LA STRADA.
EL VIAJE A NINGUNA PARTE.
Para celebrar el siglo más un año de existencia del tipo que hizo del cine un cuento, subiremos a la cumbre del Fellini neorrealista. La strada es una sencilla historia trágica contada de la mejor y más bonita forma imaginable.
Hay en La strada un sinfín de momentos, planos y secuencias maravillosos. Todos esos momentos suponen la belleza en sí misma a través de la tristeza más profunda, gracias a las magníficas interpretaciones de Giulietta Masina, Anthony Quinn y Richard Basehart, amén de la hermosa música de Nino Rota.
Pero en mi opinión, la secuencia en la que Gelsomina deja todo atrás porque jamás podrá caminar hacia delante, es la estrella.
Es el resumen de todo lo que Fellini plasma con una tristeza inimitable en toda su filmografía en general y La strada en concreto.
Lo es porque nos dice sin articular palabra prácticamente todo lo que hay que decir en esta Road Movie emocional. Por esta carretera que Fellini dibuja no circulan automóviles, lo hacen existencias errantes, tristes, confusas y solitarias. Agresivas, egoístas e inseguras como Zampanò. Cándidas, soñadoras y generosas como Gelsomina.
Un personaje que supone el regalo definitivo del verso andante, de Giulietta Masina a la humanidad (al fin y al cabo ella es la personificación de la infancia, es lo que Chaplin habría soñado ser de no haber sido él mismo).
Pero volvamos a La strada.
MASINA & FELLINI.
LA BELLEZA DE LA TRISTEZA.
Lo que ocurre en la secuencia de la que hablo es maravillosamente tragicómico. Gelsomina acepta por segunda vez su destino, ella debe sacrificar el sentido de su existencia para que Zampanò no asuma el suyo, pues sí necesita compañía, aunque sea para someterla a sus excesos y maltratarla, pero la necesita.
Así, Gelsomina, víctima de su error y su necesidad de encontrar un lugar en el mundo renuncia de nuevo al que podría ser su sitio, y mientras se aleja y ve como la observan sin comprender los motivos de su marcha se despide sin decir nada, pues no hay palabras que expliquen su destino.
La película continua su marcha y el espectador llega a una de las cimas narrativas de Fellini a través de uno de los mejores encuentros que podremos ver jamás.
Gelsomina encuentra por fin alguien que le da una explicación a su existencia, no es más que otro tipo sin rumbo fijo, poco más que un loco, quien también se niega a sí mismo la necesidad de compañía. Ese loco es capaz de darle sentido a la vida de Gelsomina.
Ella, al igual que la piedra que él recoge del suelo, tiene una función —o tal vez varias— incluso la que él le pide a gritos cuando es casi incapaz de decirle adiós después de comprender como ella se equivocará de nuevo al decidir que su existencia se basa en darle sentido a la de Zampanò.
Y es que a veces, la bondad en estado puro es peor que la justicia, además de ser ciega, no oye el amor que le están declarando a gritos, o simplemente debe ignorarlo para cumplir con su destino.
Por eso Giulietta Masina no levanta la cabeza para mirarlo, y por eso él casi no puede decir adiós. Porque la comedia no es más que la máscara tras la que se oculta la tragedia, por eso el gesto amable y la sonrisa de Giulietta Masina son la personificación de la tristeza más bonita que veré jamás.
Por eso Fellini metió esto en mis retinas y no se irá hasta que toque mirar atrás por última vez.
Después, Gelsomina y Zampanò siguen el trazado de La strada, siguen su camino en busca de una felicidad imposible que terminará en un final a la altura de Fellini. En la cima del dolor más bonito que podamos soportar.
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Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Marzo 2021.