues en aquellos días de sombras, niebla y caminos imposibles, la teatralidad y el histrionismo de las interpretaciones, y la división de las películas en episodios marcaron una forma de hacer cine que, en pleno 1951 suponía como poco una locura rescatar del olvido.
Sin embargo, Los cuentos de Hoffmann se divide en tres episodios en los que un mismo protagonista, el poeta Hoffmann (Robert Rounseville) recorre mundos diseminados a través de diferentes épocas y espacios poblados por un sinfín de seres inverosímiles, procedentes de los abismos de la fantasía, criaturas nacidas al amparo de las sombras del teatro, que danzan histriónicas por escenarios tétricos y retorcidos como los sueños que un día fueron la razón de ser y la salvación del cine como medio de expresión artística.
Tres episodios narrados por Hoffmann el poeta a un grupo de estudiantes en una taberna, tres episodios acerca de la maldad y el amor narrados con la ópera como único lenguaje y puestos en escena mediante el ballet y las coreografías más hermosas y delirantes que el cine podría haber soñado.
París, Venecia, Grecia… lugares fascinantes repletos de seres inquietantes que retienen las miradas con sus rostros de un Technicolor inagotable en su viaje a los clásicos adornados con reminiscencias orientales…
La comedia ejecutando danzas infinitas con la tragedia, personajes que reclaman a Fausto y la figura del Mad Doctor ancestral, muñecas frágiles como el cristal que danzan con pasos firmes como Stella y Olympia, interpretadas por la impagable Moira Shearer, siluetas malditas que reclaman al poder atávico de las brujas encarnadas en Giulietta (Ludmilla Tchérina), recorriendo la noche de Venecia como si de una nueva Estigia se tratase. Cantantes que se dan voz a sí mismas en historias sobre maldiciones y espectros en la Grecia clásica con nombres que reclaman a Shakespeare, Antonia (Ann Ayars)…
Rivales amorosos, hechiceros, inventores extraños, aguerridos soldados, criaturas extrañas que resaltan sus colores en las sombras del sueño, adoptando formas de faunos, duendes, títeres, ninfas… apariciones fugaces, fuegos fatuos surgidos de los lugares más recónditos y oscuros del sueño de una película que hizo lo que nadie más pudo hacer: una película sobre una ópera expresionista en la que los colores de la magia danzan sin tregua, un Parnaso rebosante de musas que se aparecen sin tregua a todos los poetas y locos que dan algo de sentido al mundo.
Todo aquello era imposible, pero lo hicieron.
Los cuentos de Hoffmann es el homenaje más bonito que existe al principio básico del cine. Hacer todo aquello que es imposible.
Ars Gratia Artis.
https://www.filmin.es/pelicula/los-cuentos-de-hoffmann?origin=searcher&origin-type=secondary
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Septiembre 2022.