MURNAU VS MISS STOKER. LA PELÍCULA QUE SOBREVIVIÓ AL VAMPIRO.
En 1922, uno de los tipos que inventaron las películas y uno de los cineastas más grandes que existirán jamás, llevó a cabo su particular visión de la novela que cambió el rumbo literario. Mediante Nosferatu, F.W. Murnau desveló a la humanidad el lado más amargo del vampiro.
Pero no lo hizo sin tener que huir de su depredador más letal. El ser humano.
Repasemos un poco la historia.
Cuando se enteró de la existencia de la película, Florence Balcome, la viuda de Bram Stoker, demandó a los productores, y a pesar de haber cambiado todos los nombres de los personajes y las localizaciones, se condenó al vampiro cinematográfico a morir en la hoguera.
Todas las copias de la película de Murnau fueron destruidas. Todas, excepto una. Y así, fiel a su naturaleza original, se propagó por el mundo y llegó hasta nuestros días, por suerte para la humanidad.
Este año, el vampiro del cine por excelencia y derecho propio, cumple un siglo de vida. En su centenario, hablemos un instante del porqué de su grandeza inmortal.
NOSFERATU.
EL DIGNO SERVIDOR DE LA MUERTE.
Además de la más terrorífica, atormentada y primitiva imagen del vampiro, Nosferatu es el único de su especie en el cine que basa su razón de ser en una principal y casi única característica: la propagación de la muerte.
Murnau es, como decía antes, uno de los cineastas más grandes de la historia. Dotado de una sensibilidad, inteligencia, visión y talento cinematográficos incomparables, supo aportar a su vampiro lo mejor de los padres literarios de la criatura.
Por eso, si nos detenemos a observar la película con atención, veremos que —estupideces mundanas aparte— Nosferatu no bebe solo de Stoker, al contrario. Todas las fuentes de las que él bebió —Maupassant, Polidori, Gógol, Le Fanu, Nodier, Hoffmann, Coleridge, Gautier, Emily Gerard, Malcolm Rymer…— están ahí, formando parte indivisible de la grandeza única de la película.
Todas esas páginas nos devuelven al aspecto que separa a Nosferatu de las demás versiones del vampiro: la muerte, la inocente imparcialidad de sus portadores y la maldad del ser humano.
Murnau introduce la muerte como la única consecuencia segura de la vida desde el inicio mismo de la película. Hutter (Harker en la novela), interpretado aquí por Gustav von Wangenheim, corta unas flores para su prometida Ellen (Mina según Stoker), interpretada por Greta Schröder.
Esa pequeña e inocente muestra de amor humana introduce en el inicio mismo de la película a la muerte como parte ineludible de la vida. Sin embargo, el calado narrativo de Murnau es enorme, no se queda en el principio. Se expande a lo largo de la película.
El humano puede evitar llevar la muerte allí donde vaya si lo desea, puede evitar cortar esas flores sin dejar de amar y ser amado, puede evitar matar sin dejar de vivir. El vampiro no.
Pero el vampiro, ese prisionero al servicio de la muerte, no juzga a los vivos. Solo hace lo que debe hacer. Sin embargo, los humanos sí tienen opción, sí lo juzgan y sí pretenden matarlo para eludir lo único que la vida les asegura. La muerte.
Ninguna de las demás adaptaciones del vampiro más universal —por muy grandes que sean, y de hecho, son— basan su razón de ser en semejante premisa, solo el genio inigualable de Murnau llevó el vampiro donde jamás llegaría de nuevo.
Nosferatu es una obra maestra vanguardista e irrepetible desde el fondo hasta la forma. Desde un punto de vista estético, el vampiro tiene un aspecto maravilloso y aterrador. Pero además, la pericia cinematográfica de Murnau se hace patente en los exteriores, mezclando un lenguaje romántico y naturalista como el de la pintura de Caspar David Friedrich con un lenguaje urbano absolutamente elocuente.
Sin ir más lejos, la peste que asola la ciudad y la distribución de las ventanas de los edificios como si de los nichos de un cementerio se tratasen, dejan todo siniestramente claro. Una vez más, la muerte es el hilo conductor de la película.
Murnau no muestra una criatura capaz de mimetizarse con su entorno. No vemos a un caballero victoriano, ni a un ser atormentado por su condición que dejará atrás su destino a través del amor romántico bajo las encorsetadas normas de la férrea secta cristiana.
El vampiro de Murnau y el grandioso Max Schreck se muestra como un ser tétrico, arcaico y al servicio del mundo desde los albores de su existencia.
La muerte es necesaria para la vida, él solo la lleva de un lugar a otro. El amor, el deseo, el miedo, la envidia, el odio, la fe, la religión y todo lo que da forma a los humanos, no le interesan, no le sirven de nada.
Esa es la otra razón por la que Nosferatu no tiene parangón. Porque es un vampiro pagano. Los símbolos e iconos en la película no son cristianos, y en las escasas ocasiones en las que aparecen, o no pueden nada contra el vampiro —como el ridículo crucifijo de Hutter— o simplemente son señales que evocan la muerte, como el cementerio ante el que Ellen aguarda pensativa el regreso de su amado, o (en una lectura más interesante y ambigua), la llegada del portador de la muerte.
Esa espera filtrada por las condiciones humanas nos lleva a otra de las cumbres de la película: Nosferatu se limita a cumplir con su maldición. Como un fantasma que no ha muerto pero no puede vivir, arrastra su condena sin ningún tipo de emoción, pero eso no significa que desaproveche las necesidades humanas para facilitar su desgraciada labor.
Así, Murnau brinda a su criatura dos apoyos humanos: por un lado la maldad que sí es inherente al ser humano. Por otro lado, el deseo.
Hay en Nosferatu una traslación de los principales personajes de Stoker —novela que para evitar males que después aun así vendrían—, se redujo a la mínima expresión gracias a un excepcional guion por parte de Henrik Galeen, escrito bajo las indicaciones del productor aficionado al ocultismo Albin Grau —los símbolos esotéricos y la ausencia de referencias cristianas no fueron solo cosa de Murnau—, así, el Renfield original es aquí Knock, interpretado por Alexander Granach, y Mina —como decía anteriormente— se traduce en Ellen, encarnada por la magnífica Greta Schröder.
Ahí tenemos los apoyos de los que hablaba. La debilidad de Knock/Renfield es su maldad, su pérfida condición por la que disfruta del sufrimiento y la muerte, opuesta a la fría dignidad con la que Nosferatu cumple su maldición. Esa maldad sirve al vampiro para llevar a cabo su misión.
Por otra parte, Ellen cae presa de sus deseos humanos, su atracción hacia el vampiro le pone en bandeja una nueva víctima, un nombre más que añadir a la la lista de la parca.
Nosferatu no siente amor ni deseo hacia ella, solo ve alguien que, en lugar de huir, juzgarlo e intentar destruirlo, establece una profunda y mística conexión emocional y física con él, siendo así la única dispuesta a dejarse atrapar en una trampa que —irónicamente— resultará fatal para el servidor de la muerte.
Y es que Murnau guarda para el desenlace una última carta. El humano que Ellen representa, tiene —contra todos sus defectos— una virtud. La capacidad de sacrificio por aquellos a quienes ama, algo que va más allá del deseo visceral que la une al vampiro.
Ellen ama a Hutter, y mientras todos huyen de la muerte, ella la recibe para salvar vidas. Es en ese momento, cuando el humano se identifica con el vampiro como alguien que solo hace lo que debe hacer sin importar el precio, cuando la película alcanza su significado pleno.
Al fin y al cabo, Nosferatu es —además de una de las cimas del cine— la tétrica, hermosa y triste historia de aquellos que aman y traen la muerte porque es lo único que pueden hacer.
La vida es una enfermedad mortal. El vampiro solo es el mensajero.
Nosferatu es su mejor retrato cinematográfico.
La sombra errante proyectada en una pared más bonita que he visto jamás.
https://www.filmin.es/pelicula/nosferatu-nueva-restauracion
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES.
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Enero 2022.