SERGIO LEONE. EL DESIERTO MEDITERRÁNEO.
En su testamento cinematográfico, mucho después de las andanzas de El bueno, el feo y el malo, Sergio Leone le contó a la humanidad aquello de Érase una vez en América, algo muy acertado, sabiendo que la América conocida como Estados unidos es un invento europeo, y su cine, el alumno más aventajado del viejo maestro.
Teniendo esto en cuenta, y por mucho que eleve la tensión arterial de los puristas, el oeste salió a flote cuando el mediterráneo inundó el desierto americano.
Es cierto que King Vidor, Richard Brooks, Robert Altman, en cierto sentido John Ford, Anthony Mann, Robert Aldrich, John Huston y especialmente Sam Peckinpah, anticiparon y llevaron a cabo simultáneamente con Leone la salvación del western.
Pero fue el Don quien salvó el género de su condición.
Leone llegó y destruyó las mentiras del western para contar la verdad. En América no hubo héroes, paisajes panorámicos que admirar tras una valla blanca ni señoras dispuestas a caer en brazos del tipazo duro de turno.
No, América, no mientas. Lo único auténtico que tenías fue exterminado por la mezcla de extranjeros miserables llegados de Europa para formar una nación que en realidad es un sueño, una mentira que vender a la humanidad. Y en el oeste, al este del Edén, no hubo buenos tipos y parajes idílicos jamás. Leone lo sabía y se empeñó en demostrarlo, Leone sabía hacer cine, y se empeñó en regalárselo a la humanidad.
Tanto, y tan bien, sabía hacer cine Leone, que una vez más, (como ya había ocurrido con los alemanes y los soviéticos), le enseñó a los americanos como hacer las cosas, sus propias cosas.
LA TUMBA SIN NOMBRE DEL WESTERN AMERICANO.
El sonido como un personaje más, el montaje a un ritmo que el oeste no había visto jamás, la suciedad espiritual y física de los protagonistas, la fortaleza femenina -especialmente manifiesta en Érase una vez en el oeste– los primerísimos primeros planos alternados con los generales, la ambición, la traición y la ausencia absoluta de justicia, redención y esperanza, el humor negro y la épica operística hecha carne en la música de Ennio Morricone sitúan la trilogía del dólar, Érase una vez en el oeste y a Leone en la cima del invento americano que salvó un italiano.
El bueno, el feo y el malo, resume perfectamente todo lo que ocurrió con el western.
La que posiblemente sea la secuencia más famosa del Don, resume perfectamente lo que Leone hizo que le ocurriese al western.
Listo, ambicioso y dotado con una sensibilidad extraordinaria, Leone desplegó ante el oeste americano el circo romano, así, Eli Wallach, Lee Van Cleef y Clint Eastwood caen en la arena de Sad Hill ante las tumbas que Leone dispuso en forma de grada romana para mostrar al mundo su espectáculo.
Y allí, bajo un sol mediterráneo, Roma pagó a los traidores que salvaron el género de sí mismo.
Un guión que te vuela la cabeza a cada frase, un montaje que te conduce a la cima más alta, la hermosa e irrepetible fotografía de Tonino Delli Colli, unos silencios precisos, elocuentes y hermosos que te llevan al desmayo previo al coma y una música que hace llorar a las piedras.
Incluso a la piedra en la que Eastwood no escribió ningún nombre. El western había muerto, Leone lo desenterró de la tumba sin nombre y además de hacerlo inmortal, dio sentido a mi existencia.
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Feliz viaje de vuelta hacia la noche. #SHADOWSRULES
David Salgado.
©24 sombras por segundo. Marzo 2021.