LA NOCHE QUE NO ACABA.
Luchino Visconti es uno de mis directores favoritos, Dostoiesvki y las expresiones artísticas rusas en general, uno de mis pilares existenciales, y Noches blancas, una de mis cincuenta películas preferidas.
Por todos esos motivos, vamos al lío.
Hace tiempo, el suficiente como para que la humanidad lo recuerde para siempre, Dostoiesvki iluminó la noche y nuestros caminos para siempre, sepamos o no seguir su pista.
Más tarde, el siglo XX y el teatro tuvieron a su hijo predilecto. Generoso y sensible a la luz, el cine nos reveló millones de imágenes que permanecerán grabadas en nuestras retinas y nuestra memoria para siempre.
Ese mismo cine nos ha mostrado la noche de forma artificial en numerosas ocasiones y las más variadas formas, pero de todas ellas, sólo una podía ser la más hermosa.
En una ocasión, cuando Europa se sumía en la oscuridad y las ciudades se desangraban por sus ruinas, Visconti fabricó un sueño en el que la noche blanca, la oscuridad envuelta en luz, iluminaría un cuento fantástico acerca de la implacable realidad.
Las noches blancas son en realidad un truco, una bonita ilusión por la que Visconti parece desligarse del neorrealismo para acercarse al maestro ruso, pero tras la belleza de esas noches claras, se proyecta una profunda tristeza.
NOCHES BLANCAS. EN BUSCA DE LA FELICIDAD IMPOSIBLE.
Sobre un lienzo artificial, sobre el aparente cuento de hadas, Visconti, Marcello Mastroianni, Maria Schell, Jean Marais y Clara Calamai, despliegan el telón de fondo de la noche clara: la soledad, el desamparo y la tristeza. Noches blancas es -visualmente hablando- una de las películas más completas, narrativas y hermosas que veremos jamás.
Además de la excepcional y arrebatadora fotografía de Giuseppe Rotunno y la maravillosa música de Nino Rota, el lenguaje cinematográfico irrumpe desde el inicio cuando Mastroianni deambula por las calles en dirección contraria a la gente que camina para resguardarse del tiempo que les ha tocado vivir.
Allí, a la contra, inmóvil y solitario, en medio de la calle de una ciudad que va apagando sus luces -tal vez para siempre- Visconti le dice a Mastroianni que busque lo que ha perdido o tal vez nunca ha tenido. Y he ahí el eje sobre el que gira esta noche blanca sin principio ni fin: la búsqueda.
Mastroianni busca consuelo y compañía, Clara Calamai trata de ejercer su profesión y obtener algo de cariño, Schell camina con fragilidad sobre una tierra dura y moribunda en busca de su fantasma particular: un Jean Marais petrificado por Visconti para la ocasión.
Todos los sueños caen sepultados por la nieve, blanca y hermosa como la noche clara. Pero fría y neorrealista como las vidas que Visconti esbozó para esta triste noche de luz veraniega y frío invernal.
Y al final, la búsqueda de la felicidad se reduce a la ilusión. La prostituta, los amantes reunidos de nuevo, Mastroianni y el perro que se le acerca al inicio y final de la película en busca -como toda la sociedad- de afecto y comida, no son más que seres frustrados deambulando por un laberinto sumido en una noche tan blanca, que sencillamente no acaba.
Esto nos regaló Visconti, un cuento ruso revestido de neorrealismo, moviéndose como lo hacía Max Ophüls, en círculos. Eso nos cuentan las Noches blancas. Una historia compuesta por tristeza y belleza tan descomunal que nos supera a todos.
https://www.filmin.es/pelicula/noches-blancas?origin=searcher&origin-type=primary
Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Marzo 2021.